«El patrimonio inmaterial de los pueblos es su alma»

Si el patrimonio material de cualquier pueblo, cultura, civilización, es su cuerpo, el patrimonio inmaterial de estos, es su alma. El patrimonio material no lo podemos llevar con nosotros allá donde vayamos (salvo en la memoria y en las fotos), en tanto que el patrimonio inmaterial forma parte de nuestro espíritu, de nuestro corazón o incluso de nuestro ADN. Nacemos, nos criamos y vivimos nuestras vidas con él.

Está enraizado en nuestras costumbres, tradiciones, en nuestros hábitos y en nuestra religión. Por eso, desde muy niños, en cuanto nacemos, forma parte de los usos y costumbres, y a lo largo de cada año vivimos las carreras de burros el día de San Antonio, las meriendas de la Cruz de Mayo, las procesiones del Corpus o Las Novenas. Las fiestas de Las Nieves con sus danzas, las matanzas o los dulces, las vendimias, las fiestas navideñas y las tertulias al calor de la lumbre, los juegos infantiles tradicionales... Y así un año tras otro. Y aunque nos alejemos de nuestros pueblos, allá donde vayamos revivimos cada festividad o cada tradición con la puntualidad del calendario.

Pero estas tradiciones, este patrimonio, están en franco retroceso, pues quienes lo guardaron, mantuvieron y trasmitieron a través de los siglos, han ido abandonando los pueblos o han fallecido, y estos (los pueblos), están también muriendo poco a poco y los actuales depositarios no tienen ya a quien legarlo, bien por falta de sucesores, bien porque a las nuevas generaciones estas cosas no les motivan por 'viejunas' o porque están en otra onda, inmersos en las nuevas tecnologías que les motivan más que ver danzar dando palos en una procesión o ver a los abuelos destazando un cochino.

Por estas razones el patrimonio inmaterial de los pueblos va quedando para las fotografías y el recuerdo.

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