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Imagínese que este domingo se encuentra en su casa con su hijo. Sentado uno al lado del otro, mirándole a los ojos y preparando la tarea del lunes. Imagínese que este domingo va a por el pan y luego da un paseo por el centro de la ciudad. Imagínese que este domingo usted ha podido salir de su casa a por el pan y ha regresado con la única intención de disfrutar del partido de su equipo. Esa era la vida, hace tres semanas, de millones de personas en Ucrania, a quienes la guerra y la invasión rusa les ha arrebatado todo. Así se encontraban las 5.000 personas del campo de refugiados en la Global Expo de Varsovia.
La imagen del campo de refugiados al que ha accedido El Norte de Castilla en Varsovia era desoladora. El sueño de esas 5.000 personas, apostadas en camas plegables y con mantas prestadas, solo es volver a juntarse con sus seres queridos y recuperar eso que varias bombas han destruido. Un mar de camas y de historias pegadas unas a otras en un espacio destinado a acoger ferias y eventos y no personas que luchan por sobrevivir.
Mujeres y niños principalmente esperaban a que pasen los minutos. Los hay que duermen, que conversan, que se maquillan, que lloran, que ríen y quienes te cuentan su historia para desahogarse aunque haya que tirar de Google Translate. Eso les ha sucedido a tres madres y amigas de Járkov, ciudad a escasos metros de la frontera con Rusia. Utilizan onomatopeyas para describir cómo su vivienda voló por los aires. Ellas y sus hijos emprendieron una huida de semanas hasta que hace tres días aparecieron en Varsovia tras recorrer Ucrania de este a oeste.
En la capital polaca tuvieron que despedirse de sus hijos (tienen uno cada una) para alejarles lo máximo posible de la guerra. Con familias de acogida, se encuentran actualmente en República Checa, Israel y Turquía. Cada uno a un destino. «Solo queremos encontrar trabajo en algún sitio, no tenemos nada», traduce el Google Translate de su teléfono móvil antes de escribir improperios hacia Putin sin que fueran preguntadas.
En la otra esquina del pabellón, otra joven no se mueve de la cama. Su madre, por gestos, se señala la cabeza y la garganta. La guerra y la huida las pillaron enfermas y ahora solo quieren recuperarse.
A sus 25 años, el segoviano Álex Esquiliche no ha querido quedarse con los brazos cruzados. No ha aguantado más ante las imágenes que le llegaban o veía diariamente y hace tres días cogió un avión con destino a Polonia.
Y lo hizo tras pedir una excedencia en su empresa (Ontex) y vender su coche para sufragar los gastos. «He venido porque tengo ese sentimiento de justicia. Tengo mis propios sueños y mi propia vida, pero cuando la gente te necesita, tienes que ir. Si no lo haces tú, a lo mejor no lo hace otro. Ucrania la tenemos al lado, si puedes colaborar, lo tienes que hacer», explica el joven, a quien también le ha empujado a liderar esta iniciativa su novia ucraniana y residente en Segovia.
Así se mantendrá los próximos seis meses. Ha calculado que con sus ahorros y la venta del vehículo le daría para permanecer en Polonia durante medio año en hostales.
Los dos primeros días de estancia en Polonia los ha empleado en tramitar traslados de refugiados a España y para hacer de traductor. «Tenía contacto con una ONG polaca con la que me dediqué a hacer traducciones. Desde que acabé con ese proyecto me di una vuelta por la ciudad para ver dónde podía echar una mano. En la estación encontré más españoles que están de Erasmus, y a lo que nos dedicamos ahora es a canalizar a refugiados». En 72 horas ha organizado tres autobuses de 70 plazas cada uno y un avión fletado con destino a España. «Muchos son reacios a alejarse tanto de Ucrania. Se quedan en Polonia con la esperanza de que esto acabe y volver a sus casas. Es complicado para ellos», continúa.
«Es un desastre todo. En tres semanas han salido tres millones de personas de Ucrania. Seguramente sean muchas más. Si esto sigue así, con 40 millones de habitantes en Ucrania, Polonia se puede colapsar. He visto muchos dramas. Constantemente a las estaciones llegan muchos autobuses y trenes cargados de gente que no sabe a dónde ir ni dónde quedarse», concluye.
Son solo cinco testimonios de lo que en la Global Expo se vivía. Cinco dramas de personas que intentan mirar hacia adelante y con el sueño de que algún día, no saben cuándo, volverán a lo que hasta hace tres semanas llamaban hogar.
El Norte de Castilla entró en las instalaciones de la mano de los cuatros voluntarios (Fernando Pérez, Felipe Sánchez, Vicente Garrido y su hija Lucía) que se recorrieron 3.000 kilómetros en dos días para llevar medicinas y material donado a la frontera de la guerra para luego regresar a Castilla y León con familias de refugiados.
Una misión que se completó en todos los sentidos. Ayer madrugaron para sacar las furgonetas de un aparcamiento, repostaron y se encaminaron a la Global Expo. No había tiempo que perder. Gestionado por una ONG, empezaron a descargar los enseres en las traseras de las naves. De estas dos furgonetas no paraban de salir objetos, especialmente medicinas y productos para bebés. Se vació todo y el equipo de castellanos y leoneses se dividió. Fernando y Felipe se registraron para recoger a las familias de acogida y Vicente y su hija se fueron a un comercio a gastar el dinero de las donaciones personales de sus conocidos. Así que otra vez, los vehículos hasta arriba de cosas que fueron depositadas en el mismo punto.
Mientras tanto, Fernando y Felipe iniciaban las conversaciones con los voluntarios. Había que esperar y confiar en que el desánimo no perturbara la tranquilidad. Estaban avisados de que, cuando ya había una familia que quería venirse a España, todo se podía torcer, pero no fue así. Aguardaron y enseguida las hermanas Olga e Irina, junto a sus tres hijas (Kamila, Margot y Lisa) y cinco mascotas, decidieron que su nueva vida empezaría en León.
El contacto inicial entre los voluntarios y la familia comenzó por un 'How are you?', pero el inglés no iba a ser el idioma vehicular. Menos mal que había traductores como Marcin Fajst, polaco que ayer vivía su primer día como voluntario. «No podía estar ni un minuto más en casa como si no pasara nada, así que aquí ayudaré en lo que pueda», relataba.
Y eso hizo. Gestionó la documentación y pidió los pasaportes a todos los presentes. «De todos los centros de refugiados, el de la Global Expo es el mejor», describía Marcin. Y a tenor de lo visto así fue. La seguridad se encontraba por todos los rincones y no había paso que no tuviera su explicación. Hasta tuvo que entregar la documentación de los cuatro perros y un gato.
Misión Ucrania (Etapas anteriores)
Con alguna sonrisa y lágrimas, las cinco integrantes decidieron meterse en las furgonetas camino a España. Con anterioridad, otros refugiados se habían interesado por viajar con los tres voluntarios pero finalmente no se fraguó el entendimiento.
Con un vehículo ya repleto, el siguiente objetivo era dar con otra familia. El mediodía se pasó y había que completar la otra furgoneta. Se fueron hasta otro centro de refugiados, pero sin éxito, y finalmente se optó por regresar a la estación central de trenes de Varsovia.
Allí se encontraban un grupo de voluntarios españoles, que canalizan también la llegada de refugiados. En ese punto se volvieron a registrar Fernando y Felipe a la espera de una llamada. Así que decidieron ir a comer y que la primera furgoneta se encaminara ya hasta Poznan (a escasos kilómetros de la frontera entre Alemania y Polonia). Pero no habían doblado la esquina de la estación cuando su teléfono sonó.
Un padre, Wolodymyr, junto a su mujer y sus tres hijos de menos de cinco años se acercaron. Solo querían ir a España así que el entendimiento, a través del traductor, fue inmediato. Se certificaron los papeles y la furgoneta.
Con ese acogimiento se cerró la 'misión Ucrania'. Todo había salido perfecto y los protagonistas de esta historia respiraban aliviados al poder sembrar una semilla de esperanza a diez de los 3 millones de refugiados que ya han abandonado su país.
Este sábado por la noche, todos descansaron en Poznan para emprender dos maratonianas jornadas de carretera de regreso a Valladolid. El Norte seguirá hoy hasta Medyka, en la frontera entre Polonia y Ucrania con el vehículo cedido por Desguaces Cano con el objetivo de seguir contandoel drama de la crisis humanitaria y las muestras de solidaridad que están despertando.
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