Una maestra de vanguardia en la agonía de Julián Besteiro

La salmantina Dolores Cebrián, pionera en la enseñanza de las Ciencias en España, dirigió la Escuela Normal de Madrid y vivió el trágico final de su marido, presidente de las Cortes republicanas

Jueves, 8 de marzo 2018, 09:17

Tan modesta, tan dulce, tan poco amiga de la exhibición, esta figura de mujer ha pasado casi inadvertida para todos y quizás es una de las víctimas más dolorosas de la tragedia, uno de los alegatos más poderosos de protesta contra la muerte civil que ... la mata a ella». Con estas palabras, escritas hace un siglo, se refería la célebre escritora y activista Carmen de Burgos, más conocida como ‘Colombine’, a su amiga Dolores Cebrián Fernández de Villegas, maestra como ella, pionera en la investigación y aplicación de los métodos pedagógicos más avanzados, y víctima de un olvido injustificado. Y eso que cuando ‘Colombine’ escribía esas líneas, en noviembre de 1917, a Dolores le aguardaba aún la incivil guerra, su depuración negativa como maestra y un terrible periplo carcelario como ángel custodio de su desdichado marido, el socialista Julián Besteiro.

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Este último dato, su matrimonio con el presidente de las Cortes Constituyentes de la Segunda República, ha oscurecido sin duda la brillante trayectoria profesional de esta salmantina que aún hoy, cuando se cumple el 45 aniversario de su fallecimiento, sigue pasando desapercibida. El Día Internacional de la Mujer es un momento adecuado para amortiguar dicho olvido. Nacida en la capital charra el 13 de agosto de 1881, Dolores era hija de Cristino Cebrián y Villanova, alférez de Infantería y profesor de Anatomía de la Universidad salmantina, y de la murciana Concepción Fernández de Villegas. Padres de cinco hermanos, cuatro niñas y un niño, Cristino y Concepción tenían claro que sus hijas habrían de valerse por sí mismas, gracias a sus estudios, para no depender del marido.

Dolores estudió en las jesuitinas de Salamanca antes de cursar la carrera de Magisterio, título que obtuvo en 1902. Y fue en Madrid, donde se trasladó su madre al poco de enviudar, cuando entabló contacto con el método formativo de la Institución Libre de Enseñanza, que desde entonces sería el principio rector de su labor docente. Esta comenzó en Salamanca, primero como profesora de primera Enseñanza y luego en la Escuela Normal, y entre julio de 1905 y marzo de 1908 en Toledo, como catedrática de Ciencias de la Normal de Maestros. Precisamente en la ciudad del Greco recuperó la relación, todavía amistosa, con Julián Besteiro, profesor de Instituto al que había conocido en Madrid y que todavía militaba en formaciones republicanas. Contraerían matrimonio el 4 de junio de 1913, cinco años después de obtener por oposición la plaza de profesora numeraria de la Sección de Ciencias de la Escuela Normal Superior de Madrid, con sueldo anual de 3.000 pesetas. Ya entonces, Besteiro era líder destacado del PSOE y la UGT.

Pionera científica

Años antes, en 1908, había sido pensionada por la Junta de Ampliación de Estudios para visitar la Sección de Pedagogía de la Exposición Franco-Británica, celebrada en Londres, sobre la que escribió una memoria titulada ‘Método y práctica para la Enseñanza de las Ciencias Naturales’. De su bolsillo se costeó otro viaje formativo a Bélgica, en 1911, y al año siguiente, una beca de la citada Junta le posibilitó ampliar estudios de Fisiología y Botánica en la Facultad de Ciencias de la Sorbona de París, bajo la tutela de los profesores Dastre, Molliard y Bonnier, que no tardaron en alabar su destacada capacidad intelectual. Especialistas como Antonio Jiménez Landi, Rosa María Ballesteros y Rosario Morata han destacado su papel como pionera científica en unos momentos en los que se pensaba que la Botánica era cosa solo de hombres, así como su perfecto manejo del inglés y del francés y su afán por implantar en España los modelos pedagógicos de vanguardia en Europa. Como consecuencia de su estancia en París publicó en el Boletín de la Junta para la Ampliación de Estudios ‘Métodos prácticos para la enseñanza de las Ciencias Naturales’, un texto muy avanzado en la época.

Formó parte del Instituto Nacional de Ciencias Naturales y en 1924 viajó con su marido a Londres, donde estudió los ‘Training Colleges’ y la formación de maestros y alumnos en las Ciencias Naturales, como acreditó en ‘El jardín botánico de una Escuela inglesa’, artículo publicado en 1925 en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza. Su fama de prestigiosa docente explica que Miguel Primo de Rivera anunciara su fichaje, dentro de las personas consideradas «de izquierdas», para formar parte de la Asamblea Nacional Consultiva; era septiembre de 1927. Al mes siguiente, sin embargo, la salmantina manifestaba su renuncia aduciendo motivos estrictamente profesionales, en concreto su dedicación exclusiva a la labor educativa, cuando la razón verdadera era su distancia ideológica de aquella dictadura corporativista.

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En efecto, autores como Patricio de Blas Zabaleta y Eva de Blas Martín-Eras han subrayado la compatibilidad entre sus creencias religiosas –siempre se confesó católica- y el ideario socialista, o vagamente republicano, que compartía con su marido. Así se explica el tono de la carta que le envió en noviembre de 1917 a la cárcel de Cartagena, donde Julián cumplía condena por haber impulsado la famosa huelga revolucionaria de agosto: «Cuando por casualidad paso por el centro y paso en medio de la gente rica, burguesa, bien, siento de pronto una impresión desagradable, como si llegara a mí el odio y el egoísmo de casi todos ellos y experimento repulsión y algo así como una interior fiereza».

Directora en Madrid

Fueron muy comentadas algunas conferencias impartidas en la Casa del Pueblo madrileña, como una de noviembre de 1926 en la que, aprovechando la Semana del Niño, comparó el sistema pedagógico español con los de Inglaterra, Suiza y Estados Unidos, tildando aquel de atrasado por haberse desentendido de los postulados de la Institución Libre de Enseñanza. Por méritos propios fue nombrada, en septiembre de 1930, directora de la Escuela Normal de Maestras de Madrid, cargo que ejerció hasta mayo de 1935, así como miembro del Consejo de Instrucción Pública –llamado luego Comisión Nacional de Cultura- en 1931 junto con María de Maeztu. Formó parte del comité organizador del V Congreso de la Liga Internacional de Mujeres Hispano-Latino-Americana, de mayo de 1932, y el 20 de abril de 1936, siendo ministro de Instrucción Pública Agustín Barcia, se le concedió el Lazo de la Orden de la República.

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Eran los prolegómenos de la agonía. Cuando en julio de 1936 una parte del Ejército se alzó en armas contra la legalidad republicana, Dolores trató infructuosamente de convencer a Besteiro para salir juntos del país. No hubo manera. En la tarde del 28 de marzo de 1939, el expresidente de las Cortes entregaba formalmente los poderes al bando vencedor en la guerra, liderado por el general Francisco Franco. Al día siguiente era detenido y confinado en la cárcel de Porlier; Dolores no tardaría en ser suspendida de empleo y sueldo e inhabilitada para la docencia. Comenzaba para ellos un triste periplo carcelario, con él entre rejas, enfermo y avejentado, y ella tratando de aliviar su pesadumbre a base de visitas, envío de cartas y comida y una búsqueda desesperada de contactos para librarle de la cárcel.

Sin ingresos y con las cuentas bancarias intervenidas, Dolores se apoyaba en sus hermanos, Mercedes y Paco, y en amigos fieles mientras buscaba testigos a su favor que la permitieran reintegrarse a su puesto de trabajo. En junio de 1939, Besteiro, cada vez más enfermo y debilitado a sus 68 años, era conducido a la cárcel de Cisne; dos meses después ingresaba ene l convento cartujo de Dueñas, en Palencia, convertido en penal improvisado de curas nacionalistas vascos. Su condena a cadena perpetua, conmutada por 30 años de prisión, se había hecho pública en el mes de julio. Dolores lo visitó a finales de agosto y pudo pasear a su lado hasta la ribera del Pisuerga: «Me entristeció ver el ambiente general de pobreza y descuido. Todo era chabacano; pero no había dureza», escribió. Ignoraba que venía lo peor: el 30 de agosto de 1939, los confinados en Dueñas eran literalmente arrojados a la prisión de Carmona, en Sevilla, un antro deplorable que por no tener no tenía ni cama. Era el principio del fin.

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Limitada por la distancia y maltrecha su economía doméstica, no le quedó más remedio que espaciar las visitas mientras la salud de su marido, maltratada por la impericia del médico de la cárcel, Miguel Acal, se deteriorara a marchas forzadas. Tampoco tuvieron piedad con ella: cuando el general Varela, accediendo a su petición, escribió a Franco solicitando que Besteiro pudiera acogerse a la disposición legal que permitía liberar a reclusos mayores de 70 años, el Caudillo guardó la carta y no dijo una palabra. Lo mismo hizo ante la instancia que ella misma le envió solicitándole la «gracia» de que su marido cumpliera «su condena en un régimen de prisión atenuada en el que se puedan prestar los cuidados que su edad y su salud reclaman». Apelaba Dolores a una «grandeza y magnanimidad» de las que Franco carecía.

Por la libertad

La última vez que se vieron, el 26 de septiembre de 1940, él alternaba momentos de lucidez con otros de auténtico delirio: «Tenía parálisis facial del lado izquierdo y ni un ademán daba a entender que quisiera mirarme con su ojo cerrado. El otro pobre ojo, hundido, triste y apagado me miraba en medio de las nieblas que sin duda iban invadiendo su espíritu. Pude dominar mi voz que pugnaba por romperse en sollozos y que quería que expresase solo mi inmenso cariño y la piedad infinita que me inspiraba su sufrimiento». Aunque en un último esfuerzo consiguió que lo examinaran tres médicos independientes, ya era tarde: una septicemia gravísima acabó con la vida de Julián Besteiro el 27 de septiembre de 1940. Antes de morir estuvo varias horas delirando y gritando la palabra «libertad» entre frases inconexas pronunciadas en alemán.

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Al año siguiente, la Dirección General de Primera Enseñanza resolvía el expediente de Dolores ordenando que se le abonasen los haberes íntegros pero forzándola a pedir la jubilación y prohibiéndola ejercer su profesión. Tuvo que vender su piso de la Colonia Residencia y comprarse uno más modesto en la calle Pinar. Fiel a los deseos de su marido, gestionó su entierro en un cementerio civil, primero en Carmona y, en 1960, en Madrid. Antes, el 17 de noviembre de 1949, había sufrido una hemiplejía que la dejó parcialmente paralizada. Murió en Madrid, el 18 de febrero de 1973, acompañada en todo momento por su hermana soltera Mercedes, que durante muchos años había compartido el hogar con el matrimonio Besteiro.

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