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Asistentes a la campa de Villalar en 1978. El Norte

La fiesta más multitudinaria en la campa de Villalar

La celebración del 23 de abril de 1978, en plena lucha por la autonomía, congregó a cerca de 200.000 personas, según la prensa

Enrique berzal

Martes, 17 de abril 2018, 08:13

Castilla y León se ha visto marginada por una política que, atendiendo a intereses contrarios al pueblo, ha permitido que la emigración, la falta de infraestructura y servicios, la ruina de la agricultura, la evasión del ahorro..., dejaran a nuestra región sumida en el subdesarrollo (…). ... Luchamos para que se realice una política democrática al servicio del desarrollo económico, político, social y cultural de nuestra región y que cuente con la efectiva participación del pueblo». Aunque muchos castellanos y leoneses, incluidos estacados representantes políticos, firmarían hoy mismo las anteriores líneas, lo cierto es que fueron redactadas hace 40 años. Formaban parte, en efecto, del Manifiesto consensuado el 6 de abril de 1978 por el Plenario de Entidades y Partidos Regionalistas de Castilla y León de cara a la fiesta de Villalar.

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«La autonomía se identificaba con la salvación de Castilla y León. En 1978, Villalar era ya la fiesta de las libertades»

Una celebración que ha pasado a la historia por su imbatido récord de participantes: 200.000, según El Norte de Castilla. Una cifra abrumadora y para algunos increíble, sobre todo si se la compara con los 20.000 asistentes del año anterior. Sea o no exacta del todo, lo cierto es que aquel 23 de abril de 1978 Villalar se abarrotó: «Era incalculable, recorría el pueblo un río de gente. Yo tuve que apartar a tres personas que estaban durmiendo en la puerta de mi casa para poder entrar. La gente se volcó; después del Villalar prohibido de 1976 y del de 1977, todavía con prudencia, el del 78 explotó», recuerda Luis Alonso Laguna, alcalde actual de Villalar y entonces secretario del Ayuntamiento.

Asistir a la celebración comunera, en plena Transición a la democracia, suponía escenificar la lucha por la autonomía y por las libertades políticas, el deseo de sacudirse la sombra de la dictadura y emular, en términos de autogobierno, lo logrado en Cataluña y País Vasco: no conviene olvidar que en febrero de 1977 el Gobierno de Adolfo Suárez había creado el Consejo General de Cataluña, y que en septiembre fue repuesta la Generalitat; además, en junio fueron restauradas las Juntas Generales y las Diputaciones Forales de Guipúzcoa y Vizcaya, al tiempo que se regulaba la nueva organización de la Junta General de Álava, y en enero de 1978 apareció formalmente el Consejo General del País Vasco.

«Nadie esperaba aquella explosión. La autonomía se identificaba con la salvación de Castilla y León; en 1978 Villalar era ya la fiesta de las libertades, allí se podía hacer y decir lo que querías», señala el periodista Luis Miguel de Dios, asiduo a la campa desde la mítica celebración perseguida de 1976. Salvo Alianza Popular, todo el arco político convocaba la celebración: desde la UCD y la Falange Auténtica hasta la Alianza Regional, el Partido Carlista, el Instituto Regional, la ORT, el MCE, el PTE, el PCE, el PSOE y el PANCAL. Aquel 23 de abril, mítica fecha del ajusticiamiento, en 1521, de los tres capitanes comuneros –Padilla, Bravo y Maldonado–, cayó en domingo. Solo la lluvia de la tarde deslució un tanto el encuentro, pues fundió los fusibles del transformador y obligó a interrumpir las actuaciones musicales.

Discursos y actuaciones

Los actos, acordados seis días antes en una reunión celebrada en la localidad segoviana de Villacastín, consistieron en una ofrenda floral al monumento de los comuneros, lectura de un poema por parte de Luis López Álvarez, discursos políticos y música de grupos folklóricos y dulzaineros, entre los que destacaba Nuevo Mester de Juglaría. Aparte del alcalde, Félix Calvo Casasola, hablaron a la multitud el catedrático de Historia Medieval Julio Valdeón Baruque y el líder del Movimiento Comunista Manuel Llusia como representantes del Plenario, el diputado socialista Vicente Gutiérrez, que era también vicepresidente de la Asamblea de Parlamentarios, y el centrista Francisco de Vicente, presidente de la misma.

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Todos reclamaron la autonomía para las once provincias (las nueve actuales más Santander y Logroño) e incidieron en las terribles consecuencias que para Castilla y León había traído el centralismo madrileño: atraso económico, despoblación, emigración forzada y desmantelamiento industrial. «Aquel año se demostró la enorme afluencia y el entusiasmo que en Castilla y León despertó la autonomía, mostró que no era algo exclusivo de Cataluña», sentencia Demetrio Madrid, primer presidente de la Junta y entonces miembro de la Asamblea de Parlamentarios.

También asistieron el historiador Joseph Pérez, máximo especialista en las Comunidades de Castilla, y el entonces presidente del Congreso, Fernando Álvarez de Miranda, santanderino de nacimiento íntimamente vinculado con Palencia. Hubo banderas de todo tipo y para todos los gustos, republicanas, andaluzas, extremeñas, ikurriñas, senyeras, incluso del Frente Polisario y del Movimiento para la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario (MPAIAC).

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Los únicos incidentes se produjeron cuando parte del público abucheó el discurso del centrista Francisco de Vicente y militantes de extrema izquierda arremetieron contra miembros de Alianza Popular, rompieron y quemaron varias de las banderas españolas que portaban; otros tomaron el Ayuntamiento y arrancaron la bandera de España que ondeaba junto al pendón de Castilla. Según Manuel Conde, secretario político del PSOE en 1977 y testigo de los hechos, estos evidenciaron «que la confraternidad del año anterior fue dando paso a un Villalar de enconados partidismos y de intentos de protagonismo de quienes no lo tenían en el conjunto social».

Aun así, «el balance del Día de Castilla y León puede calificarse de un auténtico éxito, porque el protagonista de la jornada fue el pueblo y éste acudió tan masivamente que las previsiones se vieron desbordadas», informaba este periódico, que no dudó en calificar aquel Villalar de 1978 como una «explosión de alegría, de libertad, de gente».

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