la especulación se cierne sobre las aldeas despobladas

Los techos hundidos y los muros caídos. Solo algunas fachadas lucen unas reformas más o menos recientes, pero sus puertas están cerradas, las verjas encadenadas y selladas con un candado, las ventanas y contraventanas echadas. Hasta tapiadas con ladrillo, cemento o tablones en las que nadie habita. Solo se oye a los gatos trasteando y al viento que remueve los plásticos tirados y la maleza que envuelve cada ruina. Es una fotografía de la despoblación, de un paisaje poco menos que fantasmagórico. La descripción podría ser la de una naturaleza muerta (o moribunda) de muchos pueblos con sus padrones desangrados.

Prácticamente uno de cada tres municipios segovianos no llega a los cien habitantes. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), 76 municipios de los 209 existentes bajan del centenar de empadronados. Esos mismos datos revelan la supervivencia de treinta términos con menos de cincuenta vecinos.

Otra muesca en la culata del fenómeno de la despoblación: En cinco años, entre 2012 y 2017, un total de 193 ayuntamientos de la provincia han sufrido bajas en sus censos, incluido el de la capital o algunos de los grandes núcleos como El Real Sitio de San Ildefonso, Cuéllar, El Espinar, Nava de la Asunción, Coca, Cantalejo o Carbonero el Mayor.

De vuelta a las faldas de Somosierra, Barahona de Fresno es una de las diez pedanías que pertenecen al término de Riaza. Su alcaldesa, la socialista Andrea Rico, quiere pasar página sobre un anuncio en un portal 'on line' que recogía la venta del pueblo. «Ha llevado a la confusión», indica la regidora. De hecho, representantes de la promotora aseguran que el anuncio ha sido retirado por todo el revuelo que se levantó a raíz de intrerpretaciones que daban por hecho que el pueblo entero estaba a la venta. Y no es así, insiste tajante la regidora riazana.

Rico es partidaria de «no dar pábulo» a lo ocurrido. Comparte el enojo e incertidumbre que sembró el anuncio entre el escaso vecindario. Un matrimonio ya mayor es el único que mantiene la residencia en Barahona de Fresno todo el año, aunque está atendido por los hijos que se acercan con frecuencia a ver qué necesitan. Los datos que facilita Rico dicen que hay trece censados.

Luego, hay vecinos esporádicos, de fines de semana o de vacaciones. Ahora en Semana Santa se notará algo más de vida, comenta un albañil que trabaja en una de las casas que siguen en pie. El Ayuntamiento de Riaza, por su parte, presta a Barahora de Fresno los servicios esenciales y de mantenimiento «como a cualquiera de las otras pedanías».

«Posiblemente medio pueblo» –apunta a ojo de buen cubero el albañil– pertenece a un empresario de la construcción que en los años 90 se fijó en este lugar para intentar revitalizar la zona y sacarle un provecho económico. Adquirió propiedades, las mismas de las que se deshace ahora. Este inversor puso el anuncio que la promotora lanzó al mundo a través de Internet y que ahora ha retirado de circulación.

Un portavoz de la empresa inmobiliaria asegura que nadie llamó para interesarse por la oferta mientras ha estado activada. El empresario vendía sus dominios en Barahona de Fresno por 2,1 millones de euros. En total, algo más de 6.000 metros cuadrados entre edificaciones y solares, como figuraba en el reclamo de la promotora en el que se vendía el pueblo.

La alcaldesa de Riaza deja entrever que con casi toda seguridad le costó menos. Andrea Rico reprueba a quienes «se aprovechan de la desazón de la despoblación para especular». No apunta directamente al empresario, pero le consta que el olvido de un medio rural envejecido, disperso y sediento de una oportunidad atrae este tipo de prácticas. «Lo que queremos es que venga una persona seria que genere riqueza y empleo», hace hincapié la regidora de la villa riazana, quien exige a quien quiera invertir en la comarca que cambie la dinámica ruinosa de muchos pequeños pueblos del nordeste segoviano por el dinamismo emprendedor.

Rico critica particularmente el anuncio de la discordia. Comenta que hay edificios municipales, como el consultorio y las aulas que usa la asociación vecinal que no pertenecen al lote publicitado por el inversor; además de las viviendas de particulares. Tampoco la iglesia de San Cristóbal está en venta.

En el rápido recorrido por el pueblo, el albañil ejerce de cicerone y señala con el dedo las casas y solares del inversor. La mayoría están derruidas. Y el resto, con trazas de haber sido reformadas, languidecen abandonadas. Una fue un hotel rural que el constructor puso en marcha. Sin embargo, no llegó a los dos años abierto.

Otra de las viviendas aparentemente mejor conservadas denota que ha sido habitada hasta hace poco tiempo. Fue usada por la empresa del propietario para alojar a sus cuadrillas, revela el cicerone. Y un inmueble más, aunque solo una parte, es empleado para almacenar el material de obras.