Las Cortes regionales celebran desde ayer el último Debate sobre el Estado de la Comunidad de la novena legislatura de la Cámara autonómica, que arrancó en la mañana del miércoles con el postrer discurso del presidente, Juan Vicente Herrera, sobre su acción de gobierno en ... los doce meses transcurridos desde el debate anterior y, por extensión, en los últimos tres años desde su reelección en 2015, tras casi dos décadas al frente de la Junta de Castilla y León. Lejos de decantarse por una intervención en clave de legado político dirigido a quien le suceda en la presidencia autonómica, o de despedida después de toda una vida dedicada a la cosa pública, Herrera –que confirmó no estar en retirada con el anuncio de seis nuevas leyes, cuatro planes de acción, tres decretos y un reglamento para lo que queda de legislatura– optó por articular su alocución como balance de gestión de su acción política, que siempre ha entendido como una herramienta para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, dentro del concepto al que tantas veces se refiere de 'autonomismo útil'. En este sentido, su intervención de noventa minutos se concretó en el análisis de la situación política, económica y social de Castilla y León. Destacó la estabilidad mantenida en este mandato, en la que, a su juicio, ha jugado un papel decisivo su apuesta por el Diálogo Social, que ha permitido consolidar el crecimiento económico y la creación de empleo. Abundó en el impulso a la industria, en el afianzamiento del sector público y en el crecimiento de la agroalimentación, sin olvidar debates abiertos como la postura de la Junta contra los planes del nuevo Gobierno central de adelantar el calendario de la UE para el abandono del carbón o la negociación de la nueva Política Agraria Común (PAC).
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Las políticas sociales fueron otro de los grandes ejes de la intervención de Herrera, que defendió las medidas puestas en marcha por su Ejecutivo para proteger a las personas y las familias con menos recursos y presumió de los buenos resultados en la valoración externa que reciben tanto su política de atención a la dependencia como el sistema educativo de Castilla y León. Tampoco orilló el problema de la despoblación, una de las más acuciantes crisis a la que se enfrenta la comunidad y que el presidente –que reivindicó su esfuerzo para lograr la consideración de problema de Estado y la acción en común de la comunidad con otras autonomías con gobiernos de distinto color político– vinculó a antecedentes remotos, como el éxodo rural en el siglo XX, y más recientes, como la crisis económica que arrancó en 2008. Asimismo, relacionó la amenaza de la despoblación con asuntos como la Ordenación del Territorio y las políticas para garantiza el futuro en el medio rural, «una realidad viva sin la que no puede entenderse Castilla y León».
Más allá del mérito como buen parlamentario que atesora el presidente desde el comienzo de su trayectoria política, conviene destacar hoy una virtud que empieza a resultar inusual en la dirigencia actual, como es su concepción de la política como territorio de consensos –a pesar de haber ganado todas las elecciones a las que se ha presentado, casi siempre con mayorías holgadas que han refrendado la confianza en su gestión de los electores castellanos y leoneses–, así como sus llamadas a la cooperación con otras fuerzas parlamentarias y con colectivos sindicales y sociales. Una forma de estar en política alejada de posiciones de monopolio de la verdad; capaz de reconocer los errores propios, sin olvidar nunca su decidida vocación de servicio público.
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