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Asunción Esteban Recio
Profesora de Historia Medieval de la Universidad de Valladolid
Martes, 23 de abril 2024, 10:51
Hubo un mundo, un sueño que quiso hacerse realidad y fue abortado; hubo un tiempo en que el impulso creador compartido por las gentes más diversas recorría Europa». Con estas palabras la filósofa francesa Simone Weil (1909-1943) consigue trasladarnos a un tiempo en que el sueño de una sociedad igualitaria y fraternal parecía posible, pero los dioses castigan duramente cualquier intento de «asaltar el cielo».
Después de un largo periodo marcado por graves dificultades, las clases populares y los campesinos se atrevieron a reivindicar derechos y libertades que se habían ido perdiendo en los últimos siglos de la Edad Media (XIV y XV). En Castilla, los comuneros, erigidos en defensores del bien común, reclamaron los derechos políticos de las gentes llanas frente a las oligarquías locales y canalizaron el descontento de los campesinos hacia los abusos de los señores. La liga de ciudades luchó por recuperar la autonomía municipal, perdida como consecuencia del creciente intervencionismo de la corona, y reclamaba un mayor protagonismo de las ciudades en las altas esferas del poder político.
El despertar político de la comunidad urbana se inició en la segunda mitad del siglo XV fruto del crecimiento económico y demográfico experimentado por las ciudades del reino. En ese contexto, el común, término con el que se alude a la población no privilegiada, amplió sus bases sociales y de entre sus filas emergió una elite, los llamados 'hombres buenos', que habían conseguido acumular riquezas pero que no tenían presencia en el poder municipal. Para canalizar sus aspiraciones políticas se convirtieron en portavoces de la colectividad, asumiendo el liderazgo en las cuadrillas y otras asambleas vecinales. La idealización de antiguo 'Concilium', es decir, el concejo abierto, previo a la instauración del municipio corporativo del regimiento, funcionó como modelo.
En Palencia confluyeron tanto el carácter antiseñorial del movimiento como el empuje de los sectores populares urbanos. Los comuneros se enfrentaron al señorío episcopal, que dominaba la ciudad desde su restauración a principios del siglo XI, y a las elites locales, que rivalizaban por hacerse con el control del concejo. En las Comunidades participaron todos los vecinos, pero en el transcurso del conflicto la población se dividió en dos bandos: el moderado, encabezado por Diego de Castilla, descendiente del obispo Sancho y del rey Pedro I, que integraba a los principales de la ciudad, caballeros y mercaderes, y el radical que agrupaba a artesanos y trabajadores del textil.
Ambos, moderados y radicales, compartían reivindicaciones comunes, como el derecho de la ciudad a nombrar a sus gobernantes locales frente al privilegio señorial de la designación de alcaldes y regidores, pero las actuaciones más revolucionarias fueron obra exclusivamente de los radicales.
Las diferencias se hicieron visibles muy pronto. El 22 de agosto llegó la noticia de que Valladolid se había incorporado a las Comunidades. Ese mismo día se supo que Francisco Ruiz de la Mota, mano derecha de Carlos V, al que los vecinos rechazaban por haberse opuesto a la reivindicación del derecho de la ciudad a elegir a sus propios gobernantes, había tomado posesión de la sede episcopal de Palencia. Las dos noticias propiciaron el estallido de un conflicto antiseñorial que desembocaría en la proclamación del concejo comunero. La toma de poder se realizó mediante la deposición de los oficiales designados por el obispo, en ejercicio de sus atribuciones señoriales, y el nombramiento de nuevas autoridades «salidas directamente del pueblo».
«Los comuneros hicieron otra novedad, que como el obispo siempre hace los regidores en principio de marzo, y según habemos dicho duran por un año, agora el pueblo en agosto quitó los regidores puestos por el obispo y hizo otros por su propia autoridad, los cuales gobernaron todo el tiempo que duraron las alteraciones».
Frente al antiguo regimiento elitista y sumiso al poder episcopal, el nuevo concejo se constituyó como un organismo autónomo y representativo de los diferentes estamentos y grupos sociales. La representación popular estaba asegurada con la presencia de dos diputados por cada parroquia. Pero las decisiones más trascendentales se adoptaron en concejos abiertos, con la participación de todo el vecindario, celebrados en el convento de San Francisco. La otra novedad que merece destacarse, aunque no fue exclusiva de Palencia, fue la presencia en el gobierno local de todos los estamentos ciudadanos, incluido el eclesiástico. Por acuerdo entre las partes se decidió que el cabildo catedralicio nombrara a dos canónigos para que asistieran «ad uno» a las reuniones del regimiento. Incluso llegaron a designar en común al jefe de la comunidad palentina, recayendo el cargo en el chantre y canónigo don Pedro de Fuentes, que gozaba de sumo prestigio en la ciudad. El concejo comunero y el movimiento asambleario funcionaron con regularidad durante el tiempo de las Comunidades, pero Palencia no se incorporó al movimiento hasta finales de noviembre.
Antes de ese momento, el 15 de septiembre, los populares volvieron a expresar su rechazo al señorío del obispo destruyendo uno de sus símbolos más emblemáticos: la fortaleza y torre de Villamuriel, en la que residían habitualmente los prelados, considerada por los comuneros como una auténtica 'casa de ladrones'.
En el otoño de 1520 el ambiente público era favorable a la Santa Junta, pero los moderados eran partidarios de que la ciudad se mantuviera en el bando realista. Desde Valladolid, sin embargo, se apremiaba para que Palencia mostrara su apoyo a la Comunidad. Para promover su adhesión, enviaron al agustino Fray Bernardino de Flores, quien, con sus «prédicas y soflamas», enardeció a los vecinos hasta el punto de que salieron a la calle, acusando a los dirigentes locales de estar vendidos al bando realista.
La tensión se acrecentó con la llegada a Palencia, el 25 de octubre, del obispo Acuña en su itinerario por Tierra de Campos. El obispo comunero no solo fue bien recibido, sino que fue elevado a la silla episcopal con «el favor de la mayor parte de la ciudad». Consta en la documentación que los clérigos y canónigos le llevaron a la Iglesia Mayor y allí «realizaron todas las ceremonias que acostumbraban con su prelado».
La incorporación de Palencia a la Santa Junta se realizó en la asamblea celebrada el 22 de noviembre en San Francisco, con consenso de los vecinos. La decisión se tomó en concejo abierto por la presión del común. Los líderes del bando moderado habían huido de la ciudad, sabedores de que el momento era ya inaplazable. En el cabildo, aunque los capitulares seguían fieles a los virreyes, varios canónigos y beneficiados se inclinaron por los comuneros.
La derrota de los comuneros en Villalar, el 23 de abril de 1521, supuso el aplastamiento de la clase popular. En la lista de los exceptuados del perdón, otorgado un año después por Carlos V a los 'rebeldes', figuran tres notarios, un canónigo, un jurista y un boticario, pero la mayor parte de los condenados fueron pequeños comerciantes, artesanos y obreros del textil. No es extraño; ellos fueron el grueso de la revolución, pero, además, como relata un testigo de los acontecimientos, la razón de que Palencia se integrara en las Comunidades se debía a que «la mayor parte della era gente de mediana condición e la otra gente pobre e baxa, e ay pocos caballeros». La razón de este ambiente popular se debía, según R. Becerro de Bengoa, a que la preponderancia del señorío episcopal determinó que en su recinto «no imperaron ni más nobles, ni más señores, ni más timbres, ni más alcurnia que la de la Iglesia».
«Si no se pierde todo, no se ha perdido nada», afirmaba Miguel Hernández. Tras la derrota, la Iglesia recuperó sus atribuciones, pero el señorío episcopal estaba herido de muerte. Durante siglos, Palencia había luchado por integrarse en el realengo, pero, cuando consiguió equipararse a las demás ciudades del reino, las libertades y la autonomía municipal habían sido definitivamente cercenadas por la Corona.
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