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La Historia que nos une
Burgos, de la iniciativa al abandono de la causaÓscar Raúl Melgosa Oter
Profesor de Historia Moderna de la Universidad de Burgos
Martes, 23 de abril 2024, 11:33
Ante la situación de crisis generada con la muerte de la reina Isabel en 1504 y la llegada al trono de Castilla, de forma irregular, de Carlos de Gante, un joven inexperto que desconocía la realidad de sus nuevos dominios, Burgos lideró una propuesta totalmente fuera de los cauces establecidos, considerada incluso revolucionaria, y con la que se ha identificado el inicio del breve pero convulso periodo de la Comunidades de Castilla. La Caput Castellae promovió una reunión del exclusivo y selecto club integrado por las dieciocho ciudades con voto en Cortes para identificar los numerosos aprietos del atolladero castellano y las posibles soluciones, que tendrían que ser ejecutadas por el rey, por lo que también habrían de solicitar su rápida llegada para hacerse cargo del gobierno. Lo insólito de la medida quedó de manifiesto en que el cardenal Cisneros, regente del reino hasta la llegada de Carlos, trató de hacerla fracasar por todos los medios. Puede que su actuación diera sus frutos, puesto que a la convocatoria, celebrada el 3 de junio de 1517, solo acudieron representantes de Valladolid, León y Zamora.
El problema generado con la proclamación de Carlos de Gante trató de resolverse en las Cortes de Valladolid, donde aquel juró los fueros y libertades de Castilla y fue reconocido oficialmente como rey. En el primer discurso del reino, el doctor Zumel, miembro de la clientela del condestable de Castilla, recordó al monarca su condición de «mercenario» del reino y que «estaba obligado por contrato callado».
En 1519, una nueva cuestión se viene a sumar a los motivos de contrariedad entre los castellanos, la elección imperial. Se temían las reiteradas y prolongadas ausencias del monarca y la más grave supeditación de los intereses castellanos a los dinásticos. Desde ese momento todas las preocupaciones y anhelos de Carlos estuvieron puestos en su coronación. Los males que afligían al reino, lejos de resolverse con la llegada del rey, como se esperaba, equivocadamente, se habían agudizado.
Se convocaron nuevas Cortes en Santiago de Compostela para marzo de 1520. Antes, en el mes de febrero, la ciudad de Burgos recibió por primera vez a su rey y emperador electo, que cumplió con su obligación de jurar las libertades y privilegios de la ciudad, accediendo por la puerta de San Martín o Juradera, para después disfrutar del programa festivo que se le había organizado. Los procuradores burgaleses elegidos para ir a las Cortes fueron Juan Pérez de Cartagena y Garcí Ruiz de la Mota, miembros destacados de la oligarquía local, lo que generó el desagrado de los elementos populares de la ciudad que querían que al menos uno de sus procuradores fuese representante del pueblo llano o del común. Las instrucciones que portaban repetían las reivindicaciones del resto de las ciudades castellanas, asumidas y contenidas en el programa comunero: rápido retorno del monarca tras la coronación imperial, prohibición de la salida de oro y plata, reserva de cargos y oficios para los naturales del reino, organización de la regencia, etc. Los procuradores de Burgos y de Sevilla fueron los únicos que no pusieron ninguna traba a las pretendidas bondades del proyecto imperial y votaron un nuevo impuesto pedido por el rey.
Cerradas las Cortes y con Carlos camino de Aquisgrán llegó el momento de que los procuradores rindiesen cuentas de sus actuaciones, era el mes de junio. Fueron declarados traidores por doblegarse a la voluntad del rey y por no defender todo aquello a lo que se habían comprometido como representantes de la ciudad. Trágica hubiese sido su suerte si hubiesen llegado a presentarse en Burgos, corriendo el mismo paradero que el procurador segoviano Rodrigo de Tordesillas, linchado por las turbas por el mismo cargo, el de traición. En el caso de los burgaleses las iras populares se dirigieron contra sus casas que fueron saqueadas y destrozadas.
Los desmanes que se sucedieron en junio de 1520 en las principales ciudades de Castilla provocaron gran alarma. Desde ese momento, en Burgos quedaron perfectamente definidas dos posiciones. La de una parte de la población que aglutinaba una heterogénea base social formada principalmente por artesanos, que se incluiría dentro de los conceptos de pueblo llano o el común, de marcado tinte y sentimiento comunero hasta el final, pero que no contaba ni con la fuerza ni con el liderazgo que pudo encontrar en otras urbes. Y la de la élite social y económica, que es la que va a conducir el movimiento, soportando los momentos más violentos y siendo los responsables, en última instancia, de la defección burgalesa a la causa comunera.
Y el responsable de todo ello, en gran medida, fue don Íñigo Fernández de Velasco, duque de Frías, conde de Haro y condestable de Castilla, consciente de la necesidad de controlar una ciudad de la importancia de Burgos en el conjunto del reino. Sus deseos fueron satisfechos cuando, ante la deriva violenta del levantamiento, los representantes de la oligarquía burgalesa consiguieron convencer a la otra parte para nombrarle corregidor, posición que le permitió vigilarlo desde dentro. A la Junta de Ávila del 1 de agosto de 1520, convocada por Toledo y constituida en Juna del reino, solo acudieron los enviados por Segovia, Salamanca, Toro y Toledo. Burgos no mandó representantes en esta ocasión. El guante de hierro con el que Velasco trataba de gobernar la ciudad no lo hizo posible.
Las circunstancias cambiaron con otro trágico acontecimiento que supuso un punto de inflexión en la evolución del movimiento, el incendio de Medina del Campo, el 21 de agosto, por los imperiales, lo que hizo aflorar un sentimiento de solidaridad ante el atropello cometido por el poder real. Poco después, el 29 de agosto, el ejército organizado por los comuneros tomó Tordesillas, convertida en capital del movimiento y del reino, actuando la Junta como auténtico órgano de gobierno. La definición de su naturaleza y funciones provocó las mayores disensiones en su seno. Los representantes burgaleses siempre abogaron por el carácter consultivo de la misma, pero los más extremistas, radicales o incluso revolucionarios defendían su condición ejecutiva, por lo que sus decisiones no necesitaban de la aprobación del monarca. Pronto aquellos fueron acusados de tibios y de debilitar la posición del movimiento. De aquí a ser acusados de traidores faltaba muy poco.
De nuevo el condestable trató de lograr el apoyo burgalés a la causa realista por todos los medios, ahondando la grieta abierta en la Junta para desgastarla, valiéndose del antiguo aforismo de divide y vencerás. Finalmente se constató la ruptura y Burgos se apartó del movimiento en octubre de 1520. Se aproximó al bando realista, incluso prestándole apoyo económico para su recomposición y fortalecimiento, contribuyendo a que las Comunidades fuesen heridas de muerte con la derrota en Villalar.
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