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La Historia que nos une
Acuña asola Tierra de CamposEnrique Berzal
Profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Valladolid
Martes, 23 de abril 2024, 11:02
De enero a marzo de 1521 nos topamos con un protagonista de excepción en la guerra de las Comunidades: el obispo Antonio de Acuña, uno de los personajes más peculiares de la historia de España. Su compromiso explícito data del 23 de diciembre de 1520, cuando, tras la caída de Tordesillas, la Junta comunera le encarga ir a tierras palentinas: «Procure que todas las personas que en la dicha ciudad e sus contornos e otras partes oviere sospechosas e contrarias al bien común las pueda echar e desterrar».
Como señala Luis Fernández, la finalidad encomendada al prelado, constituido por obra y gracia de la Junta comunera en «dictador con poderes absolutos», no podía ser más atractiva para los lugareños: «Quitar el daño universal y las opresiones que hasta aquí se han hecho por algunos grandes, enemigos del bien público».
A partir de entonces, Acuña se entregará a continuas operaciones de hostigamiento en Tierra de Campos, donde fue recibido como auténtico portador de la paz y la libertad en unos pueblos sometidos a una tremenda explotación señorial. Comenzó su campaña entre los campesinos de Dueñas, donde se pasó tres días arengándoles. Ya en septiembre de 1520, esta localidad palentina había sido el escenario de un fuerte movimiento antiseñorial contra los condes de Buendía. Según le comunicaba el cardenal Adriano al Rey en carta de 4 de enero de 1521, Acuña «predicó mil desconciertos y liviandades» aprovechando la campaña realizada días atrás por el agustino fray Bernardino Flores, recién apresado por los gobernadores.
Así que en Dueñas, ganada por la causa comunera desde octubre, estableció Acuña su cuartel general. Iba con 4.000 peones y 400 lanzas. Pasada la Navidad llegó a Palencia, donde afianzó el compromiso con las Comunidades y, tras una breve estancia en Valladolid, se lanzó a recaudar las rentas reales en las villas y comarcas vecinas para su sostenimiento. Ambas cosas las logró, unas veces por la fuerza y otras muchas gracias a su gran ascendiente entre una población entregada a sus infladas arengas y combativos sermones, que lo presentaban como el defensor de los necesitados.
En Monzón, por ejemplo, entró a saco y logró recaudar 20.000 maravedíes, y algo parecido hicieron sus hombres en Frechilla y en Fuentes de Valdepero, donde, además de hacerse con la fortaleza, saqueó dineros y riquezas por valor de 30.000 ducados. Hasta se llevaron el órgano de la iglesia de San Francisco. Tras una breve estancia en Castromocho, recorrió Becerril, Paredes, San Cebrián, Cervatos, Carrión, Villalcázar, Frómista, Piña, Amusco, Támara y Astudillo. «En todos aquellos lugares y pueblos –señala Santa Cruz–, la gente, por la mayor parte, era de todo corazón comunera, y no sólo mantenían al Obispo y todo su campo el tiempo que estaba con ellos, sino que, al tiempo que se partía, le pagaban la gente de muy buena gana para ir contra los caballeros».
El 11 de enero de 1521 llegaba a Paredes de Nava, localidad que ya había sido sometida por el licenciado Gutiérrez de los Ríos a los dictados de la Comunidad. Los realistas decidieron hacer algo para frenar las acometidas del prelado. Preocupados por la posibilidad de que el obispo llegara a Burgos y soliviantara a la población, mandaron contra él a Francés de Beaumont y a Pedro Zapata, comendador de Mirabel y corregidor de Asturias, con más de 200 lanzas y 800 peones. Ambos entraron sin apenas problemas en Ampudia, propiedad del pro-comunero conde de Salvatierra, Pedro de Ayala; luego, Sancho del Campo, tenente de la fortaleza, no dudó en entregársela. Preparados para lo peor, ambos se dividieron: Beaumont se quedó en Ampudia y Zapata decidió retirarse a Torremormojón, señorío el Conde de Benavente.
Tal y como le hacía saber por carta el cardenal Adriano al emperador, los gobernadores procedieron a declarar Ampudia incorporada a la Corona. Pero la Junta comunera no tardó en reaccionar: apenas habían pasado 48 horas de la llegada realista a la localidad palentina cuando ordenaba el contragolpe. Juan de Padilla, jefe del ejército comunero, tomó la iniciativa. Reunido con Acuña en la fortaleza de Trigueros del Valle, procedió a planear la ofensiva. Entre los dos sumaban un total de 4.000 hombres. El día 16 marchaban hacia la localidad. La fortaleza, pese a los duros ataques del obispo, que incluso llegó a empujar un trillo para derruir su puerta, resistió y sólo fue entregada el día 19, merced a la negociación. Eso sí, los moradores de la localidad hubieron de pagar 2.000 ducados y 1.000 cántaras de vino.
Aprovechando la ocasión, Padilla salió raudo para tomar Torremormojón, localidad del conde de Benavente: el asedio de su fortaleza duró hasta que la amenaza del fuego obligó a sus moradores a firmar la rendición. Ocurrió un día antes de la toma definitiva del castillo de Ampudia. Beaumont y Zapata lograron escapar en dirección a Torrelobatón. Los vecinos hubieron de pagar 1.500 ducados a los nuevos conquistadores, aparte de ropas, enseres domésticos, alimentos, ganados y demás objetos saqueados.
Esta sucesión de éxitos llevó a los comuneros, concretamente a Acuña, Padilla y al conde de Salvatierra, a planear la toma de Burgos aprovechando la corriente pro-comunera existente en la ciudad. Sin embargo, el condestable se les anticipó: el día 21 aplastó todo conato de rebelión y se hizo fuerte en el interior. Los tres comuneros frenaron la marcha. Padilla regresó a Valladolid y Acuña prosiguió su campaña en Tierra de Campos.
En Magaz, el 23 de enero de 1521, el prelado saqueó la ciudad y la iglesia (a sus moradores, aseguró el comendador, «no dejó un asador») pero no pudo con la fortaleza, bien defendida por García Ruiz de la Mota, hermano del obispo Mota; sin embargo, este mismo nada pudo hacer para impedir el incendio comunero del castillo de Villamuriel. Las últimas campañas de Acuña en Tierra de Campos consistieron en las capturas de Tariego, Cordovilla (propiedad del conde de Castro) y Frómista: su fracaso a la hora de hacerse con las fortalezas de las dos primeras localidades fue compensado con la entrega de 450 ducados por parte de los vecinos de Frómista a cambio de que no saqueara sus casas.
El 27 de enero de 1521, la Santa Junta, reunida en Valladolid, acordaba «escribir e escribieron al señor obispo de Zamora para que se viniese porque ocurría necesidad de su persona dexando la gente donde a su señoria mejor le paresciese». Dos cometidos no menos cruciales aguardaban ahora a Antonio de Acuña: la toma de Torrelobatón y, sobre todo, un azaroso periplo por tierras toledanas que rematará con el impulso de la subversión comunera meses después de la derrota de Villalar.
Su provechosa campaña en Tierra de Campos había dado como frutos el acopio de gran cantidad de dinero para la causa, pero también, evidentemente, una fuerte desmoralización entre los pobladores, hartos y temerosos de tantos saqueos y robos. De ahí que cuando en el mes de abril el condestable baje por Tierra de Campos para unir sus tropas a las del almirante y arremeter de manera definitiva contra los de Padilla, los moradores de aquellos pueblos no duden en cambiar de bando.
La llegada de los comuneros a Trigueros del Valle en enero de 1521, liderados por Juan de Padilla y el obispo Antonio de Acuña, suscitó la rebelión de los vecinos, que llevaban demasiados años soportando las crueles cargas a las que les sometía su señor, el leonés Gutierre de Robles. Padilla y Acuña entraron triunfantes en la localidad, incitaron la revuelta contra Robles e incluso se reunieron en la fortaleza para preparar el asalto de Ampudia, materializado días después.Los vecinos de Trigueros del Valle, aprovechando la llegada de las tropas, se tomaron la justicia por su mano logrando someter a su señor. Cuentan las crónicas de aquellos años que todos a una, incluido el obispo, destruyeron la barrera, el adarve y las habitaciones domésticas de la fortaleza. Un documento de la época asegura que «los vecinos del dicho valle de Trigueros se levantaron contra don Gutierre e le derribaron» parte de los muros del castillo. Le recriminaban las duras imposiciones que les obligaba a pagar desde hacía tiempo. Luego, el obispo Acuña y sus tropas procedieron a requisar el ganado y enormes cantidades de grano. La derrota de las tropas comuneras en Villalar, en abril de 1521, también la pagarían cara los vecinos rebeldes de Trigueros, contra quienes Gutierre de Robles se cobraría una dura venganza en forma de trabajos forzados y cuantiosas multas.
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