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Insoportable. Angustiosa. Grave. Los adjetivos no eran suficientes para calificar la situación hospitalaria de Valladolid a mediados de los años sesenta, en pleno desarrollo urbanístico, demográfico e industrial y con una Facultad de Medicina a rebosar. Por eso el Hospital Clínico Universitario, que el pasado día 3 cumplió 40 años, era el sueño anhelado de todo el personal implicado: rector, autoridades civiles, profesionales del sector y, desde luego, los cerca de 300.000 habitantes de Valladolid y provincia.
De hecho, las cifras hablan por sí solas: en 1970, las posibilidades hospitalarias eran de apenas 1.000 camas entre el vetusto Hospital Provincial, las instalaciones de la Seguridad Social y las diversas clínicas privadas. A su vez, la Facultad de Medicina, con más de 2.100 alumnos matriculados, sólo disponía de 350 camas para sus necesidades de enseñanza. Este hecho, unido a las precarias condiciones que arrastraba el centro hospitalario provincial, en funcionamiento desde 1889, urgió al rector de la Universidad, el prestigioso medievalista Luis Suárez, a buscar una solución rápida, aunando esfuerzos con las autoridades civiles para llegar a un acuerdo con el Ministerio de Educación.
El primer proyecto de nuevo Hospital Clínico Universitario, encomendado en 1967 por la Facultad de Medicina a los arquitectos Isaías Paredes y Ángel Ríos, terminaría siendo desechado por no disponer de espacio suficiente para aparcamientos y zonas verdes, establecer una conexión «forzada» con los servicios de la Facultad y no facilitar la integración de otros que pudieran ser administrados y gerenciados por la Seguridad Social. Tras nuevas reuniones en Madrid se acordó construir un Hospital separado del Materno-Infantil, financiado en su totalidad por el Ministerio de Educación y Ciencia y que pudiera ser concertado en su posterior funcionamiento con la Seguridad Social. Fue el propio Ministerio el que encargó el proyecto a Martín San José Marcide, arquitecto experto en construcciones hospitalarias que en ese momento ejercía como jefe de la Sección de Arquitectura del Instituto Nacional de Previsión. Ya en noviembre de 1970, El Norte de Castilla aseguraba que el futuro Hospital sería «el más importante de España».
Las obras de construcción del edificio, una vez aprobadas en Consejo de Ministros, se adjudicaron en subasta pública a la empresa Entrecanales y Tavora, S.A. Ya entonces –comienzos de 1971- se hablaba de un presupuesto total de 1.200 millones de pesetas para un edificio provisto de 1.200 camas y «proyectado con arreglo a las normas más modernas y funcionales para este tipo de centro», el más apropiado, por tanto, para «sacar adelante el tipo de función asistencial, docente e investigadora que le está encomendada».
Los principales estamentos implicados proyectaban un plazo de construcción de tres años y avanzaban a este periódico los datos más relevantes del nuevo complejo hospitalario: 15 plantas, 900 camas para Hospital General, 180 para obstetricia y ginecología y 130 para pediatría, ocho quirófanos y habitaciones de dos y tres camas. Con todo, los primeros retrasos no se hicieron esperar, pues las obras, en lugar de comenzar a principios de año, tuvieron que esperar hasta el derribo, en agosto de 1971, del Seminario antiguo, ubicado en el solar en que iba a ser levantado el Hospital.
Por si fuera poco, enseguida comenzaron a llegar anónimos dirigidos al decano de la Facultad de Medicina y al propio Ministerio denunciando la localización elegida, ese amplio solar que afectaba a las calles Sanz y Forés, Real de Burgos y Ramón y Cajal; propiedad de la Universidad, había sido ampliado con la adquisición de terrenos de la Casa de Beneficencia y del Convento de Concepcionistas Franciscanas. El asunto saltó en una mesa de urbanismo organizada por el Ateneo, a la que no pudo acudir ningún representante de la Facultad de Medicina. Hasta la Junta de Gobierno de la Delegación en Valladolid del Colegio Oficial de Arquitectos envió a la prensa un comunicado tildando de «error urbanístico» la ubicación escogida, pues a su juicio vulneraba el Plan General de Ordenación Urbana recientemente aprobado y por sus «implicaciones en cuanto a tráfico, sanitarias y ambientales».
La extensa y detallada respuesta de la Facultad de Medicina, publicada en El Norte de Castilla los días 24 y 26 de diciembre de 1971, defendía la elección del solar aduciendo que disponía de una amplia superficie para dotaciones de aparcamientos y zonas verdes, su proximidad a la Facultad de Medicina, al futuro Hospital Materno-Infantil, a la Residencia de ATS femeninas, al futuro edificio de la Jefatura provincial de Sanidad y a la Facultad de Ciencias, las ventajas en el acceso y la «favorable influencia en orden al embellecimiento de una zona hasta ahora casi suburbial».
Solventado este escollo, todavía en noviembre de 1972, José Ramón del Sol, sucesor de Suárez al frente del rectorado de la UVA, aseguraba que el Hospital entraría en funcionamiento en el curso 1974-1975. Pero no pudo ser; en el verano de 1975, el doctor Rodríguez Torres, director del Hospital Provincial y miembro de la comisión paritaria para negociar con la Seguridad Social, explicaba a este periódico las causas del retraso: la necesidad de reformar el Departamento de Radiología para adecuarlo a las últimas directrices de la Junta de Energía Nuclear, las dificultades para importar determinados materiales necesarios en la construcción de los quirófanos, la lentitud de los concursos correspondientes para la compra de utillaje, la demora en la firma del convenio con la Seguridad Social…
Cuando por fin el 22 de marzo de 1976 el rector Juan Antonio Arias Bonet y el delegado general del Instituto Nacional de Previsión (entonces entidad gestora de la Seguridad Social), Fernando López Barranco, rubricaban el ansiado convenio, volvió a ponerse plazo a la inauguración del nuevo centro hospitalario: «Dentro de seis meses estará en funcionamiento el Hospital Clínico», señalaba este periódico, haciéndose eco de las palabras pronunciadas en rueda de prensa por Rodríguez Torres y el delegado provincial del INP. «Este hospital posee quince plantas con un número total de camas de 885, de las cuales el 80 por ciento estará dedicado a asegurados y beneficiarios y 20 por ciento restante se repartirá entre ingresos privados y beneficencia», aseguraban ambos, para, a continuación, desgranar otras cifras del igualmente importantes: 363 miembros del personal universitario, 1087 pertenecientes a personal auxiliar, administrativo y técnico subalterno, 100 plazas de médicos residentes de primero, segundo y tercero, y 30 de médicos internos rotatorios.
La paciencia, sin embargo, se estaba agotando. En abril, Profesores No Numerarios y médicos del Hospital anunciaron una huelga en caso de que no se nombrara director y administrador del nuevo centro antes del 12 de mayo. Afortunadamente, una semana antes de expirar dicho plazo se hizo pública la designación, para el primer puesto, del doctor José Antonio Hernández Hernández, médico de zona en Gijón que había dirigido la Residencia de Nuestra Señora de Covadonga además de impulsar un ambulatorio en Alcañiz y el Centro de Parapléjicos de Toledo. El puesto de administrador lo ocupó Gabriel Martín Parro.
A ambos les tocó lidiar con el tramo final de un tortuoso camino empedrado de contratiempos, pues aunque en diciembre de 1976 la Junta del Patronato aprobaba un Plan de Puesta en marcha que preveía la apertura el 5 de septiembre de 1977, en febrero de este año el Ministerio aún no había convocado los prometidos concursos de 50 y 90 millones de pesetas para la dotación de utillaje. En respuesta, Profesores No Numerarios y médicos del centro iniciaron una huelga consistente en atender solo los casos urgentes y a los enfermos ya hospitalizados.
Coincidía este paro con la designación de Alfonso Candau Parias como nuevo rector de la UVA, el cuarto desde que Luis Suárez inició todo este proceloso trámite. Y tampoco él acertó cuando, a preguntas de El Norte de Castilla, aseguró que el Hospital abriría en octubre de 1977: «Y si hace falta, retraso el curso», remachó. Pero ni una cosa ni la otra: el curso 1977-1978 comenzó con el edificio sin estrenar, a falta aún de utillaje y de contratación de personal. Hasta el subsecretario de Salud Pública, el doctor José Palacios y Carvajal, patinó en sus declaraciones a los inquietos periodistas que el 7 de octubre de 1977 le acompañaron en la visita al edificio: «A mediados de este mes se formalizarán los contratos con el personal del viejo hospital y a principios del próximo mes el Clínico abrirá sus puertas».
Y tampoco fue así: aquel mes de en noviembre de 1977 tuvo que ser el director del centro el que anunciara la inauguración para finales de año. Hernández erró por poco: el Hospital Clínico Universitario inició la admisión de enfermos el 3 de enero de 1978, fecha exacta en la que estrenó las primeras 56 camas con pacientes trasladados desde el viejo Hospital Provincial, cuatro de ellos de la Unidad de Cuidados Intensivos. Aquel día entraron en servicio 440 camas de las plantas cuarta, quinta y sexta y del área de urgencias.
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