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Los asesinatos en África, con tan solo unos días de diferencia, de dos misioneros de Castilla y León, el salesiano salmantino Fernando Hernández, de 60 años, y la burgalesa Inés Nieves Sancho, han conmovido a la comunidad, que en estos momentos tiene en el exterior ... a un total de 2.522 misioneros.
Un buen número de ellos, 620, lo que supone casi el 25% del total, proceden de la Diócesis de Burgos, que ha dado muchas vocaciones a la vida misionera por la creación en la capital burgalesa del seminario de misiones, que se inauguró en 1929 y que actualmente es el Instituto Español de Misiones Extranjeras (IEME). Hay también en el extranjero 375 misioneros de la Diócesis de Palencia, 366 de la de León y 343 de la de Astorga. A estos se suman 188 de Valladolid, 180 de Salamanca, 113 de Segovia, 112 de Zamora, 106 de Osma-Soria, 78 de Ávila y 41 de Ciudad Rodrigo, según los datos facilitados desde las diferentes diócesis de la comunidad.
La labor de los 2.522 misioneros de Castilla y León que están en el extranjero es muy variada. En su labor misionera hacen de todo, desde impartir formación, catequesis y encargarse de la vida pastoral y sacramental a ayudar a un niño a hacer un papel para ir a la escuela o pagar la escolaridad, llevar a un enfermo al hospital porque no hay más coches que el suyo o estar pendiente del reparto de semillas o del abono. «Ellos están allí organizando todo el entramado social», explica el delegado diocesano de Misiones de Burgos, Ramón Delgado, que ha estado de misionero en Togo durante diez años y conoce la República Centroafricana, donde prestaba su ayuda a las personas más desfavorecidas la última misionera castellano y leonesa asesinada.
Aunque también hay nuevas incorporaciones, en general son personas que llevan muchos años en otros países. De hecho, el perfil del misionero español es el de una persona con una media de edad de 75 años.
El salmantino Fernando Hernández tenía 60 años cuando fue asesinado en Burkina Faso por un antiguo cocinero, empleado de la obra durante siete años y que había sido despedido. La burgalesa Inés Nieves Sancho tenía 77 cuando fue decapitada en la República Centroafricana en un local donde enseñaba a las niñas a coser.
Estos asesinatos evidencian el sufrimiento que vive la población de esos países, según subraya el delegado de Misiones de Burgos.
«La violencia se está recrudeciendo en toda esa zona y hay grupos armados que operan a sus anchas porque no hay autoridad que pueda controlarles y son un poco rebeldes contra todo lo que ellos consideran que puede ser occidental», resume sobre la situación que se vive en la actualidad. Además, asegura que estas muertes son reflejo de la situación de pobreza y falta de aspiraciones y futuro que hacen que algunas personas se afilien a un grupo violento para salvar su vida.
«Si una misionera religiosa es capaz de dar su vida hasta ese punto y de morir de esta manera, cuánto no estará sufriendo la población nativa de allí, de falta de todo, de dignidad, de ecuación, de sanidad», manifiesta el delegado diocesano de Misiones, para quien la muerte de la misionera burgalesa indica «cuánto no estará sufriendo la población local».
Explica que hasta ahora el lugar donde se protegía a la gente cuando había conflictos era en la misión, al abrigo y bajo el abrigo de los misioneros. Ahora ha llegado un momento, asegura, en el que se ha perdido el miedo a hacer daño a un misionero. «Se ha pasado de tener cierto temor y respeto a las ínfulas musulmanas que dicen que matar a un religioso misionero te hace ascender directamente al cielo», asegura.
Sin embargo, los misioneros no tienen miedo. «Ninguno de ellos tiene miedo de estar ahí, son conscientes de que su vida pende de un hilo, pero la palabra miedo no existe, más bien es entrega, una vida entregada y que sea lo que Dios quiere», asegura Ramón Delgado sobre el sentir de misioneros de Castilla y León que también han estado en guerras de países africanos como Angola, Mozambique o Burundi.
En este sentido, explica que son más conscientes de lo que sufre el pueblo y de lo mal que lo está pasando la gente de allí que realmente del peligro que ellos corren. «Eso es lo que hace entregarse hasta el fin si hace falta», asegura.
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