CAPÍTULO 2

«Estuve callada mucho tiempo, pero me harté. Quiero que se sepa que a mi padre lo asesinaron por nada»

Pese al paso del tiempo, los descendientes de los represaliados siguen buscándolos en caminos, cunetas y fosas comunes mientras esperan una pista certera que desvele el paradero de sus antepasados o alguna ley definitiva que impulse de una vez por todas las exhumaciones oficiales y judiciales

Jueves, 19 de julio 2018

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Como cada día, Julia Rodríguez cumplía con las labores del hogar mientras sus dos hijos -Benigno, de seis años, y Julia, de tres- jugaban con los muñecos de trapo que ella misma les había cosido intentando alborotar lo menos posible para no depertar a su ... padre, que dormía tras una larga jornada de trabajo como obrero metalúrgico. Los Merino Rodríguez eran una familia más en una Medina de Rioseco en la que en el año 1936 contaba con 5.000 habitantes, harineras, almacenes de trigo, estación de tren y varias fundiciones, como la de Urbón, donde trabajaba Modesto que, en sus ratos libres, se encargaba de la Secretaría de la Casa del Pueblo.

«Era la mañana del 19 de julio de 1936, y alguien llamó con fuerza a la puerta de nuestra casa. Preguntaron por mi padre, y mi madre contestó que estaba acostado, que había pasado toda la noche trabajando, pero insistieron en que le despertara, que tenía que ir a declarar al cuartelillo. Mi padre salió de la habitación, preguntó si podía asearse y se llevó un culatazo de escopeta. Salió de nuestra casa y nunca más regresó». Julia (todos la llaman Julita), solo tenía tres años, y no recuerda ni a su padre, ni el arresto. Pero el relato de su madre y de su hermano ha convertido esta historia en parte de su propia memoria.

El antiguo edificio de Cocheras, en el Paseo de Filipinos. Una imagen de Julita, con su hermano y su madre. En la tercera foto, una de las cartas que Modesto Merino escribió desde la cárcel .

A sus 85 años, en su piso del barrio vallisoletano de Delicias, comparte sus recuerdos con su marido Germán Arias: «Yo soy más joven que ella, dos meses», sonríe guasón mientras toma asiento alejado de la cámara. Les unen 33 años de matrimonio, dos hijos, un nieto de 27 y un pasado humilde que se entrecruzó un día para mezclar los sueños y las preocupaciones de ambos.«Mi madre siempre tuvo mucho miedo, y no nos dejaba decir que a mi padre le habían asesinado», relata Julita Merino mientras Germán asiente en silencio; «siempre estuve calladita, pero un día me harté. Quería que se supiera que a mi padre le mataron por nada».

Modesto Merino fue trasladado a Cocheras. El antiguo almacén de los tranvías de Valladolid se convirtió en una extensión de la cárcel provincial. Allí llegaron a estar encerrados 2.500 hombres, hacinados, en penosas condiciones. La madre de Julita le visitó en varias ocasiones; la última, el 25 de noviembre de 1936. Pero ese día ya no pudo verle. «A su marido le han dado la libertad, le dijeron a mi madre, y a ella se le cayó el mundo encima. Sabía lo que significaba».

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«Esto va muy lento, ¿sabes? Yo ya no tengo ilusión de encontrarlo»

Su madre ya no pudo volver a Rioseco y se fue a vivir con una hermana y su marido a Valladolid: «Fueron muchos años de penurias, de pasar hambre, de ir para aquí y para allá. Mi madre estuvo varios años enfermera. Tenía 27 años y mi padre 29. Fue una mujer anulada por el sufrimiento, pero siempre se desvivió por nosotros».

Desde hace unos años lucha por saber qué fue de su padre,«pero no hemos encontrado nada, ni un registro, es como si no hubiera existido». Ha participado en una asamblea de la ONU, se entrevistó en su día con el juez Garzón, y ha formado parte de forma muy activa en la Asociación para la Memoria Histórica de Valladolid. Han sido muchos años de lucha, de búsqueda y de convertirse en la voz de los silenciados por la represión franquista. Hace unas semanas participó en el homenaje anual a los represaliados junto al monolito que señala el lugar donde, a juicio de Julita, se encuentra el cuerpo de su padre junto al de otros cientos de fusilados.«No creo que pueda volver a ir allí, mi salud es muy precaria», explica. Todavía se emociona cuando recuerda a su padre: «Esto va muy lento, ¿sabes? Yo ya no tengo ilusión de encontrarlo».

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Vídeo. Julita Merino, hija de represaliados, con el libro que escribió sobre la historia de su vida. Enla contraportada, la imagen de sus padres. Rodrigo Ucero

María Agustina González, perdió a sus abuelos y a su tía: «Mi madre nunca pudo llevar luto para que no la señalaran por la calle»

Lleva el María por su tía y el Agustina, por su abuela, y todavía se emociona al recordar cómo ambas fueron detenidas en Rioseco un día y, según varios testigos, fusiladas al siguiente. Según los datos de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, sus cuerpos podrían estar entre los 247 cadáveres exhumados en la fosa de El Carmen, en Valladolid. «Un vecino guardia civil de mi familia dijo que habían sido fusiladas en la tapia del camposanto y enterradas en una fosa común», explica. La misma tapia en la que otra de sus tías, la más pequeña, pidió que, tras su muerte, fueran esparcidas sus cenizas. Los datos del registro del cementerio de El Carmen dan esperanza a esta familia: existen dos mujeres inscritas como dos desconocidas, una más mayor y una joven. La abuela de María Agustina tenía 43 años y, su tía, 18. Por eso confía en que puedan ser ellas.«No tenemos medios económicos para realizar la prueba pertinente, por eso pedimos que se cree un banco de ADN, para que se puedan ir cotejando con los restos que se van exhumando en Valladolid», reivindica.

Camino del cementerio de El Carmen, en Valladolid, donde estaban enterrados los 247 cuerpos de represaliados. Rodrigo Ucero

Su abuelo corrió la misma suerte; en su contra, ser socialista, republicano y pertenecer a la Casa del Pueblo. Como el padre de Julita Merino, también estuvo recluido en Cocheras, y luego desaparecidó sin dejar rastro. A los que sí sobrevivieron les quedó la pena, el vacío y, sobre todo, el miedo:«Mi madre nunca pudo llevar luto para que no la señalaran por la calle. Ella nunca habló de esto. En mi familia siempre reinó un silencio absoluto».

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Como muchas otros descendientes de represaliados, en casa de María Agustina González también el valor y el anhelo de encontrar a los suyos terminó superando al miedo, desterrando así para siempre ese silencio que les había acompañado durante décadas: «Ahora somos los nietos los que hemos recogido el testigo de la búsqueda, y no vamos a dejar de hacerlo».

Vídeo. María Agustina González, peridó a sus abuelos y a su tía. Rodrigo Ucero

José Luis Posadas, su abuelo murió en el Fuerte de San Cristóbal: «En mi casa nunca se habló ni de represión, ni de la guerra»

En la casa del palentino José Luis Posadas nunca se habló de represión. Durante muchos años este electricista prejubilado desconoció la historia de su abuelo Primitivo Posadas. Pero el destino es caprichoso, y el azar le llevo a investigar su historia familiar para elaborar un árbol genealógico. De esta forma descubrió que se abuelo había fallecido en el Fuerte de San Cristóbal, en Pamplona, tras pasar casi cinco años en la cárcel; y que su tío Braulio (que aún vivía) había sido condenado desde los 16 años a trabajar en batallones de soldados trabajadores durante once largos años. Tanto su tío como su padre habían sido condenados tras un incidente que ocurrió en Monzón de Campos después de que un vecino se negara a entregar su arma, una de las primeras medidas que impuso el Ejército tras el Golpe de Estado del 18 de julio.

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José Luis Posadas ha logrado documentar al detalle el proceso judicial al que fueron sometidos por rebelión su tío y su abuelo junto con otros 31 detenidos en Monzón tras pasar varios meses por el colegio de Berruguete, reconvertido en una extensión de la cárcel provincial de Palencia. «Cómo se entiende que a un señor le pegaran una perdigonada, no se sabe ni a quién ni cómo, y que a ellos y a los demás les acusaran de estar en un corro», se pregunta Posadas. Relata que de los 33 acusados fusilaron a 16 en la carretera de Burgos, a la altura del Polvorín, trasladándoles al cementerio viejo. Al resto, a los que eran mayores de edad, les enviaron al Fuerte de San Cristóbal: «A los menores les mandaron a otros lugares, como al batallón de soldados de Lorca, donde acabó mi tío en una condiciones pésimas».

El colegio de Berruguete, en Palencia, reconvertido en cárcel durante la Guerra Civil.

Fuerte de San Cristóbal, en Pamplona. Efe

Primitivo Posadas falleció por tuberculosis tras cinco años de pasar hambre y frío. Nunca encontraron su cuerpo, enterrado junto con los cientos de presos que murieron en esa prisión tanto en el cementerio de la cárcel como en las localidades cercanas. «No descarto que aparezca, pero ya lo veo muy difícil. En una ocasión me avisaron de que un cuerpo cumplía características similares al de mi abuelo, pero al final se trataba de otra persona. No descarto que aparezca, pero ya lo veo muy difícil. Para mí, mi historia ha terminado, aunque sigo colaborando con la asociación para ayudar a encontrar a otras personas».

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Vídeo. José Luis Posadas conoció la historia de su familia por azar. Rodrigo Ucero

Iván Aparicio, presidente de la Asociación Recuerdo y Dignidad de Soria: «Hoy en día hay más violencia en un partido de fútbol que la que hubo en Soria en la República, y terminó con más de 500 muertos»

No siempre los implicados en la búsqueda de los represaliados son familiares de las víctimas. A Iván Aparicio, presidente de la Asociacion Recuerdo y Dignidad de Soria, se lo pidió «el corazón». «Me pareció tristísimo y terrible todo lo que estaba ocurriendo con el tema de la memoria histórica», explica. Defiende que su caso es como el de la propia España: «Mi abuelo por parte materna fue camillero y le tocó estar en muchas batallas importantes, como Brunete, Teruel, en el Ebro... Es lo que le tocó, luchar como camillero a las órdenes de Franco. Y por la parte de mi padre, mi abuelo estuvo de militar defendiendo la República. Salvó a un sobrino suyo de un campo de concentración y el padre del chaval, agradecido, le protegió al finalizar la guerra», relata. «Para mí, todos los que están en cunetas son como si fuera mi familia».

Soria no fue una de las provincias castellanas y leonesas más afectadas por la represión; aún así, según los datos de esta organziación, unas seiscientas personas desaparecieron. «No estamos hablando de soldados ni militares; se trataba de civiles, como maestros, políticos, el jefe de Correos y otras profesiones liberales», recuerda Aparicio, y recalca que, en Soria, no llegó la guerra: «Hoy en día, en cualquier partido de Primera División hay más violencia que la que se dio en Soria durante la República».

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Iván Aparicio, presidente de la presidente Asociación Recuerdo y Dignidad de Soria. Eugenio Gutiérrez Martínez

De esos seiscientos fallecidos, la asociación soriana ha logrado encontrar 26 cuerpos, entre ellos el catedrático extremeño Francisco Romero Casado, que fue amigo de Machado y que fue fusilado a los 57 años en el pueblo soriano de Cobertelada.

Iván Aparicio tiene esperanza de que, como Francisco Romero, el resto de los desaparecidos encuentre por fin la dignidad que perdieron tras el 18 de julio:«La memoria histórica es imparable, porque es una asunto fundamental de derechos humanos. Nosotros trabajamos para eso, para que se conozca la verdad de una vez y para que España afronte sus obligaciones internacionales».

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La asociación soriana discrepa sobre la idonedidad de las exhumaciones: «Hemos abierto pocas fosas porque creemos que, sin un juez presente, se pueden borrar pruebas de un delito tan grande como es el de los crímenes contra la humanidad. Nosotros buceamos en toda la documentación para buscar pruebas de los asesinatos y hacemos denuncias por crímenes contra la humanidad». Añade que son las única asociación de España que ha abierto dos causas contra el franquismo y que ha conseguido que en una exhumación -la de los profesores fusilados en Cobertelada en 1936- hubiera presencia de policía judicial; «por eso se puede decir que en Soria no somos una potencia exhumadora».

Exhumacion de cadaveres en la fosa común en Cobertelada (Soria), entre los que se encuentran Francisco Romero, catedrático y fundador de la Universidad Popular de Segovia, fusilado en 1936. El Norte

Sol Benito Domingo, nieta de un desaparecido y presidenta de la Coordinadora de Burgos: «Es como si mi abuelo no hubiera existido nunca»

«Fue detenido por no ir a misa, por estar apuntado a un partido político y porque le mandaron entregar la escopeta de caza, y no lo hizo». Romualdo Cuesta vivía en Burgos cuando fue arrestado. Era viudo y cuidaba de su hija, de 12 años. Pasó dos meses en la cárcel de Lerma, «y desapareció, como si no hubiera existido. El archivo de la prisión está cortado con una cuchilla».

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La prueba de su existencia fue su hija Alejandra y ahora su nieta Sol, que preside la Coordinadora de Burgos para seguir luchando contra el olvido.

En su casa, su madre nunca se plegó al silencio. Desde pequeña siempre relató a quien quisiera oírla la historia de su padre, «tal vez como vivió de aquí para allá, nadie pudo meterle el miedo en el cuerpo para que callara».

Con tan solo 12 años, la madre de Sol se quedó sola. Una tía suya la acogió en su casa de Burgos, con su marido y sus hijos. Pero la vida no mejoró para Alejandra. Su tío no permitía que acudiera al colegio y la enviaba a recoger escoria de carbón junto a las vías del tren. La niña consiguió que otra tía suya la acogiera, y con 13 años comenzó a trabajar en una casa a cambio de techo y alimento. «Aunque la comida era escasa -apunta Sol-, mi madre siempre me habló del hambre que pasó de pequeña. Hasta los 18 años no se desarrolló».

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El hambre lo acabó matando en una churrería de la calle La Merced y, la soledad, también. Allí conoció a otro niño, el hijo del dueño del establecimiento en el que ambos trabajaban. Con el tiempo se enamoraron y se casaron, «la vida siguió su curso, como la de todos supongo».

Respecto a su abuelo, Sol es consciente de la dificultad que supone encontrar sus restos: «Pensábamos que estaba en Landaya, luego en Estépar y, por último, en un pueblo de la carretera de Soria; pero no lo hemos localizada. Lo veo ya bastante difícil, pero por lo menos estoy luchando por exhumar los cuerpos de los que sí estamos encontrando».

Romualdo y Severina, con su hija Alejandra. En la segunda imagen, Sol Benito Domingo. La carta que envió Romualdo desde la cárcel, y que firmó con un rebelde «Biba Expaña».

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