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Cinco meses y medio de pesquisas en torno a la violenta muerte de la pequeña Sara, siempre llevadas a cabo bajo el tupido velo del secreto judicial, están a punto de cerrar la instrucción de una causa que apunta de manera inequívoca al ... novio de su madre como presunto autor material del crimen, registrado a caballo entre el 2 y el 3 de agosto del año pasado, pero en la que aún existen «dudas razonables» sobre el papel que jugó la progenitora en los días previos al, según todos los indicios, asesinato de la víctima, de 4 años.
Y esta última cuestión, en cuanto a la imputación o no de la madre, que deberá despejar la jueza que investiga lo ocurrido en el domicilio familiar del número 43 de la calle Cardenal Torquemada (La Rondilla) en su auto de inculpación, será determinante a la hora de repartir responsabilidades penales, si es que es así, no solo entre los dos únicos sospechosos sino también en la actuación previa de policías, fiscales y servicios sociales. Esto es así debido a los indicios, recogidos en el informe forense, que sí apuntan a que la niña presentaba hematomas antiguos, previos al crimen, cuyo origen será determinante en la causa.
«No sería lo mismo que se demuestre que la niña sufrió malos tratos continuados, en cuanto al papel de la propia madre y de los funcionarios de las distintas administraciones que intervinieron en el expediente abierto veintitrés días antes de la muerte -un médico denunció el 11 de julio que presentaba signos de maltrato-, cuya ayuda llegó tarde, o que estos se limitaron solo al día del crimen», según coinciden en señalar fuentes de la investigación.
Las mismas fuentes explican que la pequeña, en principio, «presentaba signos de haber sufrido el síndrome del niño apaleado», conforme a las conclusiones forenses, que recogen un «número elevado de contusiones previas que parecen incompatibles con los juegos o caídas habituales de una menor de su edad».
Otra cuestión es demostrar cómo se produjeron, ya que las propias acusaciones reconocen que la madre, Davinia M. G., de 37 años, ofreció la semana pasada, en su segunda declaración en el juzgado, un relato «creíble y coherente» sobre que nunca «observó signos evidentes de que su hija estuviera sufriendo malos tratos». Los golpes, según su testimonio, se los habría producido la pequeña fruto de caídas y de juegos infantiles, al menos, hasta la mañana de autos, la del 2 de agosto, cuando los sanitarios se la encontraron en su domicilio en parada cardiorrespiratoria. Y allí estaba, junto a su hermana de 12 años, a cargo ambas del novio de la madre, Roberto H. H., de 36.
La segunda declaración de la progenitora, no obstante, se produjo después de haber cambiado de abogado -inicialmente estuvo representada de oficio- y contratado a un letrado madrileño, comunidad en la que permanece recluida en la prisión militar de Soto del Real, conforme a su condición de cabo del Ejército -su futuro profesional también dependerá de su imputación y de una hipotética condena posterior-. Su comparecencia, eso sí, fue solicitada por la titular del Juzgado de Instrucción número 6 en un aparente intento de despejar las últimas dudas sobre una causa, en principio, finiquitada, según reconocen las partes personadas.
Las acusaciones, de entrada, apuntan a que la madre podría ser imputada por un delito de omisión del deber de socorro, con un evidente resultado fatal, pero que conllevaría una pena menor. Eso sería así si se demuestra la existencia de malos tratos previos al día del crimen y si así lo considera la jueza cuando dicte el auto de imputación. Antes llegará la resolución de la Audiencia Provincial, que allanará el camino en uno u otro sentido, al recurso de la defensa para que recupere la libertad después de cinco meses y medios recluida. En el peor escenario, eso sí, podría llegar a ser imputada como coautora del crimen.
Más oscuro parece el panorama judicial para el principal sospechoso del crimen, Roberto H. H., de 36 años, también encarcelado desde la detención de ambos aquel 3 de agosto, ya que a él apuntan directamente las pruebas practicadas hasta la fecha como presunto autor material, al menos, de la muerte de Sara. El sospechoso, no obstante, siempre ha defendido su inocencia en sus dos declaraciones ante la jueza, la última a petición propia, en las que negó que maltratara a la niña y en las que sostuvo que la mañana de autos «intentó salvarla después de que sufriera una caída»
Pero el informe forense, ya concluido definitivamente una vez remitidos los últimos resultados de los análisis de los indicios biológicos, apunta «inequívocamente» a que la muerte de Sara fue «violenta», léase homicida, y también recoge «signos claros» de que sufrió abusos sexuales, al menos, en la mañana de aquel 2 de agosto, en la que el único adulto que estaba en el domicilio familiar era el novio de su madre, con la que mantenía una relación desde hacía pocos meses antes. Su progenitora había acudido a primera hora a su puesto de trabajo en el Centro de Comunicaciones (Cecom) de Capitanía, en la plaza de San Pablo, donde estaba destinada.
Davinia, en su relato del pasado día 12, que las acusaciones califican de «convincente», apuntó por vez primera abiertamente a su novio como autor material del crimen, conclusión a la que habría llegado después de leer el informe forense, según explicó ella misma. La madre de Sara, que hasta ese día había defendido la inocencia de su pareja, reiteró hasta la saciedad que «nunca observó nada raro», atribuyó los hematomas antiguos de su hija a «meros juegos infantiles» y concretó que bañó a la pequeña «dos días antes de su muerte y que no observó ninguna de las contusiones que después encontraron los forenses».
La instrucción de la causa, a juicio de las fuentes consultadas, estaría concluida a estas alturas, ya que las partes personadas no han solicitado pruebas de última hora, a expensas de la resolución del recurso de libertad solicitado por la madre y del posterior auto de imputación.
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