Burgos siempre ha sido ciudad de parada y fonda. Su excelente ubicación, cruce de caminos del norte peninsular, y su innegable patrimonio histórico y patrimonial, la convierten en un destino turístico de primer orden en la España interior. Sin embargo, su cercanía a otras capitales ... y su compacto tamaño invitan a algunos viajeros a llegar, curiosear y marcharse ese mismo día, centrando su visita en los monumentos más señalados. Craso error.
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Porque hay mucho Burgos más allá de la Catedral, el Arco de Santa María, el Museo de la Evolución Humana (MEH), Las Huelgas y La Cartuja. Que estar, están, y merecen una visita dedicada y pausada, pero no son los únicos atractivos de una ciudad ecléctica, en la que los recuerdos medievales se mezclan con los aromas contemporáneos, ofreciendo a propios y extraños una experiencia muy particular que se puede prolongar durante todo el fin de semana de manera pausada. Allá va un consejo: calzado cómodo y ganas de andar. Deje el coche en el garaje y salga a descubrir la ciudad a pie. Vale la pena.
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Tras el preceptivo check in en el hotel, toca salir a reconocer la ciudad. Pongamos que ya ha estado antes y conoce de sobra las maravillas que muestran las fotos de las guías de viaje. Olvídelas. O al menos en parte. Por algunas de ellas pasará, quiera o no. De hecho, nuestro consejo pasa por arrancar la visita desde el Castillo.
Sí, se trata de un 'must' en todas esas guías de viaje de las que intentamos renegar, pero es indudable que no hay mejor manera de conocer una ciudad que verla desde un alto. Y el mirador del Castillo de Burgos es, quizá, uno de los más bonitos de España. Además, ahí al lado se ubica el Vagón, cuya terraza, sobre todo en verano (que también existe en Burgos), es una auténtica maravilla para tomar un refrigerio.
Una vez contemplada la ciudad desde las las alturas, toca caminar. Si le gusta la naturaleza, un breve paseo por los alrededores de la fortaleza, entre pinos y fuentes, resulta muy edificante. Si ya tiene muy vista la naturaleza, enfile ladera abajo hacia el casco histórico. Allí, sin casi darse cuenta, el viajero se plantará en el barrio de San Esteban. La puerta medieval y su muralla a un lado y la histórica iglesia al otro. Y, en medio, el CAB, cuyas líneas rompen radicalmente la esencia medieval del entorno. La visita a sus exposiciones es obligada, como así lo es su pequeña y exquisita terraza.
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Ha llegado la hora del buen yantar. El estómago ruge ante los aromas que emanan de los mil y un restaurantes y locales de pinchos del casco histórico. A un paso de la Plaza Mayor aparecen las calles Sombrerería y San Lorenzo, conocida a orillas del Arlanzón como Los Herreros. Cualquiera de las dos opciones es buena para degustar una muestra de la cocina castellana. Eso sí, vaya donde vaya, y más allá de la morcilla, no deje de probar los cojonudos y las patatas bravas. Quizá, la Unesco debería plantearse su declaración como Patrimonio Mundial.
Una vez resuelto lo del comer, toca reposar las viandas. Y qué mejor manera de hacerlo que con un buen trago. Y si es con música, mejor. Una buena opción es La Rúa, que mantiene desde hace muchos años una interesante programación de actuaciones en directo.
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La noche ha sido dura, así que tampoco hay que madrugar en exceso. Lo que sí es necesario es desayunar bien, por ejemplo, en alguno de los locales que Juarreño tiene repartidos por el centro de la ciudad. Y de ahí, emprender de nuevo la visita por el casco antiguo, buscando las huellas del pasado histórico de la ciudad que aún son visibles. Algunas, a simple vista; otras están más escondidas.
Una de ellas es la Casa de Miranda, actual museo de Burgos, eclipsado por la fastuosidad del cercano MEH, pero cuya colección es sin duda una fantástica muestra de la historia de la ciudad y, además, dicen que hay fantasmas entre sus muros. También merece la pena pararse en alguno de los comercios con mayor raigambre de la ciudad, como la Librería Espolón o la Sombrerería Teodoro.
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Tras el innegociable paseo por el centro, aderezado por ejemplo con un vermú en el Victoria, toca buscar dónde comer. Y en este caso, se antoja gran idea probar una gastronomía diferente a la tradicional. Y qué mejor que un restaurante vegetariano como el Gaia. Aunque sea un acérrimo carnívoro, no lo dude, le sorprenderá la cocina del local, ubicado por cierto junto al callejón de Las Brujas, uno de esos rincones tan desconocidos como curiosos de la ciudad.
Con el estómago lleno de nuevo, toca volver a andar, pero en lugar de ir hacia la Catedral, puede ser una buena idea dirigirse en dirección contraria para poder admirar la puerta de San Martín y bajar después por el Paseo de los Cubos. Llegar, se llega al mismo sitio, pero el paseo merece la pena. También merece la pena visitar alguno de los palacios que aún pueblan el casco histórico, como el de Castilfalé, actual sede del Archivo Municipal, el de Capitanía con su museo militar o el del Cordón, una de las construcciones civiles más importantes de la historia de Castilla. Las opciones son muchas.
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Ha llegado el momento de cenar como un rey. O como un hombre de Atapuerca, vaya usted a saber. Para ello, y a escasos metros de la propia Casa del Cordón, se levanta Cobo Evolución y su hermano Cobo Estratos. Dos restaurantes en uno impulsados por el televisivo Miguel Cobo que pueden presumir de contar con una Estrella Michelín en sus vitrinas. La experiencia que ofrece Cobo Evolución, en la que se entrelaza la gastronomía y las investigaciones de Atapuerca, es, sin duda, impresionante.
Qué mejor manera de pasar la mañana de un domingo, una vez desayunados, que dando un tranquilo paseo a orillas del Arlanzón, que dirige desde tiempo inmemorial el trazado urbano de Burgos junto con el Camino de Santiago. Desde el casco histórico, el viajero puede emprender la marcha río abajo por la margen derecha, atravesando el paseo de la Isla, cruzando el cauce por el Puente Malatos y desembocando en El Parral, un enorme parque natural conocido por los lugareños por la festividad del Curpillos. Más allá del parque se alzan a un lado Las Huelgas y al otro el Hospital del Rey, actual sede de la Universidad de Burgos. Y más allá, el lechazo.
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Una visita a Burgos no debería acabar bajo ningún concepto sin degustar un buen cordero lechal al horno. En Los Trillos, restaurante histórico donde los haya, el viajero puede dar fe de ello antes de regresar a su casa.
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