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Son las cuatro de la tarde. El silencio es casi ceremonioso. El verano está dando sus últimos coletazos y el sol aún aprieta a estas horas. Tanto, que ni siquiera en la cantina se ve movimiento. Todos parecen estar reposando la comida. El tiempo en ... Quintanilla Vivar parece ir más despacio, al igual que en muchas otras localidades del alfoz de la capital provincial, que en muchos casos mantienen arraigado ese espíritu rural a pesar del crecimiento vivido en las últimas dos décadas al albur de la llegada de cientos de nuevos vecinos.
Una de ellas es Verónica Cancho, quien llegó al pueblo hace apenas dos años buscando la tranquilidad y el espacio que Burgos ya no podía ofrecerla.
Su caso puede resultar paradigmático. Tanto ella como su pareja trabajan en la ciudad y vivían de alquiler en pleno centro, en un apartamento en la calle Santander. «Era horrible. La gente, los coches, los problemas para aparcar y que no te destrozaran el coche, el ruido en los fines de semana. Además, a mi pareja y a mí siempre nos ha gustado el campo y llegó un momento que empezamos a valorar la posibilidad de comprar una casa en un pueblo del entorno», explica Cancho.
Verónica Cancho
Entonces, recuerda, llegó la pandemia de la covid-19, que no hizo sino reafirmar sus intenciones. Ambos, acompañados de su perro, necesitaban un cambio de aires y acabaron en Quintanilla Vivar. ¿Y por qué allí y no en otro pueblo? Por simple casualidad. «Vimos la oferta de la casa el mismo día que la colgaron, estábamos de excursión por la zona, nos acercamos a verla por fuera y dio la casualidad de que estaba por allí la dueña. Nos la enseñó, nos encantó y un mes después habíamos firmado la compra», resume. Y desde entonces, añade, «no he sido más feliz en toda mi vida».
Evidentemente, vivir en un pueblo del alfoz no es para todo el mundo. Te tiene que compensar y, sobre todo, «gustar». En su caso, se dan las dos circunstancias. «Aquí tienes mucho más por mucho menos dinero» y, en realidad, «tardamos menos en ir a trabajar al centro de Burgos que algunos compañeros que viven por ejemplo en Gamonal», subraya Cancho.
La vida en Quintanilla, sin embargo, no está exenta de inconvenientes. «Dependes del coche para todo y el transporte público no tiene buenas conexiones». Además, la falta de servicios obliga a desplazarse para casi todo, incluida la compra. «Tienes que organizarte de manera diferente, porque no lo tienes todo a la puerta de casa» y hay que «aprender a convivir con muchas necesidades autoimpuestas que teníamos en la ciudad que en realidad no eran necesidades», señala.
Ella y su pareja, en todo caso, son apenas un ejemplo de los muchos que hay, tanto en Quintanilla Vivar como en la mayoría de pueblos del alfoz. «Hay muchísima gente joven. Parejas que están empezando sus familias con niños pequeños» y que se han asentado en el alfoz de la capital sin perder la conexión con el casco urbano. «La inmensa mayoría de la gente trabaja en Burgos, y los niños van al colegio a Burgos», explica Cancho, quien se reafirma en la decisión que tomó hace ahora dos años.
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