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Ahí se alzan, como testigos mudos del devenir de una ciudad otrora orgullo del reino. Las murallas de Burgos, principal elemento defensivo de la ciudad en la Edad Media nacieron y crecieron a medida que la Cabeza de Castilla lo necesitaba. Y, en parte, también desaparecieron engullidas por la expansión de una urbe constreñida en su interior. Hoy, alrededor de la mitad de las murallas permanecen en pie, así como cinco de sus puertas históricas, recordando un pasado regio. La otra mitad permanecen en el recuerdo gracias a los registros históricos y arqueológicos.
Unos registros que indican que el desarrollo de las murallas está fuertemente ligado al propio desarrollo de la ciudad. No podía ser de otra forma. Tras el establecimiento del Castillo como plaza fuerte por parte de Diego Porcelos en el 884, se consideró necesario organizar las defensas de la ciudad. Unas defensas que, en muchos casos, ya existían previamente. De hecho, las fuentes documentales apuntan a la presencia de varias torres de vigilancia en alguno de los puntos de la ciudad recién fundada. El origen y disposición concreta de todas estas defensas, sin embargo, se pierde en la noche de los tiempos.
En este sentido, cabe destacar el Torreón de Doña Lambra, uno de los elementos más antiguos de la muralla. Cuenta la leyenda de los Siete Infantes de Lara que allí se quitó la vida la propia Doña Lambra después de que su marido Ruy Velázquez muriera a manos de Mudarra. Sea como fuere, lo cierto es que la torre, que actualmente sigue en pie haciendo esquina en el Paseo de los Cubos, es anterior a la muralla en sí, como demuestran tanto su factura como su colocación.
Al parecer, la de Doña Lambra era una más de las torres que ya existían y que en algunos casos fueron aprovechadas para la construcción de la primera muralla que se levantó en los siglos X y XI para proteger el recinto de la ciudad de los ataques enemigos, fundamentalmente árabes.
Sin embargo, pocos vestigios quedan de aquella primera muralla. Y es que, ya en el S.XIII, se vio totalmente necesario mejorar sensiblemente las defensas de la que por entonces ya era Cabeza de Castilla. La ciudad había crecido, abandonando poco a poco el abrigo del Castillo y desplazándose hacia el llano en las riberas del Arlanzón y el Vena. De hecho, barrios fundamentales para la ciudad, como el de La Puebla, donde se concentraba buena parte del comercio, estaban casi desprotegidos.
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A la vista de la situación, Alfonso X ordenó levantar un nuevo muro perimetral y el Concejo de la ciudad se puso a ello, planificando y sufragando las obras. Los trabajos comenzaron en varios puntos a la vez, modificando el trazado inicial y ampliando el recinto amurallado para albergar a buena parte de los barrios de la ciudad. Extramuros se quedarían San Pedro de la Fuente, el barrio de Vega o los monasterios de San Pablo y San Juan, entre otros.
El propio Concejo definió las características básicas de la futura muralla. Ésta habría de tener unos buenos cimientos, una anchura de al menos ocho palmos y debería contar con petril y almenas.
El reto era mayúsculo y se llevó a cabo con mimo. Con mucho mimo. De hecho, el proyecto tardó en completarse alrededor de un siglo. El resultado: un recinto amurallado de alrededor de 45 hectáreas, defendido por un muro de unos 3.500 metros de longitud, trece metros de altura en su punto máximo, 93 torres y 12 puertas de acceso.
A partir de ahí, a lo largo de los años se fueron abriendo y cerrando más accesos, pero de aquellas primeras puertas aún se conservan cinco (Santa María, San Gil, San Juan, San Esteban y San Martín). El resto fueron siendo víctimas del desarrollo urbanístico de la ciudad, como fue el caso de las puertas de Carretas, Barrantes, San Pablo o la del Castillo, entre otras.
Castillo: Quizá, la puerta más importante desde el punto de vista defensivo. Se situaba en las proximidades del propio Castillo y daba acceso directo al mismo. No quedan restos visibles, si bien, se sabe cuál era su ubicación aproximada.
Carretas: Daba acceso directo a la plaza del Mercado Menor (la actual Plaza Mayor) desde la vega del Arlanzón. Se decidió derribar en 1774 y en su lugar se construyó el actual Ayuntamiento. Antes de ello, se decidió aprovechar los desperfectos de una riada para levantar un mirador para que las autoridades pudieran ver los festejos que con frecuencia se celebraban en la plaza.
San Pablo: Se ubicaba en la cabecera del Puente de San Pablo, frente al monasterio homónimo que se situaba al otro lado del Arlanzón. Daba acceso a la plaza del Mercado Mayor (plazas de La Libertad y Santo Domingo). Entre sus muchas funciones llegó a ser prisión. Al igual que la puerta de Carretas fue derribada en el S.XVIII para dar paso al crecimiento de la ciudad.
Margarita: Una de las últimas en abrirse, en el S.XVII. Se ubicaba en la actual plaza de Alonso Martínez, junto al palacio de las Cuatro Torres. Era una puerta muy sobria que fue derribada en 1863.
Judería: Como su propio nombre indica, daba acceso a la Judería de la ciudad desde la vega del Arlanzón, a la altura del actual Paseo de los Cubos. Era un acceso secundario a la ciudad, y como tal, se trataba de una puerta de pequeño tamaño, muy sencilla y sin apenas elementos decorativos.
Del Tinte: Al igual que la anterior, se trataba de un acceso secundario a la ciudad por la zona de la Judería, aunque en este caso se situaba en la zona más oriental del Paseo de los Cubos. También se la denominaba 'Del Hierro'. Desapareció a finales del S.XIX.
Barrantes: También conocida como 'Santa Aguda', al situarse en las proximidades de la iglesia homónima. Se ubicaba entre las puertas de la Judería y la de Santa María, frente al puente Girón. Era una puerta ojival, sin grandes defensas ni adornos. Fue derribada en 1870.
De Santander: Ubicada en la confluencia de las actuales calle Santander y Avenida del Cid. Fue la última en abrirse, en el S.XVIII, y una de las primeras en desaparecer ya en el S.XIX, engullida por el desarrollo urbano de la zona.
Otras puertas: Al margen de todas estas puertas, y de las que todavía se alzan en la ciudad, el recinto amurallado contó con más accesos en diferentes momentos de su historia. Algunos eran menores, y de otros sólo hay algún vestigio documental, como es el caso de la puerta de San Miguel, situada junto al Castillo.
De hecho, poco tardó el proyecto original en ser modificado. Y es que, apenas se habían concluido los trabajos de la muralla cuando se comprobó que algunas partes de la misma ya no cumplían la función para la que se habían diseñado. Algunos tramos estaban en mal estado y a otros, directamente, se les habían adosado edificaciones.
No ayudó a su conservación el terremoto que dañó parte de la estructura en 1542, ni las inundaciones sufridas en la ciudad en 1582. En 1595, de hecho, se ordenó restaurar las partes peor conservadas de la muralla. Las modificaciones eran constantes y la imagen inicial cambió sensiblemente a lo largo de los años.
Es más, la imagen de algunos de los puntos clave de la muralla, como las puertas de San Gil o San Juan, presentan hoy una imagen muy diferente a la que tenían en la Edad Media. En ambos casos, la función defensiva pasó al olvido y se derribaron algunas de las estructuras originales para dar mayor presencia a otros elementos, como viviendas.
Ya en el S.XVIII, la expansión de la ciudad obligó a ordenar el derribo del tramo ubicado justo frente al Arlanzón. Ese fue el primer mazazo, pero no el único. Y es que, en 1831 se ordenó otro derribo masivo entre las puertas de San Gil y San Pablo y entre las de Santa María y Barrantes. La ciudad ganaba espacio para seguir creciendo hacia los Vadillos y el sur, abriendo espacios como el paseo del Espolón, pero de un par de plumazos acababa de perder la mitad de la muralla.
El resto se quedó ahí, casi olvidada, durante más de un siglo. No fue hasta bien entrada la segunda mitad del S.XX cuando la ciudad comenzó a prestar atención al tesoro patrimonial que ahí se alzaba. En los 80' comenzaron las actuaciones de consolidación y puesta en valor. Y hoy, en pleno S.XXI, se busca un nuevo impulso patrimonial.
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