«En los 70 Burgos era una ciudad gris, de curas y militares, una ciudad clasista y profundamente conservadora». Así recuerdan Daniel Santos y Ángel Barredo la capital en aquellos años, cuando se celebró el juicio de Burgos, uno de los acontecimientos de mayor ... trascendencia para la historia reciente del país. Ellos tenían 21 y 27 años y ya estaban fuertemente ligados a asociaciones por la libertad y al movimiento obrero de la ciudad.
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El 3 de diciembre de 1970 comenzaba el juicio sumarísimo de 16 personas vinculadas con ETA que, por entonces, había cometido tres asesinatos y no tenía aún la fuerza que consiguió después. «El juicio se convirtió en una muestra de la decadencia de las leyes franquistas», explica Barredo que recuerda cómo «los acusados, cuyas vidas estaban en juego, en lugar de defenderse aprovecharon la ocasión para atacar a la legalidad del Régimen», algo inaudito para los jóvenes, como ellos, que ansiaban la caída de la dictadura y a los que la repercusión que tuvo el proceso les «ilusionó».
«Esa convicción y ese compromiso solo aflora cuando delante tienes a un tirano», opina Barredo, que confiesa que durante los días que duró el juicio, él junto con otros jóvenes, se reunían de forma fugaz «en corrillos» en algunas calles. «No hubo manifestaciones en Burgos, era imposible porque estaba tomada por la policía», reconoce.
Santos recuerda que en el trabajo y entre vecinos, «nadie comentaba nada en ese momento». «Lo único que se oía en público eran comentarios a favor de que los condenaran», afirma. Y este hecho, para Barredo, es comprensible a tenor de «cómo era la sociedad burgalesa entonces». «Tú te sentabas en el Espolón con un pantalón vaquero y te miraban, te hacían saber que ese no era tu lugar», recalca.
Por este motivo, para ellos el proceso fue «un punto de inflexión en muchos sentidos». Fue la primera piedra de toque de los sucesivos movimientos obreros y vecinales que se sucedieron en la capital a lo largo de los años 70. «La sociedad burgalesa se fue humanizando a raíz de aquellos movimientos», declaran.
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Gracias a medios clandestinos, como Radio Pirenaica, supieron al momento la relevancia que estaba teniendo el juicio a nivel internacional. «Sabíamos que se estaban manifetando en Europa en contra de Franco y que el tema estaba haciendo mucho ruido fuera de España», confiesa Barredo.
Con las calles fuertemente vigiladas por policía y militares, la tensión era densa en Burgos. La misma que se respiraba en el interior de la sala donde estaban siendo juzgados. Ambos conocen bien esa tensión porque tenían relación con uno de los abogados de la defensa, Ibarra, que les confesó que, en algún momento la policía llegó a sacar la pistola e incluso se vio desenfundar un sable en el mismo juicio. «Nos contó que un día salió llorando de allí», rememoran.
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Los dos celebraron el indulto como una victoria, que les impulsó a creer que el final del Régimen estaba más cerca. No se equivocaron pese a su juventud y consideran que, «lo que pretendía ser un castigo ejemplar, acabó siendo una muestra pública de la debilidad e ilegalidad de las leyes de Franco».
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