Lejos quedan los funerales por la bici y las bicicletadas que colapsaron, durante varios domingos, las calles del centro de la ciudad para escenificar su malestar ante una Ordenanza de Movilidad que impone nuevos usos y costumbres a todos aquellos que circulamos por las calles ... burgalesas. Y no, no es que ese malestar se haya diluido, sino que la pausa forzada por la pandemia nos ha dado el tiempo necesario para acompasar los ritmos. También nos ha permitido poner perspectiva e ir introduciendo cambios paulatinos, más fáciles de asimilar que lo que supone la entrada en vigor de un día para otro de las nuevas normas de movilidad.
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Cada vez vemos más bicicletas y vehículos de movilidad peatonal (VMP) por las calzadas, y menos por las aceras. Y aunque todavía muchos conductores lo sientan como una invasión de un espacio que, consideran erróneamente, les corresponde por derecho (y los ciclistas o conductores de patinetes tienen que soportar pitidos, increpaciones y acosos), también se empieza a notar un cierto calmado del tráfico. A ello han contribuido medidas como los ciclocarriles y ciclocalles, y la presencia de patrullas policiales para hacer cumplir las normas a golpe de sanción y multa. Puede molestar, pero vamos asumiendo que debemos compartir la calzada de manera pacífica.
Y ese calmado del tráfico será completo cuando se coloque la nueva señalización que permitirá reducir a 30 km/h la velocidad máxima en un buen puñado de calles. Y bien que nos hace falta pues a muchos conductores se les quedan escasos los 50 km/h y, claro, los pasos de peatones se convierten en un obstáculo dentro de su circuito particular (ya no hablemos de ciclistas o conductores de patinete). Lo mismo que un conductor a velocidad moderada, al que acosan y adelantan sin la menor consideración para que sus marcas personales no se vean resentidas. A 30 la vida se ve más tranquila y, sobre todo, da tiempo a reaccionar ante los verdaderos obstáculos.
Cuando celebramos la Semana Europea de la Movilidad es oportuno pararse y reflexionar sobre lo que cada uno de nosotros puede hacer para conseguir esa convivencia pacífica en nuestras calles. Queda mucho camino por recorrer, sobre todo si queremos fomentar el uso de medios de transporte sostenibles como la bicicleta (o el patinete), a los que debemos de garantizar una circulación segura, con vías alternativas exclusivas y accesibilidad a toda la ciudad (incluidos centro histórico o polígonos, por poner los dos extremos de la problemática). Y, para ello, hace falta inversión, una buena red de carril bici, con ciclocalles y ciclocarriles complementarios.
Sin embargo, estoy convencida de que esa pausa forzada de la pandemia, que ha traído cambios en nuestros hábitos, nos ayudará en este propósito. Es una tarea conjunta, en la que cada uno de los usuarios de la vía tiene que buscar un nuevo encaje, sin avasallar, ni poner en peligro, ni condicionar la movilidad de los demás. Igual que un peatón tiene por qué poder ir con tranquilidad por aceras y zonas peatonales, un ciclista debe poder circular con seguridad por la vía pública, pero a un conductor también se le debe garantizar el acceso a lugares y servicios. Fomentemos el transporte sostenible pero sin penalizar a quien no puede hacer (siempre) uso del mismo.
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