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Unas vecinas de la casa cuartel se asoman a las ventanas, con desperfectos, para observar la situación. Ricardo Ordóñez
10º ANIVERSARIO DEL ATENTADO DE LA CASA CUARTEL DE BURGOS

Pablo, vecino de la casa cuartel: «El primer recuerdo que tengo es a mis vecinos gritando asesinos. Ya se intuía que detrás estaba ETA»

Pablo Alonso tenía 22 años cuando se produjo el atentado de ETA a la casa cuartel de Burgos | Uno de sus primeros pensamientos, tras ver tanto fuego, fue que allí había muerto mucha gente

Lunes, 29 de julio 2019, 08:04

Pablo Alonso vive a pocos metros de la casa cuartel de la Guardia Civil en Burgos. Allí residía también hace diez años cuando ETA decidió hacer explotar una furgoneta cargada con 200 kilos de amonal intentando provocar una masacre que, por suerte, quedó en 60 ... heridos pero ningún fallecido. Curiosamente, a Pablo, que entonces tenía 22 años, no le despertó la explosión.

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Él vivía, y vive, en esa casa con sus padres y esa noche llegó de una semana de vacaciones con sus amigos. La furgoneta explotó sobre las 4 horas de la madrugada y Pablo había llegado a casa hacía una hora u hora y media. Cansado se metió a la cama y no se enteró de la explosión pero a los pocos minutos ya estaba despierto. Le desveló el sonido de su teléfono, le llamaba un amigo, quería saber si estaban bien. «Cuando empecé a oir el teléfono y escuché a mis padres despiertos y nerviosos y los gritos de la gente en la calle fui hilando», reconoce.

Aunque no le despertó la explosión a los pocos minutos de la detonación ya estaba despierto. Su primer recuerdo son los gritos de la calle, «escuchaba a los vecinos gritando asesinos. En ese momento la gente ya imaginaba que era un atentado de la banda terrorista ETA».

Estamos en 2009, en 2008 la banda había cometido varios atentados con víctimas mortales pero también a finales de ese año la cúpula de ETA cayó dos veces en solo tres semanas. En 2009, aunque también asesinó, los medios de comunicación coincidían en que ETA se encontraba estructuralmente debilitada y aislada en una sociedad hastiada de la violencia y con un fuerte rechazo social.

Pero ETA seguía estando ahí y los vecinos de Burgos gritaban contra ellos. Pablo salió de su habitación, vio a sus padres muy nerviosos y seguía oyendo los gritos en la calle. No sabían si salir o no, por miedo a otra explosión, pero al final salieron y allí estaban todos sus vecinos. «En mi calle, a 20 metros, se ve la casa cuartel y tengo el recuerdo de ver mucho fuego, muchos incendios. En ese momento no sabíamos si había fallecidos o no pero con el fuego que se veía, con la fachada completamente caída, lo primero que pensé es que habían matado a bastantes personas».

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Entre 400 y 500 afectados

Se calcula que, además de la sesentena de heridos, entre 400 y 500 personas quedaron afectadas por este atentado contra un edificio en el que residían familias y que dañó a toda una ciudad.

Todas las ventanas de la casa de Pablo se rompieron, al igual que las de sus vecinos. En estas viviendas la parte superior tiene estructura de ático «era llamativo ver cómo las claraboyas, que son muy grandes, estaban colgando, alguna se llegó a caer. Me acuerdo de un vecino que se le había caído encima de la cama de su hijo que, por suerte, no estaba en casa». Otro recuerdo imborrable e impactante fue ver cómo muchas casas tenían trozos metálicos de algún coche en las terrazas, como la de Pablo y sus padres.

Muchos de los coches aparcados al lado de la furgoneta que explotó también saltaron por los aires. Pablo recuerda cómo en un parque pequeño cercano había un chasis entero de un coche que había volado por encima de las casas y había caído ahí. «Pensaba que si ese coche había volado por encima de las casas, podía haber caído en cualquier terraza y que la explosción había tenido que ser muy grande», rememora.

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Esa noche nadie durmió nada. A la mañana siguiente Pablo explica que veía llegar mucha gente hasta el lugar, «parecía aquello el Paseo del Espolón, la gente se acercaba para ver qué había ocurrido». Él estaba solo en su casa para atender a la policía, a los bomberos, a amigos y conocidos. «Otra cosa que siempre cuento es que nunca he recibido tantas llamadas ni tantos mensajes como ese día. Estuve colgado del teléfono toda la mañana», apunta.

Pablo reconoce que después del atentado no se instaló en él el miedo. «No puedo hablar por los demás pero yo no sufrí miedo. Además, la seguridad allí en el barrio fue mucho más extrema, dejaron de permitir aparcar en muchas zonas donde antes sí se podía. La seguridad aumentó mucho y, quieras que no, esto te da un poco de seguridad», explica.

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