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La joven burgalesa Paula Rodríguez es estudiante de Derecho. En estas fechas está en plenos exámenes de la carrera que estudia, esta debería ser su única preocupación, pero las restricciones aprobadas por la Junta para frenar la pandemia de la covid-19 le afectan directamente ... . A ella, a su familia y a miles de otras personas. «Quiero que quede claro que como nosotros hay muchas más familias, que somos conscientes de que no somos los únicos así», recalca Paula.
Ellos son solo un ejemplo. La cara humana, el testimonio detrás de esas protestas de hosteleros, detrás de cada cartel que critica las medidas que se han tomado con respecto a la hostelería. Paula es la hija del propietario de un bar en Burgos, Fact4. José Rodríguez junto a Javier Pino abrieron hace 30 años este bar.
«No eres una niña pequeña, ves la situación de tu padre, los pagos a los que hay que hacer frente. Somos cuatro en casa y en el otro domicilio, tres. Los pagos no dejan de llegar, pero los ingresos se reducen. Los propietarios son dos, pero con ellos se arrastra a varias familias. No estoy hablando de lujos, de pagarnos unas vacaciones, hablo de lo necesario para vivir», cuenta Paula. Esa sensación es con la que conviven, desde hace meses, los hosteleros y sus familias en Castilla y León, la de no saber cuánto se alargará esto hasta que te cueste pagar lo básico. Algo que ya les ha ocurrido a muchos que esta crisis derivada de la pandemia de la covid-19 ha dejado atrás. Negocios de hostelería que ya no volverán a abrir.
La Junta de Castilla y León volvió a prohibir el consumo dentro de la hostelería, solo se puede servir en terraza. «Me agobié mucho cuando me enteré de esta medida. No me esperaba que esta vez fuesen a cerrar. Sí que había leído que la Junta pensaba en el cierre de Castilla y León pero mi padre, que está constantemente mirando las cifras, me dijo que no llegábamos al límite de contagios. Entonces no crees que vaya a pasar», explica. Al miedo de encontrarse de golpe con un bar que solo puede tener cinco mesas en una terraza en Burgos en enero se suma la incertidumbre de no saber por cuánto tiempo. «Siempre son 14 días pero no echamos cuentas ya. Eso si no llegamos al confinamiento estricto», señala su padre, Jose Rodríguez.
Esta es la tercera vez que cierran los negocios de hostelería en Burgos. La primera fue en marzo; la segunda, en noviembre y ahora solo dejan servir en terraza con aforo reducido. Entre estos momentos han estado sometidos a restricciones y cambios continuos de normativa, algo que dificulta el trabajo y saber a qué atenerse.
«Esta vez no esperábamos esto. Las otras veces, cuando nos han cerrado, es porque se había llegado a un nivel determinado de contagios. Cuando se cerró en Burgos es porque estábamos en esos niveles, por prevención, y en otras provincias no se cerró por prevenir. Esta vez, en Burgos, no alcanzamos el nivel y estamos cerrados igualmente», lamenta Jose.
Así que se sienten «dolidos», «nos han tratado injustamente con respecto a otras provincias». Pero también sienten injusticia en otros aspectos. «Nos esforzamos por cumplir las medidas, por ser vigilantes, y luego miras a los autobuses urbanos que tienen más aforo permitido que este bar», señalan.
«En la universidad seguimos haciendo exámenes presenciales. En Derecho hay matriculados 120 alumnos, nos dividen en dos clases, pero seguimos siendo 60 alumnos por clase durante un largo rato», señala Paula.
Javier y Jose abrieron su bar con 20 años, hace 30. Reconocen que, de toda su trayectoria, este momento y la crisis de 2008 han sido los periodos más duros. «En 2008 la crisis golpeó mucho, antes era más de tipo económico. Si no había para tomar una cerveza, no se iba al bar. Pero ahora sentimos injusticia porque no está claro que la mayoría de los contagios se produzcan en hostelería. Se nos sigue viendo como una diversión y no un trabajo, pero es que aquí están nuestros ingresos y nos los están quitando», apunta Jose.
Hasta ahora, dentro del bar, solo podían acoger a 17 personas, con esa reducción del aforo al 33 por ciento. Pero ahora, en la terraza, solo pueden tener cinco mesas. «Con cinco mesas el que se sienta es un privilegiado y así no damos salida a todo lo que tenemos. Puedes tener la suerte de que en una mesa se sienten cuatro personas pero si se sienta solo una…», pone de evidencia Javier.
Aunque los gastos de abrir, muchos días, puedan ser superiores a los beneficios, estar en casa es peor. «En casa solo te comes la cabeza y se lleva mal. En la familia se recibe con miedo. Le das vueltas y vueltas. En nuestras parejas hay más ingresos pero pasas de dos a un sueldo. Tenemos hijos y los pagos siguen llegando. Y una trabajadora en ERTE», apunta Jose.
«Funcionamos con cinco mesas porque tenemos clientes muy fieles, que llevan con nosotros desde que abrimos y les agradecemos que estén ahí», reconocen Jose y Javier. Gracias a ellos la Navidad ha sido rara, pero ha funcionado.
Esos clientes, señalan, «están cabreados también, nos reconocen el esfuerzo que hacemos por cumplir con todas las medidas sanitarias y de seguridad, pero luego hay gente que va a sitios en los que no se respetan. Ahí también la actuación de cada uno es importante y marca diferencias. La gente tiene poder en su mano porque luego nos cierran a todos por igual», lamenta Javier.
Aun así, ellos siguen esforzándose igual o más. «Es impotencia por hacerlo bien y que vayan a por el mismo gremio siempre. No todos lo estamos haciendo mal. Son cosas injustas», señala Paula.
Junto a ellos hay muchos más, gimnasios, agencias de viaje, el mundo de la música y la cultura, distribuidores, taxistas, quioscos. «Cerrar la hostelería significa mucho, por ejemplo, nosotros no compramos la prensa porque, además, solo la puede leer un cliente».
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