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El amor por la profesión que inculcó a su hijo fue lo que le impidió colgar la toga. Ejercía por el mero disfrute de seguir trabajando en los diferentes casos que llegaban hasta sus manos. Muchos de ellos en el turno de oficio, al servicio de la justicia gratuita.
José Luis Martín Palacín estudió derecho en la Universidad de Salamanca, donde terminó sus estudios en 1959. Se colegió en el año 1962 y, hasta que la muerte tocó su puerta, no dejó de trabajar.
Quienes lo conocieron aseguran que era un amante del derecho, una persona peleona. «Cuando lo tenías enfrente te encontrabas con una persona muy dura en el contencioso», recuerda Guillermo Plaza, el decano del Colegio de Abogados de Burgos. «Cuando a alguien le gusta mucho lo que hace tiene que seguir haciéndolo», eso es lo que le pasaba a Martín Palacín. No seguía el ritmo de trabajo que quizás lleven muchos de sus compañeros de profesión, pero disfrutaba con cada caso que aceptaba preparándolo a conciencia.
«Fue un apasionado de la profesión», insiste Plaza. «El último juicio que tuve con él tuvimos que esperar media hora de pie y ahí estuvo él», recuerda. Con 59 años de experiencia a la espalda supo inculcar el amor por la abogacía a su hijo y ser referente de una gran cantidad de generaciones de abogados de Burgos.
«Era una institución, verle en el juzgado infundaba mucho respeto», explica Guillermo Plaza. «Representaba un poco el estilo de la antigua escuela, el trato al compañero siempre respetuoso, con el estilo de los caballeros, haciendo gala de esas cosas que están en el código deontológico pero que no se ven», afirma.
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Y es que su edad no era sinónimo de fragilidad, al contrario, quienes lo tenían delante en un juicio sabían que iba a presentar batalla y que no iba a ser un juicio fácil. Algo que habla en favor de quien continuaba desviviéndose por ejercer de manera ejemplar su profesión.
En la actualidad se dedicaba al turno de oficio y mantenía algún caso más. Mantenía un volumen de trabajo lo suficientemente equilibrado para disfrutar del ejercicio de la abogacía. Tanto lo disfrutaba que los clientes del turno de oficio se deshacían en elogios hacia él.
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«Lejos de que se quejasen porque les hubiese tocado un señor mayor, su trabajo debía ser muy bueno cuando los clientes volvían al colegio y le seguían solicitando», cuenta Guillermo Plaza, que asegura que «estar a los 86 años en el turno de oficio tiene mucho mérito, es un servicio a la sociedad y hacia la gente que más lo necesita».
José Luis Martín Palacín no necesitaba ejercer con 86 años. Tenía la vida más que solucionada gracias a los frutos recogidos durante sus años de carrera. Pero lo hacía porque le apasionaba su profesión. Lo hacía para mantenerse vivo, activo, para continuar «peleándose» con los compañeros y después tomarse un café. Era su manera de vivir.
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De esa forma se ganó el respeto de sus compañeros, unos compañeros que ahora le van a echar de menos. «Son figuras, personas a las que hemos visto siempre ejerciendo, que han sido un referente y un ejemplo», incide el decano.
José Luis Martín Palacín tenía 86 años y una vida entregada a la abogacía, sobre todo al turno de oficio. Una profesión que siempre tuvo claro que no dejaría salvo por una causa de fuerza mayor. El miércoles pasado tuvo que colgar su toga. Sin embargo, su ejemplo y su legado continuarán recorriendo los pasillos de los juzgados.
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