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Casi dos años después los burgaleses se desenmascaran. Como detalla la norma publicada en el Boletín Oficial del Estado (BOE), la mascarilla para protegerse frente a la covid-19 ya no es obligatoria en espacios interiores, pero hay excepciones, como residencias, hospitales o centros ... sanitarios.
Un recorrido por algunos establecimientos de la capital burgalesa dejaba claro que la medida ha sido acogida con disparidad de comportamientos, pero no así de opiniones. Muchos de los que llevaban mascarilla en interiores de bares y comercios reconocían que es el momento de eliminar la obligatoriedad, pero ellos preferían ser prudentes y esperar a hacerlo.
El contraste se aprecia simplemente ya en el exterior, donde muchos siguen llevando la mascarilla aunque dejó de ser obligatoria hace tiempo. En el interior de los establecimientos el comportamiento es dispar. En bares y restaurantes hay más gente sin mascarilla en el interior que en comercios, por ejemplo.
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En un bar del centro de Burgos los camareros y propietarios del negocio explicaban que llevaban este miércoles 20 de abril la mascarilla porque no sabían cómo lo iba a afrontar la gente, «pero nos la acabaremos quitando en breve. Vemos que la gente acude sin miedo y tenemos ganas de trabajar sin ella», reconocen.
Un cliente, con mascarilla, el único de un grupo de tres, asumía que es el momento de quitarse este triste símbolo de la pandemia. ¿Por qué la llevaba entonces? «Estoy un poco acatarrado y es más sensato llevarla. Creo que este será uno de los comportamientos que heredaremos de la pandemia. Al menos, es lo más respetuoso, espero que lo asumamos así», reconocía.
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En las farmacias y centros sanitarios, en el dentista o las ópticas, las mascarillas siguen siendo obligatorias. Precisamente, cuando una farmacéutica estaba explicando que la mayoría de clientes de hoy ha entrado con mascarilla y quien no lo ha hecho ha sido por despiste y al recordárselo se la han puesto, una mujer entraba a comprar este producto sanitario: «hay casos en los que me la seguiré poniendo, por supuesto, aunque no sea obligatorio», apuntaba.
En algún centro de manicura de la capital, donde la distancia con los clientes es escasa, se podía apreciar que ni cliente ni esteticista portaban la mascarilla. En los gimnasios podían respirar con más comodidad sin ella, pero una de las mujeres que salía del centro deportivo reconocía que ella la había llevado durante el ejercicio porque «el viernes tengo un viaje y prefiero prevenir».
Parece que la gente mayor de 65 años es la más reticente a abandonar este producto sanitario. Las clientas de un pequeño comercio del centro de la ciudad reconocían, con la mascarilla puesta en el interior, que «no tenemos miedo, tenemos más respeto y prudencia. Yo he venido sin ella porque se me ha olvidado, pero no me siento cómoda».
El dependiente del establecimiento también portaba el cubrebocas: «de momento, durante una temporada, seguiré con ella. El 80 por ciento de los clientes que han venido hoy, la traían puesta», reconocía.
En cambio, en otro pequeño comercio de ropa del centro, la propietaria reconocía que la mayoría de clientes habían entrado sin mascarilla, «la gente parece tranquila, había ganas de vernos las caras, hace todo más sencillo». Ella tampoco la llevaba, pero tenía la suya guardada en el mostrador: «si algún cliente entra, se siente incómodo porque no la llevo, me puede pedir que me la ponga y lo haré sin problema», añadía.
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