
Más de un centenar de personas ha dado este miércoles el último adiós a Adrián y a Luna, con un sencillo y sentido funeral en el Tanatorio San José. Tres palabras: «acogida, relaciones y esperanza», con ellas ha glosado el sacerdote de San Pedro y San Felices, Óscar Moriana, toda la vida de este hombre que fallecía con su perra en el incendio de Fray Esteban de la Villa.
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Tres palabras que, a juicio de Moriana, «resumen lo mejor de la vida» de Adrián. «Acogida en la misericordia de Dios»; desde el mundo de «las relaciones» como espejo de que la vida está en los demás «no tanto en tener cosas sino en estar con los demás» y «aprender a vivir con lo necesario y repartir y compartir de muchas maneras». Y esperanza «porque la vida no termina en la muerte… hoy comienza la historia de Adrián». Una vida «que se nos ha dado para donarla y compartirla».
Y así también, en Adrián y Luna, la vida de tantas personas como se han acercado a ellos en los últimos años y que han compartido con ellos, café, charla y hasta confidencias. Una amiga de Adrian, desde el primer día que lo conoció, hace 12 años se refirió a este hombre como una persona «sin doblez que miraba más por los demás que por él»; un hombre «bueno, que era como un niño...».
Ha vaticinado que se habría expresado con franqueza y con sorna sobre su funeral: «Él diría 'vaya historia', una expresión muy suya», y que dirá desde el otro lado de la vida al ver lo que la gente de Burgos le había preparado. Desde la sencillez de la vida, su ataúd sencillo, sin coronas de flores -pero con cientos de coronas de recuerdos y buenos sentimientos en el aire de la capilla – alguna otra flor suelta. Presidiendo, junto a la caja, su retrato y el de Luna. La carroza fúnebre, desnuda. Y, cerrando, el camino hacia la tierra que le acoge.
A la última
La mujer que le conoció hace 12 años contó una parte pequeña de su historia con él y no dudó en compartir con los presentes el momento en el que se conocieron, «aquél primer día con un café y el pienso para su perrita de tres meses».
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En el funeral estaba Petronela, su hermana, que se unió a «una gran familia», más de un centenar de personas, que se acercó hasta el Tanatorio San José para despedir de este mundo a Adrián. La generosidad del personal de la funeraria se fundió con la de la gente: sus amigos, sus compatriotas rumanos que acudieron en buen número, los de la acogida parroquial de San Pedro y San Felices, Cáritas… y mucha gente anónima.
En estos casos, cuando la persona fallece, el Ayuntamiento lo deposita en el cementerio municipal y asume los costos de inhumación. Adrián y Luna ya descansan en paz, en la tierra -qué importa de qué lugar -de la que nacieron y en la que ahora comparten la eternidad.
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