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Damir Zaika. Ese es el nombre del primer bebé nacido de madre refugiada ucraniana en el HUBU. El pequeño, que goza de buena salud como su madre, nació el miércoles sobre las 10:30 de la mañana en una cesárea programada y pesó 3,440 kilogramos.
El neonato, ya respira el aire burgalés en los brazos de su madre, Hanna Zaika, que llegó el pasado 7 de marzo a la capital. Atrás queda el tortuoso periplo que la joven de 32 años tuvo que recorrer embarazada entre disparos y bombas para salir de Kiev tras el inicio de la guerra en Ucrania.
Desde allí, Sergei Zaika ha podido abrazar -virtualmente- a su hijo con la calma tensa que se vive en la ciudad. La prohibición del país que afecta a los hombres impide que pueda acariciarlo por primera vez.
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Aunque aún no ha sido reclutado para luchar en el frente y la situación «está algo más tranquila», Sergei teme que la llamada a la armas pueda llegar en cualquier momento.
En ese contexto de rutina anormal, el padre de Damir reconoce que la muerte sigue muy presente en el día a día, con un paisaje de escombros, destrucción y campos minados, como un parque cercano a su domicilio donde Sergei y Hanna no podrán llevar a Damir a pasear o montar en bici como ellos solían hacer.
Ahora, tanto el pequeño como su madre descansan en el centro hospitalario hasta recibir el alta y marcharse a su nuevo hogar, un piso cedido por la Fundación Jesuitinas cercano al hogar de su familiar, Nadia Chmyr, donde había residido desde su llegada a España.
Con la mente a más de 3.000 kilómetros de distancia, Hanna se ha enfrentado a una circunstancia compleja como la de dar a luz tras lo vivido para poder salir de las fronteras ucranianas.
Arropada por Nadia y José Ignacio Alonso, sus anfitriones en España, la joven ha resaltado el calor humano y la cercanía mostradas por el personal sanitario, desde el seguimiento ginecológico del doctor Guisasola, hasta la atención de sus homólogos Tudanca, Robles y Mañaricua.
Dentro del quirófano de un país extranjero, sin hablar castellano y sola. Así se enfrentó Hanna al parto hasta que la matrona que la atendió, Laura García, la cogió de la mano para acompañarla, darle fuerzas y tranquilizarla durante la cirugía.
«A pesar del dolor y la preocupación por tener que dejar atrás mi hogar, a mi marido y a mi padre, es una suerte encontrar tanta gente dispuesta a ayudar que te da tanto apoyo y cariño. Eso da fuerzas tanto aquí como a los que se quedaron allí», ha agradecido la joven ucraniana.
Con la llegada al mundo de su hijo, marcada por la guerra en su país, Hanna ha expresado su deseo de paz en el nombre de su pequeño, formado por la unión de los elementos eslavos dati «para Dar» y mir «Paz», lo que unido se podría traducir como «el que da paz».
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