El coronavirus ha puesto en jaque muchos de los eventos que había planificados en las agendas: primeras comuniones pospuestas hasta septiembre, octubre o incluso el próximo mayo; bodas aplazadas y bautizos esperando a tiempos mejores. Sin embargo, a pesar de las dificultades y la incertidumbre ... de saber si las iglesias podían o no estar abiertas o cuántos invitados iban a poder acudir a la celebración, Esperanza Espeja y Jaime Arroyo decidieron seguir adelante con su boda. Estaba prevista para el 20 de junio y tenían claro que no iban a cancelar ni posponer este evento que llevaban planificando desde el pasado mes de septiembre.
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Se conocieron en 1986 y fueron grandes amigos hasta que por fin decidieron salir e irse a vivir juntos. Eran «pareja de hecho» desde hace 20 años y ambos fueron considerados como hijos por los padres de la otra pareja. «Estábamos bien, éramos muy felices y, aunque la idea de casarnos por la Iglesia siempre estuvo ahí lo fuimos dejando y nunca llegaba el momento de planteárnoslo definitivamente, no le dábamos demasiada importancia», comentan a los responsables de comunicación del Arzobispado de Burgos.
Sin embargo, el verano pasado Jaime sufrió una dura enfermedad que puso patas arriba sus proyectos y les llevó a afrontar la vida de otra manera. Ingresado en el Hospital Universitario de Burgos, perdió rápidamente mucho peso, no era capaz de sujetarse por su propio pie, su corazón estaba solamente al 14% de su capacidad, sus constantes eran monitorizadas en todo momento y su vida pendía de un hilo. «Estuve 16 días muy grave y cuando Esperanza se despedía, nunca le decía hasta luego», por si acaso no volverían a verse. «Basta menos de un minuto para decir adiós», relata emocionado mientras ella le abraza y acaricia suavemente su espalda para reconfortarlo.
Tras más de un mes debatiéndose entre la vida y la muerte, y gracias «a unos especialistas maravillosos» que lo sacaron adelante, a Esperanza y Jaime les dio «un giro la cabeza»: «Se nos cayeron todos los esquemas y descubrimos que hay que agradecer cada detalle, cada segundo de tu vida, de darte cuenta de que mañana te arrepentirás del beso que no has dado hoy». «A pesar de las limitaciones y de las pastillas, desde septiembre soy más feliz desde que me levanto hasta que me acuesto», comenta Jaime.
«Ahora vemos la vida de otra manera y, aunque antes también rezábamos pero quizás no íbamos a misa, ahora todos los días damos gracias a Dios. Aunque el cielo esté gris, siempre hay motivos para la esperanza», comenta ella. «Mi nombre siempre va por delante, no nos hacen falta tantas cosas para disfrutar de la vida, ama cada ratito que tengas y no nos agobiemos ni demos importancia a tantas tonterías», subraya.
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Y fue en ese valorar la vida desde otro prisma cuando decidieron emprender el proyecto de boda que desde hacía tiempo estaba en el tintero. Hablaron con el párroco de Nuestra Señora de las Nieves, completaron su expediente matrimonial y realizaron sus encuentros de preparación al matrimonio, si bien en los últimos meses tuvieran que hacerlo de forma telemática a causa de la pandemia. «Aunque estábamos preocupados y no pudieron venir algunos familiares de Madrid o Barcelona, no queríamos posponer la boda; ya lo celebraremos con ellos más adelante, en cuanto podamos».
Así, aún en la fase 3 de la desescalada, con pocos invitados y pertrechados con mascarillas, sus hermanos y algunos amigos fueron testigos de una bonita celebración que no olvidarán, aunque no fuera como habían imaginado en un primer momento. Para ellos «fue un día lleno de sorpresas», donde no faltaron los regalos y los cantos de sus sobrinos y el convite del hotel fue sustituido por una fiesta en el jardín de la casa de la madre de Esperanza, en la barriada de Los Ríos.
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Ahora, ambos han comenzado una nueva vida, totalmente diferente a la anterior. Aseguran convencidos de que son «enormemente felices» y que «tenemos que durar muchos años así». En las últimas semanas han salido lo mínimo de casa para preservar la salud de Jaime y ahora empiezan a dar más paseos juntos «para disfrutar y agradecer cada amanecer y atardecer, cada segundo de nuestra vida juntos». «He tenido la suerte de encontrar a la mujer de mi vida, de haberme casado con ella y no haberme muerto. Soy inmensamente feliz. Mi mundo está en sus ojos».
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