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Campofrío resplandece. Su coraza acristalada brilla imponente, como imponente ha sido la recuperación de la cárnica en cinco años. Un lustro lleno de miedos, incertidumbres, ilusiones, sueños y esperanzas. De claroscuros pues reproducir el mito del Ave Fénix, resurgir de las cenizas, no es precisamente sencillo. Sin embargo, la Nueva Bureba prueba que casi nada es imposible cuando existe determinación, solidaridad, concesiones y esfuerzo compartido. Cuando, por muy negro que se vea el futuro, una empresa, una plantilla y una ciudad se unen frente al desastre.
Hace ahora cinco años, Burgos amanecía con el corazón encogido. Campofrío estaba en llamas. El peor incendio industrial de la historia de la capital reducía a cenizas prácticamente la totalidad de la planta de La Bureba. En pie apenas quedó una mísera estructura, que tuvo que demolerse en su totalidad para construir la nueva factoría, pues las llamas devoraron sin piedad las instalaciones ubicadas en el Polígono Burgos Este, en un incendio que los bomberos tardaron trece horas en controlar y once días en dar por extinguido, ya sin riesgo de reactivación.
Eran las seis de la mañana del domingo 16 de noviembre de 2014 cuando se declaraba el desastre. Un incendio fortuito, cuyas causas concretas nunca se han llegado a aclarar, se iniciaba en la sección de Cocidos. A aquellas horas únicamente una veintena de trabajadores, de los servicios externos de limpieza, se encontraba en la factoría burgalesa. Fueron ellos los que intentaron, en un primer momento, controlar las llamas con los extintores de la planta. Siguieron el protocolo establecido. Sin embargo, no tardaron en darse cuenta de que el fuego se les iba de las manos.
Se solicitó la intervención de los Bomberos de Burgos, que fueron alertados sobre las seis y media, aunque sin definirse con exactitud la magnitud del incendio. Para cuando llegaron, el fuego ya estaba en pleno apogeo y la noticia empezaba a correr como la pólvora por la ciudad, que despertaba observando perpleja la columna de intenso humo que salía de Campofrío. Y comenzando a asumir que una de las firmas con más solera de Burgos estaba ardiendo, y que lo que se veía, oía y sentía dentro y fuera no hacía presagiar nada bueno.
Las llamas se hicieron pronto con la factoría, favorecidas por una construcción ya anticuada, de naves sin sectorizar, aislamientos de poliuretano y cubiertas revestidas, que han desaparecido completamente de las nuevas instalaciones. Los bomberos, que llegaron a sumar sesenta efectivos en el lugar, asumieron rápidamente que la fábrica era irrecuperable y se marcaron como objetivo evitar que la estructura se viniera abajo. Sin embargo, no fue posible y, ante el asombro de los burgaleses, vieron cómo las llamas iban consumiendo Campofrío.
Las horas pasaban y la inquietud crecía, sobre todo entre los trabajadores de la cárnica (una plantilla de 890 empleados directos), que veían cómo su futuro laboral pendía de un hilo. Los bomberos centraban su atención en la estructura, realizando las labores de extinción desde el exterior ante el riesgo que suponía la entrada en la factoría. De hecho, parte de la misma se vino abajo segundos después de que un equipo de bomberos abandonase las instalaciones, un milagro dentro de la catástrofe que puso en evidencia la inestabilidad de la intervención.
Además, a los problemas propios de un incendio de tal envergadura se le sumó un extra: el amoniaco del sistema de refrigeración. Las tuberías de la fábrica contaban con 25.000 litros de amoniaco y, ante la imposibilidad de examinar el sistema, se desconocía si los conductos habían sufrido algún daño y el tóxico estaba saliendo al aire con el humo del incendio. Además, se contaba con un depósito con 10.000 litros de amoniaco almacenados y, si las llamas llegaban hasta él, había peligro de explosión y contaminación del aire.
Así que el objetivo de los bomberos fue evitar esta situación por todos los medios, mientras el Ayuntamiento de Burgos declaraba el Plan de Emergencias Municipal y comenzaba el desalojo de los entornos de Campofrío y de los vecinos de Cótar, Villafría y Barriada Moisés. También se recomendó a los vecinos de Castañares y Rubena que no saliesen de sus domicilios, ni abriesen las ventanas por si el aire estuviera contaminada.
Fueron 400 los burgaleses afectados por el desalojo. El Ayuntamiento habilitó el polideportivo José Luis Talamillo, donde se refugiaron alrededor de 140 desalojados, que fueron atendidos por personal de Servicios Sociales, Cruz Roja o Sacyl. A los más pequeños se los llevaron al Centro Cívico de Río Vena. Y, en previsión de que los vecinos no pudieran volver a tiempo a sus domicilios, se reservaron hasta un centenar de camas en hostales y residencias de la capital, si bien muchos burgaleses habían recurrido a vecinos y amigos. Además, a las 19:00 llegó algo de tranquilidad.
Trece horas después de que se declarase el incendio, los bomberos conseguían controlarlo, aunque los trabajos continuaron durante la noche, gracias a los grupos electrógenos cedidos por el Ejército, y en días posteriores, pues se mantuvieron focos activos y riesgo de reactivación del fuego hasta casi finales de mes. Con el control de las llamas se pudieron reabrir al tráfico los accesos a Burgos y al polígono a través de la N-I, AP-1 y la N-120, que permanecían cortados pues el humo impedía la visibilidad en la zona y, de hecho, produjo varios accidentes en los primeros momentos.
Igualmente, a las siete de la tarde se permitió a los vecinos de Cótar, Villafría y Barriada Moisés volver a sus domicilios, y se levantó la clausura para Castañares y Rubena. Las pruebas realizadas daban niveles 0 de toxicidad, así que el peligro de contaminación atmosférica quedaba descartado y, tras el susto, los vecinos de las zonas próximas pudieron volver a sus domicilios.
Se iba cerrando así una jornada trágica para la ciudad, en la que hubo también tiempo para ver la luz al final del túnel, pues mientras Campofrío ardía la dirección de la cárnica se comprometía a reconstruir La Bureba. Los trabajadores, que abarrotaron la Casa de Cultura de Gamonal en una asamblea urgente celebrada a primera hora de la tarde, recibieron el apoyo de la sociedad burgalesa y las administraciones, que también se pusieron al servicio de la factoría para garantizar una reapertura imprescindible para el futuro económico y social de Burgos.
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