«Mil quinientos veintiuno, y en abril para más señas, en Villalar ajustician a quienes justicia pidieran». Los versos de Luis López Álvarez resuenan hoy con fuerza, 500 años después de la derrota de los comuneros en las campas de Villalar, donde el ejército de ... Carlos I ejecutó a los cabecillas de la revuelta y puso fin de manera prácticamente definitiva a la Guerra de las Comunidades. Un episodio clave en la historia, no solo de Castilla y España, sino también de Europa, en el que Burgos jugó un papel decisivo.
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Corrían tiempos convulsos en aquella Castilla de principios del XVI. La muerte de Isabel la Católica en 1504 había dejado paso a un periodo de inestabilidad política que su esposo Fernando, ocupado en otras lides, no terminó de apaciguar. Además, la presión fiscal, las malas cosechas y el azote de varias epidemias estaba causando estragos.
Sin embargo, Burgos, que seguía siendo la Cabeza de Castilla, mantenía su hegemonía comercial gracias al monopolio del comercio de la lana y a la presencia en la ciudad del Consulado del Mar, que hacía que buena parte del resto de ciudades castellanas miraran a las tierras del Cid con cierto recelo.
Y en esas, Carlos, a la sazón nieto Isabel la Católica e hijo de Juana la Loca, teórica heredera, pero que por entonces ya estaba recluida en Tordesillas por aquello de su locura, se autoproclamó rey de Castilla. Casi nada. Un rey castellano nacido y criado en Flandes, que nunca había pisado la Península, que no conocía la realidad de su reino y que ni siquiera hablaba castellano. Era obvio que aquella autoproclamación iba a causar, cuanto menos, recelos.
Y así fue. Muchos fueron los nobles, comerciantes y ciudadanos llanos que desde el primer momento no aceptaron de buen grado a Carlos, al que consideraban poco menos que un usurpador. Poco a poco, y a diferentes niveles, las ciudades castellanas mostraron su rechazo al nuevo monarca, incluida Burgos, que quiso dar un paso al frente como Cabeza de Castilla que era.
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«Ya en 1516 -17, la inseguridad y la degradación de la autoridad del Estado llevaron a Burgos a iniciar un movimiento político de tintes revolucionarios. Burgos tomó la iniciativa y solicitó al rey que acelerase su llegada a España», explica Cristina Borreguero, catedrática de Historia Moderna en la UBU y directora de la Cátedra de Estudios de la Fundación Villalar.
Además, desde la distancia, el autoproclamado rey ya había levantado ciertas ampollas entre la sociedad burgalesa. Quizá, el episodio más sonado fue la cesión del castillo de Lara, que pertenecía a Burgos, al noble francés Jofre de Cotannes, una operación que la ciudad rechazó de plano y que acabó causando más de un disgusto.
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A la vista de la situación, la ciudad del Arlanzón «propuso una reunión extraordinaria de las Cortes en Segovia, algo que alarmó al joven Carlos y su corte en Bruselas. Burgos estaba retando al rey al mismo tiempo que le pedía que los títulos, cargos y dignidades recayesen sólo en los naturales del reino y no en los extranjeros», abunda Borreguero.
Aquella reunión de las Cortes finalmente no se celebró, pues el propio Carlos envió una misiva real a la ciudad exigiendo su paralización a la espera de su llegada. Una misiva impregnada de un halo de amenaza que, por cierto, está hoy bajo custodio del Archivo Municipal de Burgos.
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Sin embargo, los ánimos se estaban caldeando poco a poco y el nuevo rey tenía que hacer algo. Al menos, poner pie en Castilla. Así lo hizo en noviembre 1517. Llegó en barco a a Asturias, sin hablar ni una palabra de castellano y acompañado por su particular camarilla. Todos ellos extranjeros, claro, y con previsión de ocupar cargos de cierta alcurnia.
Ya en Castilla, Carlos convocó en 1518 las Cortes en Valladolid -no se celebraron en Burgos al estar la ciudad asolada por la peste, según cuenta quien fuera archivero y cronista de la ciudad, Anselmo Salvá- con la intención de recibir el beneplácito a su reinado. Pero las cosas no salieron como estaba previsto. La presencia de sus consejeros encendió los ánimos desde el principio y el propio procurador burgalés, primero en hablar, escenificó el descontento.
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Al final, Carlos no tuvo más remedio que aceptar las exigencias enarboladas en las Cortes para que éstas le reconocieran. Pero el descontento ya era más que palpable y no hizo más que incrementarse a raíz del nombramiento de Carlos como heredero del Sacro Imperio Romano.
Y es que, ante ese nombramiento, Carlos decidió convocar de nuevo las Cortes, en este caso en Santiago de Compostela, para pedir dinero para el viaje a su coronación. Otra afrenta más para la colección. Eso sí, el traslado de la corte hacia Santiago de Compostela le podía salir caro al monarca, ya que a su paso por Burgos, la ciudad aprovechó para exigirle varias prebendas si quería contar con su favor. Básicamente, se solicitó un segundo día de mercado y eliminar la obligación de hospedar gratis a toda la corte. Sin embargo, Carlos no se avino a conceder dichas prebendas y continuó su viaje, lo que provocó aún más descontento.
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Un descontento que se volvió a hacer palpable en Santiago de Compostela, donde acudieron dos procurador de Burgos con la orden de no apoyar a Carlos si no se concedían las exigencias. La sorpresa fue que el futuro emperador consiguió el dinero necesario gracias, entre otros, al apoyo de los procuradores burgaleses tras unas jornadas plagadas de intrigas.
Esa fue la gota que colmó el vaso. Acto seguido se sucedieron los levantamientos en varias ciudades castellanas, encabezadas por Toledo. A ese levantamiento se sumó también Burgos, cuyos vecinos no aceptaron las explicaciones y compromisos reales, lo que derivó en un conflicto civil de enorme virulencia.
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Cuentan las crónicas que masas enfurecidas de vecinos asaltaron el Concejo, depusieron a sus miembros y arrasaron con las casas de algunos de los que se posicionaron del bando real, que fueron señalados y, en algunos casos, linchados por la muchedumbre, como fue el caso del propio Jofre.
La ciudad, básicamente, sucumbió al caos hasta que se propuso que el Condestable de Castilla, Íñigo de Velasco, hombre querido y reconocido a partes iguales, tomara las riendas del gobierno de la ciudad de manera provisional. Aquel fue, a juicio de Borreguero, «un momento de inflexión», ya que «el Condestable, apoyado por la burguesía intentó aplacar la ciudad» con «mucha astucia», echando mano de «promesas y halagos que luego se llevaba el viento», pero que acabaron desnivelando la balanza. Y es que, con su concurso al frente del gobierno de la ciudad, Burgos acabó sumándose al bando de Carlos.
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Obviamente, ese respaldo no fue unánime. Aunque buena parte de las fuerzas vivas de la ciudad se avinieron a apoyar al emperador, sobre todo desde el ámbito comercial, la actividad comunera no se frenó intramuros. «Se habían formado dos bandos en Burgos: el realista constituido por el Condestable, los comerciantes y aquellos nobles que tenían poder y posesiones, y la población comunera, entre la que destacaban algunos comuneros como el licenciado Urrez, que fue el único burgalés de los 200 condenados por el rey al finalizar el movimiento comunero», explica Borreguero.
De hecho, las tensiones en la ciudad también fueron muy notables, sobre todo a raíz del asalto e incendio de Medina del Campo, que en palabras del respetado historiador Joseph Pérez «incendió toda Castilla».
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Aquel episodio cambió temporalmente el curso del conflicto, pues Burgos consideró que se trataba de un tremendo agravio, lo que provocó que la ciudad depusiera al Condestable, quien tuvo que huir con su familia, y mandó dos procuradores a la reunión de la Junta de Tordesillas, donde se encontraban los principales dirigentes comuneros. Sin embargo, el modo de proceder de la Junta, que se había atribuido el poder del reino, no gustó a Burgos, que mantuvo cierta distancia con el resto de ciudades rebeldes.
Y en aquel momento, el joven Carlos hizo un movimiento clave, nombrando al propio Condestable, así como al Almirante de Castilla, Fadrique Enríquez, y al Cardenal Adriano virreyes en su ausencia. Ese nombramiento permitió al Condestable regresar a Burgos el 1 de noviembre con varias promesas reales bajo el brazo, incluido el segundo día de mercado para la ciudad y el mantenimiento de los privilegios comerciales con el resto de Europa.
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Los comerciantes y notables burgaleses, que en todo momento habían mantenido una postura recelosa hacia la causa comunera, terminaron de decantarse por el bando imperial y las aguas parecieron serenarse en la ciudad, mientras buena parte del resto de Castilla rechazaba el poder real y apoyaba a la Junta Central Comunera. Pero aquella efímera tranquilidad se rompió en enero de 1521. A sabiendas de la importancia de contar con Burgos de su lado, los rebeldes comuneros planificaron un asalto a la ciudad, pero el plan no salió como estaba previsto.
«El levantamiento estaba previsto para el 23 de enero, pero los cabecillas que se habían introducido en la ciudad para encrespar los ánimos y abrir las puertas a las tropas comuneras de Padilla, Salvatierra y el obispo Acuña, iniciaron los disturbios dos días antes, el 21. Esto significó la derrota comunera, pues el Condestable con sus tropas se apostó toda la noche en el centro de la ciudad y abortó el alzamiento», explica Borreguero.
Aquel fue, sin duda, un duro golpe para la causa comunera. «Cuando el rey supo que la ciudad de Burgos había abandonado definitivamente el bando comunero, supo también que había ganado la guerra», abunda la catedrática.
Aún así, todavía quedaban batallas por librar y todo se decidió en Villalar el 23 de abril. Allí se vieron las caras los gruesos de ambos ejércitos, incluidas las tropas del Condestable, que acudió en favor del rey con algo más de un millar de hombres reclutados en Burgos para participar en una batalla que, sin duda, cambió el curso de la historia de Castilla.
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Numerosos son los vestigios de la presencia en Burgos de Carlos, que tras recibir el apoyo a su causa concedió al la ciudad el título de 'Muy Más Leal'.
Quizá, el elemento más significativo de todos los que perduran hasta nuestros días sea el Arco de Santa María, cuya fachada se modificó ex profeso para agasajar al emperador tras las revueltas comuneras. Hoy, esa fachada es uno de los grandes atractivos turísticos de la ciudad.
También otros lugares guardan el recuerdo del paso del rey flamenco, que en varias ocasiones se hospedó en la Casa del Cordón, uno de los grandes palacios de la época.
Su última visita a la ciudad fue en 1556 con motivo de su retiro al monasterio de Yuste, donde acabó falleciendo. Dicho camino se ha convertido hoy en una ruta turística que parte de Laredo y atraviesa buena parte de la provincia.
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