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Burgos se despide de El Patillas, ahora de forma definitiva. Con la muerte el pasado sábado en Santoña (Cantabria) de Amando Quintano, la capital pierde a uno de sus referentes en la cultura popular. Quién entre burgaleses y foráneos no conoce a Amando, tercera ... generación de Patillas al frente del mítico bar de la calle Calera, del que se despidió hace unos años dejando a la ciudad un poco huérfana. Ahora, Amando se ha ido para siempre, con la experiencia que aportan 80 años, pero deja tras de sí recuerdos imborrables.
El cariño y el respeto con el que trataba a Diego Galaz, «tremendos», apunta el músico burgalés, son algunos de esos recuerdos que vuelven ahora a su memoria. «Para mí, lo mejor de la relación con Amando es que me concediera su amistad», admite. «Era una amigo y un maestro, porque era gran conocedor de la música» pero, sobre todo, tenía una cualidad que Galaz admira: «era muy feliz cuando el resto de la gente estaba feliz, y eso dice mucho de él».
Para el músico, la muerte de Amando pone el punto final a El Patillas. «Es curioso, pero aunque el local estaba cerrado muchos no teníamos esa sensación mientras amando estaba entre nosotros», reconoce. Ahora, «Burgos se ha quedado huérfano» y, pase lo que pase con El Patillas, nunca volverá a ser igual. Y eso demuestra que «El Patillas era una persona, no un local; es muy raro que se identifique un lugar con una persona», pero eso lo consiguió Amando, y antes de él, su padre y su abuelo.
Similares recuerdos embargan al escritor Óscar Esquivias, quien reconoce que fue un cliente intermitente e irregular de El Patillas, como muchos burgaleses. Esos sí, como casi todos, cuando Esquivias recibía a algún amigo que no conocía Burgos, «lo llevaba allí como si fuera un monumento más de la ciudad», admite. Y es que El Patillas no era un bar cualquiera. «Fue la taberna bohemia y valleinclanesca por excelencia de la ciudad y quizás el último testimonio de un Burgos ya irremediablemente perdido», comenta Esquivias.
Fue el abuelo de Amando quien puso en marcha, a principios del siglo XX, un bar destinado a ser punto de encuentro de generaciones casi imposibles de hacer converger. De su abuelo pasó a su padre y Amando se encargó de dirigirlo, convirtiéndose en un personaje más de la tradición popular burgalesa. «Amando tenía algo de personaje virgiliano (me refiero a Virgilio Mazuela), con su trato a veces asperón, su socarronería, su amor por las coplas, los tangos, las canciones populares», recuerda Óscar Esquivias.
Estaba siempre rodeado de «una clientela variopinta, en la que había viejos muy viejos y a veces con jóvenes jovencísimos, todos mezclados y cantarines, agarrados amorosamente a una guitarra bajo esa abigarrada decoración de recortes de revistas que era como una versión pop de la sacristía de la catedral». Y es que El Patillas era ambiente, un espacio abierto a la creación artística, del que han bebido algunos de los grandes artistas burgaleses como el propio Diego Galaz, que tras conocer la noticia, mostraba su pesar en las redes sociales.
«Se nos ha cerrado el corazón y nos han embargado los recuerdos», insiste el músico, quien reivindica a la persona y no solo al personaje. Tras muchas charlas con amando, Diego Galaz destaca su sabiduría, fruto de la experiencia y de la vida. «La gente que no lo conocía le parecía que Amando era superficial, pero no era así, era muy profundo«. El ambiente festivo de El Patillas ocultaba un Amando profundo, que era capaz de ofrecer consejos, sin artificios pero cargados de sentido común, apunta Galaz, quien siente la pérdida de un amigo, al que Burgos también echa ya de menos.
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