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Inaguración del monolito ubicado en el acuartelamiento.

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Inaguración del monolito ubicado en el acuartelamiento. BC

Adiós a medio siglo de historia de Gamonal

El antiguo Parque de Artillería, que actualmente está siendo derribado para dejar sitio a 337 viviendas, estuvo operativo durante más de 45 años | Durante varias décadas fue un hervidero de actividad, con más de 400 personas trabajando en su interior

Domingo, 9 de febrero 2020, 09:46

Sobre la enorme mesa de la sala de reuniones, un puñado de fotografías antiguas, varias nóminas en las que los salarios se contabilizaban en -no muchas- pesetas y un libro editado en 1989 por Juan Jesús Aracama y Fernando Sánchez-Moreno. Decenas de recuerdos que pasan de mano en mano entre los asistentes: Damián García, el subteniente Jesús Plaza, Constantino Ortega y el comandante Ángel Delgado. Los dos últimos, ya están jubilados. Los otros dos continúan desempeñando sus respectivas funciones en el acuartelamiento Capitán Mayoral. Pero los cuatro, portavoces improvisados de esta historia en la que participan otros muchos, comparten un mismo nexo: todos pasaron decenas de años en el acuartelamiento de Santa Bárbara, otrora una de las grandes referencias militares de la ciudad que hoy, tras su progresivo abandono, está siendo derribado.

En su lugar, se levantarán hasta 337 viviendas en dos fases, se creará un enorme parque y se abrirán sendas calles que permitirán coser la trama urbana del barrio. Sin embargo, el derribo también se llevará por delante una parte fundamental de la historia reciente de Gamonal.

Una historia que, sin embargo, comienza varios siglos atrás. Y es que, hay que remontarse a 1424 para encontrar los orígenes del acuartelamiento. En aquel año, el rey Juan II de Castilla asentó el castillo de Burgos como plaza de Artillería y convirtió a la ciudad del Arlanzón en un referente en este ámbito.

Un referente que, sin embargo, fue moviéndose de emplazamiento en emplazamiento durante los consiguientes siglos hasta desembocar en el antiguo convento de San Ildefonso, situado intramuros, en la actual confluencia entre la calle Santander, la Avenida del Cid y el Pasaje de Radio Popular. Con el paso de los años y tras el devenir de la Guerra Civil, aquella se demostró una ubicación pequeña, incómoda y poco operativa para el Ejército que, además, fue pasto de las llamas en varias ocasiones.

Imagen principal - Adiós a medio siglo de historia de Gamonal
Imagen secundaria 1 - Adiós a medio siglo de historia de Gamonal
Imagen secundaria 2 - Adiós a medio siglo de historia de Gamonal

Esa circunstancia, unida al interés del Ayuntamiento por liberar esos terrenos, situados en pleno corazón del ensanche burgalés, motivó que el Ramo de Guerra pusiera en marcha toda la maquinaria para dotar a Burgos de unas instalaciones adecuadas para albergar Artillería. Comenzó así un proceso de búsqueda que, tras varias propuesta fallidas, desembocó en la Escuela de Ingenieros.

Dicha Escuela se acababa de levantar en 1954 en una enorme parcela ubicada casi en la frontera entre Gamonal y Burgos que el Gobierno había adquirido apenas unos años antes a los Catorce de Gamonal, que seguían ostentando el dominio útil de 34 parcelas cedidas en 1698 por el Convento de San Juan de Ortega.

A pesar de los diferentes procesos judiciales que pusieron en tela de juicio la legalidad de esa venta, el Ministerio del Ejército acabó construyendo allí la Escuela de Ingenieros y, tres años después, al norte de ésta, sobre otros 48.000 metros cuadrados, decidió levantar también el Parque y Maestranza de Artillería, que tras unas obras a contrarreloj, se abrió formalmente a finales de 1957.

Lo hizo, eso sí, en precario, toda vez que aún faltaban varias actuaciones por acometer, como la construcción de las letrinas para uso diurno. No obstante, no había mucho más margen. Y es que, el Gobierno y el Ayuntamiento ya habían rubricado la permuta de los terrenos de San Ildefonso y había que salir de allí con premura.

Un cuartel demasiado ambicioso

Durante muchos años, la ubicación del Parque de Artillería de Burgos fue un problema. Y es que, tras la voladura del Castillo por parte de las tropas napoleónicas, la ciudad no contaba con un espacio preparado al efecto para tal fin y el Ejército hubo de conformarse con lo que había, en este caso el antiguo convento de San Ildefonso.

Sin embargo, tras la Guerra Civil se consideró totalmente necesario buscar un nuevo emplazamiento y se pusieron sobre la mesa varias opciones, incluída la de levantar un enorme cuartel en Villafría.

El proyecto, firmado en 1949 por el Capitán Ingeniero Francisco Serna Montero, contemplaba la construcción de un enorme complejo sobre una parcela de más de 90.000 metros cuadrados ubicada a seis kilómetros de lo que entonces era el núcleo urbano, a los pies de la N-I. Allí se proyectaron todas las instalaciones necesarias para albergar el Parque y la Maestranza de Artillería, como talleres, almacenes, oficinas o residencia.

Se trataba de un proyecto muy ambicioso, que permitiría unificar en un solo recinto a numerosas unidades que estaban en aquel momento dispersadas por la ciudad. Sin embargo, el elevado coste del mismo, presupuestado en 16 millones de pesetas, bloqueó su ejecución.

Comenzó en ese momento la historia de un cuartel que se mantuvo operativo durante 45 años, aunque lo hizo bajo diferentes nomenclaturas. Así lo recuerdan con cariño quienes pasaron buena parte de su vida entre sus muros. «Cambiaba de nombre cada dos por tres, pero nosotros seguíamos haciendo lo mismo», explica con una sonrisa Constantino Ortega, uno de los muchos que vivieron el cierre definitivo del acuartelamiento, que en su última etapa fue conocido simplemente como Santa Bárbara.

Su caso, como el de muchos, ejemplifica el espíritu del cuartel. Entró, como Constantino Ortega, con 14 años en la Escuela de Formación Profesional -anteriormente Escuela de Aprendices-, aprendió un oficio y acabó conviviendo día a día con el mando militar y la tropa. «En aquella época, la Escuela era muy potente» en Burgos, donde sólo un par de centros, como el Padre Aramburu, ofrecían educación en oficios básicos.

Esa circunstancia suponía un atractivo para muchos jóvenes, que una vez completados los cuatro años de formación -civil, pero con uniforme e instrucción-, podían decidir si quedarse prestando servicio para el Ejército o buscar acomodo en alguna de las factorías que poco a poco iban despuntando en aquel Burgos derivado del Polo de Desarrollo. Formalmente, sólo el mejor alumno tenía el puesto asegurado en el cuartel, pero la realidad es que «muchos se quedaban». «No se ganaba mucho», pero era una vía laboral segura, a pesar de las exigencias de la compartir el día a día con la disciplina castrense. En este sentido, Damián y Constantino recuerdan cómo de vez en cuando alguno acababa «en el calabozo» por «alguna tontería».

Y es que, la actividad en el Parque de Artillería era frenética. Allí convivían diariamente «más de 400 personas» entre civiles, mandos militares y tropa, aunque éstos últimos iban y venían.

Mosaico elaborado por el coronel Gregorio Herrero. GIT

Los que estaban allí todos los días eran los civiles. Y hacían de todo. Y lo hacían para muchos. No en vano, los diferentes talleres (cañones, máquinas, recubrimientos,guarnicionería, armería, óptica, electricidad, metrología, transmisiones, laboratorio químico, repuestos, forja y soldadura, etc) ubicados en la miríada de naves repartidas por el Parque eran referentes en buena parte del norte peninsular. Así, hasta Burgos llegaba material de Cantabria, Palencia, Navarra, país Vasco o La Rioja. «Y lo arreglábamos», subrayan orgullosos. «Los ingenieros estaban muy bien preparados», destaca el comandante Delgado, que llegó a ser jefe de talleres. «Era mucha responsabilidad», pero era una responsabilidad «llevadera», ya que «la gente sabía lo que hacía». De hecho, ninguno de ellos recuerda ningún accidente grave durante los años que prestaron servicio allí.

Aquellos fueron seguramente los mejores años del cuartel, que en el 77' vio cómo se cerraba la Escuela mientras la ciudad iba creciendo a su alrededor. Una ciudad que poco a poco iba fagocitando otros cuarteles, como los de la calle Vitoria -hoy Regino Sáinz de la Maza-, La Merced o Caballería. Parecía cuestión de tiempo que el entramado urbano acabara por rodear también al ya cuartel de Santa Bárbara -patrona de los artilleros-, que a medida que se acercaba el nuevo siglo veía cómo bajaba sustancialmente la carga de trabajo.

Muchas máquinas comenzaron a apagarse lentamente y, en 1995, el propio Ministerio de Defensa parecía escribir el epitafio del cuartel al firmar una permuta con el Ayuntamiento mediante el que la administración central cedía al Consistorio burgalés 180 hectáreas del antiguo aeródromo de Villafría y obtenía a cambio la modificación de la calificación de los terrenos del Parque de Artillería, que pasaron entonces a ser considerados como suelo urbano residencial con un rendimiento urbanístico.

Los recuerdos se amontonan
Imagen principal - Los recuerdos se amontonan
Imagen secundaria 1 - Los recuerdos se amontonan
Imagen secundaria 2 - Los recuerdos se amontonan

A raíz de aquella firma, comenzó un lento proceso de traslado de las antiguas dependencias y unidades. La mayoría de ellas, tras diversos procesos de transformación y unificación, acabaron en las instalaciones del cuartel Capitán Mayoral, donde a día de hoy permanecen. Allí, por ejemplo, se ubicó un enorme mosaico que repersenta al 'perfecto artillero' y que con mucho esmero elaboró en 1965 el coronel Gregorio Herrero. También se trasladó mucha maquinaria que aún hoy se usa, así como diferentes elementos, como la barra del bar. Porque sí, también había bar. Y economato, aunque «era un desastre», sobre todo en los últimos años, reconoce entre risas el comandante Delgado.

Y ya, en 2002, se completó la mudanza y se cerró la puerta del cuartel de Santa Bárbara. El propio comandante recuerda aquel día a la perfección. También lo hace el resto de personal que se trasladó después de «toda una vida» en Santa Bárbara. Algunos reconocen haber vuelto al cuartel tras su cierre definitivo. Otros no tuvieron mayor interés. La impresión, en todo caso, era negativa. «La verdad es que daba cosa verlo abandonado», reconoce Constantino.

De hecho, la instalación ha permanecido abandonada durante casi 18 años. Hoy, tras muchas dias y venidas, proyectos infructuosos y acuerdos anulados, las máquinas lo están devorando para dejar sitio al desarrollo urbanístico, pero su recuerdo seguirá firme en la memoria de los muchos que durante más de cuatro décadas atravesaron su puerta. Y en la de los vecinos del barrio, claro.

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