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Raquel C. Pico
Domingo, 15 de octubre 2023, 00:15
Puede que España no sea exactamente el granero de Europa, pero el peso que tiene el producto de sus campos en la alimentación de otros países del continente es muy elevado. El sector agroalimentario es una pieza importante en la balanza comercial del país, una ... pieza básica en las exportaciones que cada año salen hacia otros destinos. De hecho, según cálculos que referencia en un estudio la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG), este sector responde del 17% de todas las exportaciones españolas y supone el 5,8% del PIB (el 11%, estiman, si se suma a la balanza el comercio).
¿Y qué ocurre con esa producción agraria ahora que el cambio climático está haciendo el tiempo más extremo y los veranos mucho más secos, estropeando cosechas y reduciendo la producción de los campos españoles? ¿Está en peligro el producto del campo español y, con ello, sus exportaciones?
El ya mencionado estudio de la COAG —titulado de forma bastante clara Empieza la cuenta atrás. Impactos del cambio climático en la agricultura española—alerta de los efectos que los eventos extremos podrían tener en la riqueza del país. Está en juego perder parte del PIB (podría ser hasta el 7%), advierten, señalando que «el cambio climático se plantea como uno de los grandes retos para la agricultura y la alimentación».
Para el campo español es problemático por varias razones, se puede concluir leyendo sus datos. Primero, porque a medida que van subiendo las temperaturas medias también lo va haciendo el riesgo de desertización de España. Segundo, porque el agua se ha vuelto menos disponible y de menor calidad, lo que impacta en el campo. El estudio referencia otro de 2020 que estimó que cada año se esfuman en España unos 1.500 millones de euros por pérdidas conectadas a la sequía, con el sector agrario como uno de los que se lleva la peor parte. Y, no menos importante, los fenómenos climáticos extremos hacen que cada año se pierdan muchas cosas en el campo.
Diego Juste, portavoz de la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA), explica que, por supuesto, el cambio climático preocupa a los agricultores españoles. Los ejemplos de sus efectos ya se están viendo. La temporada de la cereza del Jerte de este año se vio afectada (el 70% de la cosecha se perdió), pero también lo han hecho las almendras o las sandías.
Cuando las cosechas se pierden —las escasas precipitaciones, seguidas de sequías y la aparición de lluvias torrenciales son malas para el campo, apunta el experto— afecta a lo que puede llegar al mercado. El cliente final ve como suben los precios —y el aceite de oliva es la muestra más reciente y clara de esto— y también cómo se reduce la oferta. Para los países que comen los productos del campo español, esto puede ser un problema. O eso temen.
Ya en la pasada primavera se hablaba del tiempo extremo español en la prensa británica para explicar qué llevaba a que en los supermercados británicos hubiese escasez —o racionamiento— de algunos productos del campo. La British Retail Consortium apelaba a estas razones para explicar los pocos pimientos en los lineales. También faltaban tomates o pepinos.
«En un mundo globalizado, nuestro sistema de comida está particularmente interconectado», apunta Gareth Redmond-King, responsable del programa internacional de Energy&Climate, «y el cambio climático no respeta las fronteras». Su asociación acaba de lanzar un estudio sobre cómo los efectos del cambio climático sobre las cosechas del sur de Europa pueden afectar a lo que los británicos llevan a la mesa. El 46% de todos los productos frescos de los supers británicos llegan de otros países. La Europa mediterránea aporta el 25% de todo lo que comen en el país.
Solo España es responsable del 7% de todos sus frescos, por un valor de 4.000 millones de libras esterlinas (unos 4.660 millones de euros). Los efectos de las malas cosechas en el sur de España, por ejemplo, son tan importantes para su alimentación como lo que ocurre en las tierras del granjero de la región de al lado de su casa. Ya ahora mismo están pagando mucho más por la cesta de la compra: los precios alcistas conectados a los efectos del cambio climático y los precios del fuel han subido el coste de alimentación en 400 libras esterlinas al año (unos 465 euros).
«Se ha culpado al calor extremo en la región mediterránea de la escasez de algunas frutas y verduras aquí y en los países de la Unión Europea a principios de este año, y hemos visto desabastecimiento de lechugas, por ejemplo, en años recientes por culpa de la sequía y el calor extremo», explica desde Reino Unido Redmond-King. Por supuesto, recuerda el problema no se queda solo en España. El tiempo extremo en India o Pakistán también tiene un efecto sobre el arroz que consumen los británicos, ejemplifica.
Y ahí está el quid de la cuestión: este es un problema global —como señala el analista no se está acusando a ningún país de nada— con ramificaciones en el acceso a la comida tanto en disponibilidad como en precios que va más allá de las regiones productoras. Cambiar de países proveedores, responde Redmond-King, no es sostenible ni evita los altos costes que pueda tener un producto que está viviendo un momento de escasez. «Sabemos que la solución más rápidamente disponible y sostenible para evitar que este problema empeore es limitar la subida de las temperaturas», explica.
Desde el campo español, también recuerdan eso de que el cambio climático es global y la importancia, de justamente, que se tomen medidas de lucha globales contra el problema. Sobre las exportaciones, no creen que España vaya a dejar sin productos a los demás mercados europeos. «No creemos que eso vaya a pasar», asegura Juste. No habrá desabastecimiento en los supermercados europeos, promete. «La agricultura española es resistente y mantendrá las exportaciones», indica.
«Los agricultores se adaptan a lo que tienen», señala, una lección aprendida de décadas de experiencia que les permite cambiar cultivos y cambiar cosechas. Además, Juste defiende los cultivos de regadío, a pesar de su mala prensa. Insiste en que usan de forma eficiente el agua, porque se ha innovado para que así. Y, por supuesto, recuerda, no todas las regiones están viéndose afectadas igual y no a todos los cultivos les toca de la misma manera. «No se puede establecer tabla rasa en toda España», sintetiza.
Pero eso no quita que vean potenciales problemas en la exportación: les preocupan, por ejemplo, cuestiones reputacionales, como ocurrió con las fresas hace unos meses. Aunque los agricultores desmintieron que fuesen sus cultivos los que estaban secando Doñana, eso no evitó que protagonizasen una oleada de protestas en Alemania y de boicots al producto.
«El consumidor europeo está muy concienciado con el medioambiente», señala Juste, «y eso es bueno», añade, porque, explica, no se pueden fomentar modelos que no sean sostenibles. «La agricultura debe ser sostenible por naturaleza», señala. Es el modelo de las explotaciones pequeñas. Es también, insiste, el modelo que domina el mercado español, donde lo habitual es que se trabaje en una granja familiar.
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