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Raquel C. Pico
Jueves, 5 de diciembre 2024, 18:30
Unicornio es el nombre que reciben las empresas de base tecnológica que logran en su primera década de vida, y sin salir a bolsa, una valoración por encima de los 1.000 millones de dólares. El Grupo Bolschare podría ser ya el primer unicornio agro español.
«La consideración de unicornio no es algo que podamos decir nosotros», recuerda, eso sí, Ignacio Schmolling, presidente de la empresa. Lo dirá la valoración del mercado, apunta, aunque la compañía esta saliendo a ronda de inversión con una valoración en mente de 2.000 millones de euros, cruzando ya la frontera que convierte a una 'startup' en unicornio.
Lo hacen, además, apostando por herramientas para la sostenibilidad en la agricultura. Este lunes presentarán en el World Agri-Tech Innovation Summit, que se celebra en Dubái, su plataforma Arima, que tiene como uno de sus reclamos destacados la medición de la huella de carbono.
Arima ofrece una calculadora que mide el impacto del campo en emisiones de CO2. «Está tomando datos en tiempo real y directamente del campo», apunta Schmolling, lo que le permite ofrecer una «trazabilidad perfecta» y seguir «los tres alcances».
Esto es, la calculadora mide la huella directa (los que se consideran alcances uno y dos) y la indirecta (el alcance 3). Es, justamente, esa capacidad de medir estas diferentes capas de la huella lo que le ha llevado a ser certificada por AENOR como adecuada a la normativa ISO14064, la primera en el mercado europeo y latinoamericano en lograrlo.
Así, para medir la huella, tiene en cuenta «las acciones directas, como cambiar la flota a eléctrica o poner placas solares», pero también las indirectas, como puede ser lo que suma a la huella colaborar con un proveedor o con otro o el que aporta el uso de cierto tipo de abono frente a uno distinto.
Ignacio Schmolling
Presidente Grupo Bolschare
Schmolling defiende que es, justamente, el hecho de que los datos aborden tantas áreas lo que hace que la calculadora sea especialmente destacable, porque consigue dar un valor cualitativo a muchas cuestiones que tienen importancia a la hora de bajar la huella y que se quedan fuera en algunas mediciones.
Esto es, se tiene en cuenta todo aquello que está haciendo que el impacto en el entorno sea más positivo y nada pierde posibilidad de ser valorizado. Esto importa porque ayuda a convertir a esas explotaciones agrícolas en más valiosas en los mercados de CO2.
Ahora mismo, existen mercados voluntarios, en los que compran empresas quieren ser más responsables y compensar su huella de carbono, y obligatorios, en los que entran aquellas grandes compañías que son sancionadas si no compensan con créditos de carbono su actividad. Para el agro, estos mercados se pueden convertir en una potencial fuente de ingresos y, no menos importante, en una compensación para sus esfuerzos en sostenibilidad.
Aunque la calculadora de carbono es, desde fuera, lo más llamativo, Schmolling puntualiza que Arima «es una plataforma de gestión y la calculadora es una parte». La plataforma es, en líneas generales, una herramienta para hacer seguimiento de qué ocurre en el campo y centralizar la información. «No tienes que estar picando datos», señala, porque se produce una única subida de información y, así, tener siempre presente qué está ocurriendo en las explotaciones agrarias.
Los datos también posibilitan hacer un seguimiento de más áreas en términos de sostenibilidad. «Nos sirve para reportar ante todo tipo de estándares», apunta su presidente. Es un cuaderno digital de qué está ocurriendo en el campo, pero «con información más completa que la exigida por la ley», apunta.
Por ello, también se puede hacer una medición de biodiversidad, de la huella hídrica o del impacto social de la compañía, otra de las cuestiones clave en las estrategias de sostenibilidad de las empresas. Ahora mismo, solo existe un mercado para el carbono y para el agua, aunque solo en Estados Unidos.
Arima se usa ya en 20 millones de hectáreas —repartidas por el mundo— y está enfocada al mercado de las grandes superficies de terreno agrario. Todo esto se hace, además, desde Extremadura. «Badajoz nos pilla en el punto medio», apunta Schmolling, porque está geográficamente entre las dos grandes regiones agrícolas de la Península Ibérica, la propia Extremadura y el Alentejo portugués. Son los «grandes vapores» de la agricultura ibérica, concluye el experto.
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