Pobreza menstrual: cuando la regla es un problema económico
ODS 1 | Fin de la pobreza ·
El acceso a los productos de primera necesidad se hace cuesta arriba para muchas personas; en los países en vías de desarrollo es causa de abandono escolar y de falta de acceso al mercado de trabajo
Raquel C. Pico
Martes, 12 de marzo 2024, 07:18
En cualquier momento dado, 300 millones de personas en todo el mundo están menstruando. El cálculo, que comparten en 'La mitad que sangra' María Zuil Navarro y Antonio Villarreal, equivale a más o menos la misma cifra que la población de Estados Unidos. Otras estimaciones ... apuntan que, si se suman todos los días de la regla, al final de la vida de cualquier mujer se habrá pasado de media 8 años con la menstruación.
Aunque la regla es tan antigua como los seres humanos, ha sido hasta no hace tanto un tema un tanto olvidado en los análisis. La gestión de la regla -lo que se llama «higiene menstrual»- era algo que se quedaba en el hogar y que no se colaba a los registros que luego servían de base para los libros de historia.
Incluso, la existencia de los productos menstruales que ahora parecen tan comunes es relativamente reciente en el flujo de los siglos. Las compresas y los tampones aparecieron con el siglo XX, muy conectados con los cambios sociales y la aparición de la «mujer moderna» de inicios de siglo.
Pero que la regla haya dejado de estar en la oscuridad no implica que todo se haya conquistado. La menstruación sigue siendo tabú -la investigadora Jennifer Weiss-Wolf ha calculado que existen unos 5.000 eufemismos en todo el mundo para hablar de ella- y el acceso a los productos menstruales no es tan universal como podría parecer a simple vista.
Un negocio millonario
Su compra es un negocio, uno global y millonario. Un estudio de Brandessence que recogen Zuil Navarro y Villarreal estima en 22.200 millones de dólares los ingresos que generó en todo el mundo la industria de productos para la menstruación. Llegarán a los 32.290 en 2028.
Estas cifras económicas se explican porque compresas o tampones tienen un coste, uno que no es necesariamente bajo. A eso se suma que, a niveles tributarios, no son necesariamente considerados productos de primera necesidad. En algunos países, tributan como si fueran de lujo. En España, hasta que no se aprobó en 2022 rebajar el impuesto, lo hacían en el tramo del10%.
Por eso, resultan caros y a veces inaccesibles. En 'La mitad que sangra', recién publicado en Libros del K.O., descubrieron vía encuesta que para un 42% de su muestra suponen un gasto de entre 3 y 8 euros al mes. Puede parecer una cifra no tan elevada, pero supone entre 36 y 96 euros al año y una cantidad abrumadora en determinadas circunstancias.
Retrato robot de la mujer en riesgo
Este es el contexto que explica que, desde hace unos años, se hable de pobreza menstrual, un término que engloba tanto la falta de acceso a productos concretos -como compresas o tampones- como a recursos -por ejemplo, la falta de agua corriente o de un baño adecuado-. También captura la falta de información fiable y accesible sobre la menstruación.
Para entender qué ocurre con la pobreza menstrual en España, la fuente de referencia es el estudio 'Equidad y Salud Menstrual', elaborado por el Instituto Universitario de Investigación en Atención Primara Jordi Gol i Gurina (IDIAPJGol).
18,8%
Pidió ayuda
Un estudio reveló que este porcentaje de mujeres había pedido a alguna entidad pública productos menstruales.
Sus conclusiones hablan de una horquilla de prevalencia en el país que va del 22,2 al 39,9%. «Nuestro estudio sugiere que la inequidad menstrual afecta a una gran parte de las personas que menstrúan en España, especialmente a aquellas de colectivos más vulnerabilizados», señalaba en la presentación de los resultados la investigadora principal, Laura Medina Perucha.
Su retrato robot de quienes están en más riesgo de ser parte de la estadística incluía «identificarse como persona no binaria, haber nacido fuera de España, estar residiendo en España en una situación administrativa irregular y tener una situación laboral precarizada».
Situaciones de indignidad
Estas conclusiones pueden completarse con las del estudio del Emakunde-Instituto Vasco de la Mujer, que hace un par de años descubrió que el 44,6% de las mujeres -un 16,4 muchas veces y un 28,2 en alguna ocasión- con las que habían hablado habían usado en alguna ocasión productos alternativos -como pañales o papel higiénico- a los menstruales por motivos económicos. Un 18,8% llegó incluso a pedir a alguna entidad de ayuda productos menstruales.
La pobreza menstrual se convierte en un elemento interseccional con la feminización de la pobreza, una que agrava las cosas para quienes ya están en una situación especialmente vulnerables. Es ahí, por ejemplo, donde el acceso a cuestiones como baños se convierte en problemática.
De hecho, la investigación vasca preguntó de forma concreta por la cuestión a las mujeres en situación de vulnerabilidad y la gran mayoría reconocía que era un problema. Un 77,5% aseguraba que le había costado cambiarse por la falta de higiene de los espacios y un 74,1% que se había enfrentado a baños públicos poco equipados para poder cambiarse «en situación de dignidad e higiene».
La vida cotidiana, interrumpida
Esto va en línea con los descubrimientos más genéricos en términos de horquilla poblacional de la investigación de IDIAPJGol, que señalan que más del 74% de las participantes en el estudio reconocía haber sobreutilizado algún producto menstrual porque falta de acceso a un lugar en el que poder cambiarlo.
En los países en vías de desarrollo, la situación es más compleja, como narra en 'Es solo sangre' (Navona), Anna Dahlqvist. Aunque los tabúes sobre la regla siguen siendo bastante universales y por mucho que estén empezando a cambiar las cosas, esa intersección entre menstruación y pobreza hace que el contexto se complique.
10%
Escolares
Una de cada diez niñas que viven en el África subsahariana directamente no va al colegio durante la menstruación.
«Ocultar la sangre es mucho más difícil si se carece de artículos de protección menstrual, agua, aseos y un lugar en el que estar en paz», escribe Dahlqvist. Los elevados costes de los productos menstruales hacen que resulten inaccesibles, por lo que se recurre a soluciones caseras no siempre efectivas o, directamente, se opta por quedarse en casa.
La regla restringe así movimientos, empuja al abandono escolar o reduce las oportunidades laborales. Si te tienes que quedar en casa durante los días de sangrado, la vida cotidiana se va a ver interrumpida.
Dahlqvist lo sostiene con estadísticas: una quinta parte de la población de Uganda no tiene acceso a agua limpia, la mitad de las escolares de Etiopía reconoce que les cuesta concentrarse en las clases durante la regla y 1 de cada 10 niñas que viven en el África subsahariana directamente no va al colegio durante la menstruación.
La clave para revertir la situación
Existen soluciones al problema: la pobreza menstrual no es necesariamente inevitable. Las políticas públicas son clave. Sin duda, la opción más citada es la de Escocia donde desde hace unos años los productos menstruales son gratis.
Otros países, escriben Zuil Navarro y Villarreal, ya han eliminado los impuestos sobre el consumo en tampones y compresas. Ocurre en Ruanda, Australia, Canadá, Indica, Jamaica, Líbano, Irlanda, Reino Unido y algunos de los estados de EE UU, listan. Cataluña está justo ahora repartiendo gratis productos reutilizables.
A esto se suman medidas geográficas concretas. El Fondo de Población de las Naciones Unidas se está centrando en el reparto en los países en vías de desarrollo de «paquetes de dignidad», con ropa interior, compresas y jabón, o en la creación de baños. Aumentar los datos disponibles sobre la cuestión o mejorar la educación menstrual son otras de las vías para atajar el problema.
Ese último punto es básico. Quizás, el primer paso para acabar con la pobreza menstrual estaría en romper con los tabús sobre la regla. Es una de las piezas clave en el activismo contra esta forma de pobreza, como apunta en su libro Dahlqvist.
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