El colapso de la corriente del Atlántico Norte podría empujar a Europa a una nueva Pequeña Edad de Hielo. Sin embargo, incluso con proyecciones menos extremas, lo que ocurre con las corrientes marinas tendrá un efecto directo sobre el clima.
Raquel C. Pico
Martes, 25 de junio 2024, 08:37
La población es capaz de percibir algunos cambios en el entorno a simple vista. Es fácil, por ejemplo, sentir que están cambiando las temperaturas. Otros, por el contrario, se quedan más ocultos al simple ojo humano y, a pesar de todo, están ahí, impactando también en lo que ocurre. Es lo que pasa con las temperaturas de los océanos.
Si el verano pasado las costas españolas estaban entre 3 o 4 grados por encima de la media, las cosas no se han moderado durante los meses de invierno. La cuestión no fue algo accidental, sino que forma parte de un patrón sobre el que la investigación científica ya está dando la voz de alarma. Las temperaturas de los océanos están acumulando récords. Las fuentes expertas insisten en sus avisos de que las cifras están superándose una y otra vez. De hecho, como confirmaba el científico de la Universidad de Miami, Brian McNoldy, a 'The New York Times' hace unas semanas, el Atlántico Norte se ha pasado el último año batiendo récords de temperatura.
No se sabe del todo bien por qué ocurre esto y el Atlántico no está solo en el proceso. El cambio climático ha llevado a que el planeta suba su temperatura y esto también se nota en las aguas de los mares. Aun así, la cuestión es compleja, porque entran en juego muchos factores. La acidificación, el exceso de CO2 o la sucesión de olas de calor marinas están complicando las cosas para los océanos en todo el planeta.
Esta temperatura no solo afecta a los ecosistemas marinos, amenazando la supervivencia de las especies que allí viven. Igualmente, tiene un impacto en las corrientes marinas. Las consecuencias de esto podrían ser incalculables, puesto que de ellas dependen a su vez muchas otras cosas, como que llueva más o menos, por ejemplo.
Las corrientes marinas son tan viejas como los océanos, pero si a los segundos los identificamos desde hace milenios no puede decirse lo mismo de las primeras. En realidad, los datos de observación directa de las corrientes tienen solo unas décadas, lo que hace que cuantificar qué ocurre no sea del todo sencillo. Aun así, como explica al otro lado del teléfono Pablo Ortega, investigador del Barcelona Supercomputing Center-Centro Nacional de Supercomputación, se están viendo modificaciones.
El motor de la circulación en el Atlántico Norte (la corriente que más interesa en Europa, porque a ella se conecta el clima continental) está en las aguas profundas en latitudes altas. El mecanismo es el de aguas muy salinas que se enfrían y pesan más. «Con el calentamiento global, la superficie se calienta y se vuelve menos densa», apunta el experto, lo que requiere más enfriamiento para esa agua profunda. Así mismo, el derretimiento de los casquetes polares está haciendo que la salinidad disminuya y complica que se genere esa agua profunda.
Todo ello impacta en la circulación, que se debilita. A la larga esto desencadena un efecto dominó sobre otras áreas.
Esto tampoco es una advertencia nueva. Por ejemplo, las fuentes expertas llevan advirtiendo ya desde algún tiempo de su conexión con la temporada de huracanes —que podrían volverse más intensos o aumentar su alcance geográfico— o de las lluvias torrenciales. «Si el océano está más cálido, va a transmitir calor y humedad», apunta Ortega.
¿Nueva pequeña Edad de Hielo?
La clave para comprender el clima de las costas atlánticas europeas frente a las de América del Norte está, justamente, en esa corriente del Atlántico Norte. Puede que Nueva York y Galicia estén a la misma latitud, pero no tienen el mismo clima: los inviernos con nieve y los veranos abrasadores estadounidenses poco tienen que ver con el tiempo suave de este lado del Atlántico. Esto se explica por lo que el océano lleva a una costa y a otra. Como apunta Ortega, la corriente primero sube por la costa oeste de EEUU y luego se desvía hacia las costas europeas. Lo que ocurre en ese camino cambia las cosas.
Un estudio señalaba no hace mucho la posibilidad de su inminente colapso, lo que supondría un cambio profundo en la climatología europea. El Viejo Continente volvería a vivir una Pequeña Edad de Hielo, como ya afrontó entre los siglos XIV y XIX, con importantes consecuencias.
«Los nuevos estudios buscan representar bien el aporte de agua de los casquetes polares y de los procesos importantes que de alguna forma puedan condicionar la estabilidad de la circulación», indica Ortega. La certeza es que habrá un debilitamiento, pero si habrá o no colapso total o parcial ya es otra cuestión.
Aun así, ese debilitamiento importa. «No hace falta que colapse, que sea la película de 'El de mañana', para poder sentirlo», recuerda el especialista. Varios grados de enfriamiento en el Atlántico Norte supondrían una bajada de temperaturas en Europa, pero un calentamiento en otras zonas, como los trópicos, ejemplifica el experto. Ese potencial enfriamiento de varios grados en las temperaturas medias en Europa tendría un efecto directo sobre la vida de sus habitantes. «Cualquier cambio abrupto y de varios grados tiene impactos fuertes», señala. No solo pasaríamos más frío, impactaría igualmente en la agricultura —lo que plantamos ahora no está necesariamente preparado para el frío— o en la generación de energía. Por ejemplo, apunta, si cambian las masas de aire que llegan, ¿qué ocurriría con la energía eólica?
También cambiaría el régimen de precipitaciones; lo cual no quiere decir necesariamente que pudiese empezar a llover en todas partes en Europa con intensidad: en algunas zonas podría agravar los problemas de sequía.
Y el problema de las corrientes marinas no es una cuestión de hacer proyecciones por ver qué podría pasar. «Si no hubiera base científica sólida detrás, no estaríamos mirando de forma tan detallada qué puede pasar», señala el experto.
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