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Bol de palomitas con serie en plataforma de streaming. Archivo
La huella invisible de tu serie favorita

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Cada vez pasamos más tiempo frente a las pantallas viendo contenidos bajo demanda, pero el streaming no es neutro en términos medioambientales. El desarrollo de internet ha generado elevadas necesidades de consumo de energía

Raquel C. Pico

Jueves, 6 de julio 2023, 07:51

Al principio, era solo texto. Internet era una sucesión de palabras. Luego, alguien logró añadir imágenes fijas. Eran los 90 y la red era algo muy nuevo. Tenía mucho potencial, pero todo estaba por hacer. Entonces, esos contenidos circulaban por una infraestructura que ya existía, ... la misma que daba servicio a nuestras líneas de telefonía, y no tenía por tanto un coste energético añadido. Y era lenta.

Pero, tras eso, llegaron los sonidos, los vídeos: la revolución multimedia. Ayudó que a internet no se llegaba por los mismos cables por los que iban las llamadas sino por infraestructuras nuevas que lograban velocidades de navegación de vértigo, el ADSL primero y la fibra óptica después.

Con este salto cualitativo cambiaron no solo los usos sino también los contenidos de la red. Y, aunque esto pueda parecer que tiene muy poco que ver con el medio ambiente, la realidad es muy distinta, como recuerda el documental 'Frankenstream, el monstruo que nos devora'. En esos albores de la era del ADSL y en los que la música empezó a estar en formato mp3, los internautas se acostumbraron a intercambiar archivos. Fue la gran era de las descargas, que generó un gran debate sobre lo que suponía la piratería y el impacto que tenía que en la industria de la música o del audiovisual.

Fue ese temor, como recuerda 'Frankestream', lo que llevó a que los mercados afectados abrazasen primero el streaming de música y luego el de contenidos audiovisuales. Sin embargo, en ese proceso previo, lo que cambió no fue solo el modo de acceso, sino la percepción que se tenía de lo que ocurría online. En la red «todo es gratis» y «no cuesta nada», lo que oculta que cada dato que movemos implica un coste. Es decir, cada minuto que pasas navegando sí gasta recursos. Puede que, como señalan en el documental, nos parezca que no hay nada más inocente que un clic, pero cada uno de ellos tiene un gasto añadido detrás que no estamos percibiendo.

«Cada proceso de internet tiene asociado una cantidad de energía»

María Padrado

'Campaigner' de energía y transición de Greenpeace

«Internet no es inocente», señala al otro lado del teléfono María Padrado, 'campaigner' de energía y transición de Greenpeace. «Cada proceso de internet tiene asociado una cantidad de energía», indica, una que va mucho más allá de lo que nos supone a cada quien en su casa alimentar los dispositivos que empleamos. Padrado enumera: está el que implican las redes de comunicación, los dispositivos y los centros de datos y los que suponen fabricar todos y cada uno de esos elementos. Son costes invisibles, porque, suma la experta, como no vemos la energía nos damos menos cuenta de ella.

También son costes acelerados, porque internet va muy rápido, como lo hace todo lo que se conecta con ella. Un smartphone pasa de moda y se queda casi obsoleto a una velocidad de vértigo, tanto que su vida media se calcula en unos efímeros 18 meses.

Por supuesto, toda nuestra actividad online deja una huella, desde mandar un mail —incluso ese tan habitual en el trabajo de «¡gracias!»— hasta leer esta misma noticia. Con todo, el impacto del streaming es el más preocupante, tal y como apunta 'Frankestream', porque se ha convertido en el nuevo patrón oro de cómo consumimos contenidos —ya no vemos la tele o no vamos al cine, sino que accedemos a todo bajo demanda— y por el peso que tiene en el tráfico de internet. Es ahora mismo el 82% del cómputo total. En unos años, internet podría ser tan contaminante como los viajes en avión.

En esas cuentas, uno de los principales puntos conflictivos son los centros de datos, tanto para internet en general como para el streaming en particular. Aunque tenemos la percepción de que todo lo digital es etéreo, en realidad, la información está en algún lugar. Esos son los centros de datos y necesitan muchos recursos para funcionar. No solo precisan energía para estar operativos 24 horas al día, sino también para enfriarse (que es, justamente, una de las razones por las que gastan grandes cantidades de agua). «Los centros de datos son el gran reto de la propia industria», apunta Padrado. La industria tecnológica es consciente del problema y, por eso, para ellos también es una preocupación constante (al fin y al cabo, las compañías han ido asumiendo cada vez más compromisos verdes y este consumo desmedido no deja de ser un gasto económico).

El problema no es solo el consumo específico de estos espacios, sino también qué energía se usa para alimentarlos. Como señala 'Frankestream', en China la electricidad que necesitan se genera con carbón, algo que también se hace en algunas zonas de EE.UU. Y esto no es algo que toque solo a esos lugares: internet es un entorno global y los contenidos que consumimos llegan desde todo el mundo. También desde esos centros de datos que viven gracias a las energías no renovables.

Nuestros hábitos de navegación online ya lanzan 100 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera, según las cifras que recoge el documental. Solo YouTube emite más, denuncian, que lo que genera una ciudad del tamaño de Frankfurt. Y, dado que el streaming es muy popular y cada vez lo es más, las cifras irán en aumento y las necesidades energéticas escalarán. Ahora mismo, recuerdan, el sector digital consume entre el 8 y el 10% de toda la energía que se consume en Francia. En Irlanda, donde se concentran las sedes europeas de las grandes tecnológicas estadounidenses, el número de centros de datos sube y sube: tanto que en 2030 se calcula que podría suponer el 70% de todo el consumo eléctrico del país. Lo que pasará con los ciudadanos y sus necesidades de energía en ese contexto es otra de las grandes preguntas.

100 millones de toneladas de CO2

se emiten por nuestra navegación en la Red

«Es el enemigo silencioso, que se puede estar escapando a la vigilancia por contaminación», apunta Padrado. Y, si la red implica ya un elevado consumo de energía y si con cada clic que hacemos existen consecuencias, ¿por qué no somos más conscientes de ello? Que sus efectos sean en cierto modo invisibles ayuda. Cabe preguntarse también si el hecho de que la tecnología y sus empresas tuviesen esa imagen abrumadoramente 'cool' una década atrás —eran las compañías que molaban y no empresas malas— hizo que no nos planteásemos ese lado más oscuro. Padrado indica que está reflexión podría dar en la diana de un problema importante: «el greenwashing».

Aun así, volver atrás no parece factible. Internet se ha convertido en una parte crucial de nuestra vida y el streaming en el nuevo estándar de cómo consumimos contenidos. De hecho, cada vez conquista más áreas. Las grandes compañías de VoD tienen ya estrategias y responsables de sostenibilidad e intentan medir cómo impactan —los estudios de Netflix, por ejemplo, calculan que media hora de consumo de contenidos en streaming en Europa no tiene más emisiones que las que puede suponer preparar 4 bolsas de palomitas en el microondas— y qué se puede hacer para lograr reducir su huella.

Ver los contenidos con menor calidad —si no necesitas verlo a 4k, acepta una resolución más baja—, descargar en vez de ver en streaming o usar el WiFi y no las redes móviles son vías para bajar el impacto. También lo es tomar decisiones de consumo, igual que se hace en el supermercado, teniendo presente la huella de carbono. Esto no solo supone hacerles un examen de sostenibilidad a las plataformas de streaming, sino también alargar al máximo la vida útil de nuestros dispositivos. Al fin y al cabo, como señala Padrado, puede que la de cada persona sea una pequeña actividad, «pero somos millones».

Y, finalmente, —y aquí coinciden tanto los expertos del documental como la de Greenpeace—estaría la cuestión de exigir a las empresas que actúen. Pedirle a la gente que deje de ver series bajo demanda es, como indica uno de estos especialistas en 'Frankestream', como exigirle a alguien que deje de fumar dejándole un cartón de tabaco en la sala. Padrado reclama que se creen marcos de referencia y se legisle sobre estas cuestiones. «Y nuestro voto es crucial para exigirlo», señala.

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