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Ahí está viendo pasar el tiempo. Eso le cantaban Víctor Manuel y Ana Belén a la madrileña Puerta de Alcalá. «¡Mírala, mírala!», coreaban. Los flashes de las cámaras y los selfis de los turistas captaban la enfermedad de este mítico monumento, pero pasaba desapercibido a sus ojos. Con el pasar de los años, sus piedras se iban descascarillando y ennegreciendo. Un mal que se ha convertido en pandemia y que se expande por cada uno de los continentes que conservan vestigios de civilizaciones de otras épocas.
«Tenemos la obligación de cuidar y preservar el legado histórico y el patrimonio cultural en nuestro país y también en todo el planeta», señala David Rejano, subdirector adjunto en el Instituto de Patrimonio Cultural de España (IPCE). Pero «no podemos olvidarnos del monumento y hacerle caso solo cuando se pone malito», denuncia Cristina Marín, petróloga especialista en restauración de monumentos.
España tiene un ejército listo y preparado para combatir el inexorable paso del tiempo y el embate de fenómenos meteorológicos y, también, humanos. «Como gestores del patrimonio cultural hacemos una conservación preventiva», detalla Rejano. «La última etapa es la restauración», asegura.
Desde la década de los 90, la contaminación entra en la lista de comprobaciones de estos vigilantes. Pero en esa hoja de verificación también aparecen temas como la humedad, las temperaturas, las precipitaciones, el viento… «Y más si están al aire libre», revela el subdirector adjunto del IPCE. En los últimos diez años se ha añadido una variable más que comprobar. «Llevamos una década estudiando cuáles son los procesos que deterioran la piedra», afirma Javier Martínez, responsable del programa RESCUhE encabezado por el Instituto Geológico y Minero de España (IGME) y financiado por el Ministerio de Cultura y Deporte.
En el radar de Martínez se encuentran la catedral de Cuenca, unas torres vigías en Almería, la fortificación de la isla de Tabarca, Santa María de Rioseco en Burgos o el convento de Bonaval en Guadalajara. Martínez y el equipo de investigadores de RESCUhE vigilan los cambios de temperatura, las precipitaciones, la humedad relativa, aunque van más allá. «Añadimos la velocidad del viento, la intensidad de la precipitación, la dirección de ambos fenómenos, la insolación», detalla el ingeniero. En su estudio han comprobado cómo la superficie de las rocas en el levante llegan a los 60 grados en verano, también han documentado cómo sufren con las fuertes precipitaciones de las DANA. Y más al interior de la península, el hielo se convierte en el gran enemigo, ya que el agua se cuela entre las grietas y al bajar las temperaturas se congela y genera grandes daños en el interior de las estructuras.
«En España tenemos mucho patrimonio construido con caliza porosa, que es muy vulnerable a las agresiones ambientales», dice Martínez. Así, año a año, estos guardianes han observado cómo milímetro a milímetro se desintegra la Historia. Una pérdida que escapa al ojo humano, pero controlada con estaciones meteorológicas vigiladas por la Universidad de Valladolid. Además, con una tecnología novedosa basada en un micro-TAC cómo le impacta la exposición al cabo de un año.
Así han observado cómo la Torre de Cerrillos del siglo XVIII, situada en la costa almeriense entre Roquetas del Mar y El Ejido, se ha visto afectada por las marismas y las inclemencias climatológicas. Pero esto no es solo un problema en el levante. «En la fachada atlántica de la península ibérica también nos ocurre», alerta Elías López-Romero González de la Aleja, científico titular del Instituto de Arqueología de Mérida-CSIC (IAM-CSIC).
Este otro guardián lleva 20 años vigilando cómo los vientos, las lluvias y las olas también golpean sin escrúpulos la Historia. «El patrimonio cultural en España es muy vasto. Tenemos desde construcciones prehistóricas hasta concheros o acumulaciones de espinas de pescado que nos permiten conocer cómo se alimentaban nuestros antepasados», explica López-Romero. «El nivel de afectación es muy diferente, lo que está claro es que hay un cambio del clima y que amenaza estos yacimientos. Puede hacerlo progresivamente o directamente destrozándolos», aclara.
Pero la cercanía al mar no es el único problema. «También estamos vigilando activamente la arcada del Monasterio de San Juan de Duero (Soria)», apunta el subdirector adjunto del IPCE. Aquí los arcos del claustro que datan del S.XII están a la intemperie. «Sufren el frío, las lluvias y también las subidas y bajadas del Duero», señala Rejano. «La humedad también está degradando estas piedras».
Estos guardianes no están solo en España, también allende las fronteras ibéricas. López-Romero trabaja con investigadores franceses para controlar el embate de las olas en las costas galas. Pero más al sur, donde el mar es un oasis lejano, tratan de frenar el lento avance del desierto.
Durante casi dos décadas, los nizaríes aguantaron los asedios de las hordas mongolas al castillo de Gerdkuh. Situado a 300 metros de altura sobre las llanuras, ahora de Irán, sobrevivió a ataques constantes en el S.XIII, 800 años después sufre otro ataque imparable pero de arena. Las fortificaciones que quedan están siendo sepultadas por el avance imparable de la desertificación que no pasa desapercibida a los satélites ni tampoco a los ojos de Bijan Rouhani, arqueólogo de la Universidad de Oxford. «Estos espacios corren peligro debido al movimiento de arenas y la invasión de dunas, que pueden comprometer la estratigrafía y aumentar la exposición a incendios y tormentas de viento», responde a través del correo electrónico.
La comparación de fotos de inteligencia estadounidenses tomadas en 1977 y las imágenes más recientes de la zona de Google Earth muestra el avance de enormes dunas que ahora casi sepultan la fortaleza.
Aunque el impacto del cambio climático es global, la solución a su impacto en cada monumento del patrimonio es local. «No se pueden aplicar las mismas soluciones en Almería que en Coruña», destaca López-Romero. Los investigadores del Instituto Geológico y Minero de España, a través de RESCUhE, están centrados en vigilar la dirección de los fenómenos meteorológicos para proponer soluciones 'ad hoc'. En la Torre de Cerrillos (Almería) una simple plantación de palmeras puede reducir el deterioro de este bien de interés cultural del S.XIV. «Plantar un conjunto de palmeras en determinadas posiciones puede actuar como una barrera natural y frenar el viento, la radiación solar y la lluvia dirigida», detalla Javier Martínez.
Pero «el problema es que no hay una solución única válida», recalca López-Romero. «No es lo mismo una capilla medieval que puede tener un muro que la proteja que un yacimiento arqueológico que no tiene nada. Tenemos que ver cada caso», advierte. En algunas de sus actuaciones han construido muros, aunque «sabemos que es temporal, porque la erosión y la fuerza de la climatología sigue su curso», comenta. En algunos casos no queda más remedio, en un yacimiento, extraer toda la información. ¿Y si es una edificación? «Hay casos que se han trasladado piedra a piedra para evitar que se la lleve el mar, pero esto es muy costoso y se hace poco», apostilla el arqueólogo del IMA-CSIC.
«Hay cosas inevitables como el avance del mar, lo que tenemos que hacer es reconocer que hay un problema e intentar mitigarlo», relata. «Estamos adaptando todos nuestros planes de prevención y conservación nacionales a las nuevas realidades climáticas y al impacto del calentamiento del planeta», detalla David Rejano, subdirector adjunto en el IPCE.
Mientras tanto estos guardianes siguen trabajando en la preservación de este patrimonio, aunque «su tendencia natural es desaparecer», detalla Martínez. «Desde que se construye algo empieza a erosionarse, pero mi trabajo es ralentizarlo todo lo posible», defiende. Y hace un llamamiento: «Hay muchísimos monumentos de muy alto valor en la España vaciada que están en proceso de ruina porque tienen falta de atención». «Si alguien ve algo lo tiene fácil, llama a los servicios de patrimonio de su comunidad. Tenemos que generar esa cultura ciudadana para ayudar», añade López-Romero.
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