La antropóloga Kristen Ghodsee muestra en 'Utopías cotidianas' que experiencias prácticas de la colectivización en cuestiones como los cuidados infantiles o de la tercera edad pueden tienen retornos muy positivos a la hora de mejorar el bienestar y reducir las brechas sociales. Si pueden ... funcionar, ¿por qué no se hace más?
Posiblemente, es la educación infantil la que muestra mejor la complejidad de la cuestión, tanto en sus luces como en sus sombras. Puede que ese refrán de que 'se necesita una aldea para criar a un niño' se haya convertido en un viral del siglo XXI, pero estos cuidados siguen siendo todavía un trabajo muy poco colectivizado y en el que todavía las madres se llevan, en general, la mayor parte de la carga.
Apostar por reforzar la educación pública ayudaría a evitar, como apunta la experta en su libro, recién publicado por Capitán Swing, la «mercantilización de la educación». Esto es algo que se ha asentado desde la recta final del siglo XX, en la que el ideal se ha apartado de los saberes y se ha ido acercando más a las necesidades del mercado. Esto ha asentado brechas -sobre quién puede acceder y quien no a ciertos conocimientos y cuándo y dónde lo hacen-, pero también ha reducido o atemperado cuestiones como el pensamiento crítico.
Igualmente, en las experiencias de educación colectiva se han visto beneficios tanto para los propios niños y niñas como para los adultos, que, como explica en su libro la experta, se ven liberados de la carga que supone tener que enseñar un abanico amplio de saberes para los que no siempre están preparados a sus criaturas.
Las condiciones de trabajo en las guarderías
Para las mujeres, además, este acercamiento reduce de forma pragmática la brecha de género, al atacar la de los cuidados. Si el trabajo se hace entre todo el mundo o si es el propio estado el que facilita una red de servicios que ayudan a no individualizar toda esa carga de trabajo, las mujeres tienen alternativas que les permiten no asumir en solitario todo ese ingente trabajo. Sin olvidar que, como recuerda Ghodsee en su libro, la idealización de la maternidad y el acento sobre el vínculo maternofilial aumentan la presión sobre las mujeres.
Ghodsee reconoce que las investigaciones estadounidenses concluyen que los niños más pequeños -de 0 a 3 años- que pasan mucho tiempo siendo educados suelen ser más agresivos y desobedientes, pero matiza que seguramente el hecho de que se produzca una rotación de personal mal pagado en esos cuidados tiene algo que ver.
Un estudio noruego contradice, de hecho, los datos estadounidenses. También lo hace uno francés en el que se descubrió que si se hace con estándares de calidad -es decir, se invierte dinero en ese cuidado colectivo de la primera infancia con profesionales- esos niños muestran mejores resultados. Al final, el problema no es la guardería, sino las condiciones en las que quienes trabajan allí deben desempeñar sus funciones.
Las experiencias de crianza colectivas de los kibutz -donde los niños dormían juntos y eran educados igualmente en común, aunque siguiesen teniendo relación con sus padres y madres- mostró resultados positivos, ejemplifica.
La cuestión ni siquiera es nueva. La colectivización de la educación y los cuidados se debate ya desde Platón. Sin embargo, la propia idea atenta contra lo que se ha asentado como lo correcto, lo ideal, tanto que simplemente mencionar el tema genera una suerte de instintiva sensación de rechazo.
Ingente cantidad de trabajo gratuito
Al otro lado del teléfono, Ghodsee explica que «hemos heredado la idea de la familia nuclear y cómo la construimos en el siglo XX». Hoy, seguimos viendo como lo más adecuado a una pareja «dando cuidados de forma exclusiva a sus propios hijos biológicos en su propia casa familiar rodeados de sus propiedades». Esto se conecta, suma, con la propia esencia del capitalismo y la trasmisión de la riqueza y los privilegios. «Si viviésemos de forma más colectiva, si compartiésemos nuestros recursos de forma más amplia, esa estructura de la herencia se vería desafiada», señala.
Incluso, el potencial que tiene en la reducción de las brechas de los cuidados se queda opacado por estas cuestiones. «Las mujeres proveen una cantidad increíble de trabajo gratis en el capitalismo», indica la antropóloga. Como sintetiza, no se paga nada por la «producción de niños» ni por su educación, aunque en justicia esto vaya contra la lógica del sistema. «Se necesitan trabajadores y consumidores, pero no se quiere pagar por ellos», resume. La familia nuclear se convierte así en una fuente de algo valioso, pero gratis.
Lo cierto es, sin embargo, que la colectivización de los cuidados no es algo tan ajeno. Los hogares en los que convivían varias generaciones eran habituales en España décadas atrás. También lo eran comportamientos como 'quedarse con la vecina'; esto es, que fuese ese proverbial pueblo el que criase a la infancia.
¿Es el impacto de la cultura popular estadounidense un factor que nos ha llevado a olvidarlo? «Sí, absolutamente», apunta Ghodsee, que recuerda que los hogares intergeneracionales también eran habituales antes de la II Guerra Mundial en el propio EE UU. Fue el mundo de los suburbios que se impuso después lo que los opacó. «Y luego esa visión de éxito se exportó al resto del mundo a través de Hollywood y de la televisión», indica.
De hecho, ahora, las familias de las series siguen viviendo en 'casoplones' en las afueras. También lo hacen las familias de muchas series europeas, aunque en realidad lo habitual no sea que se viva así.
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