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Cuadernos de verano. Archivo
Campamentos, cursos y refuerzos de idiomas: ¿abre el verano una brecha en la educación?

Campamentos, cursos y refuerzos de idiomas: ¿abre el verano una brecha en la educación?

ODS 4 | Educación de calidad ·

Los problemas de conciliación obligan a padres y madres a invertir en formación extra veraniega para los escolares, pero no todas las familias pueden permitirse la misma capacidad de gasto.

Raquel C. Pico

Domingo, 9 de julio 2023, 07:24

Cuando empieza el verano, es el momento de hacerse con los clásicos cuadernos de vacaciones para que niñas y niños no pierdan la rutina educativa del curso. Es un clásico que ya tiene ya casi 40 años y que ahora convive con los cursos, ... talleres o campamentos de verano que padres y madres han reservado meses antes.

Son la llave para que las familias logren conciliar —al fin y al cabo, las vacaciones escolares no tienen la misma duración que las de los progenitores—, pero también una oportunidad para que los más pequeños adquieran nuevas habilidades y conocimientos. Su precio, sin embargo, no está al alcance de todos los bolsillos, por lo que no todas las familias pueden permitirse acceder a esas actividades. ¿Se está abriendo así una brecha entre los hijos de las familias con más recursos y las de aquellas que tienen menos capacidad de gasto?

Para María Capellán, presidenta de la Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos (CEAPA), es incuestionable que se produce una separación entre unos y otros. Pone un claro ejemplo: un campamento básico en una ciudad como Valladolid y con una duración de unas dos semanas cuesta entre 400 y 500 euros. Aunque no sea uno de los precios más elevados, no es asumible por todo el mundo, más si se piensa que los costes se multiplican por el número de niños que haya en una casa. Y por la necesidad de tiempo que se necesite cubrir.

La cuestión no es tampoco tan frívola como podría parecer a primera vista. Es decir, es más compleja que pensar que hay niños que se pasarán el verano haciendo actividades divertidas y otros que estarán más aburridos en su casa o en actividades de menor calado. En la lista de aquello a lo que los cursos de verano cubren entran habilidades claves en un mundo cada vez más complejo —como el aprendizaje de idiomas— y experiencias que ayudan a ampliar horizontes. Esto, al final, sienta las bases de los conocimientos y las habilidades que se van adquiriendo y marca la progresión futura de esos mismos estudiantes «Sin ingresos es imposible competir», señala Capellán.

«Es evidente. Es algo que todo el mundo puede apreciar sin problema», indica Juan Manuel Moreno, catedrático de la Facultad de Educación de la UNED. Supone, por ejemplo, la diferencia entre llegar hablando de forma fluida a la universidad inglés y algún idioma más y no hacerlo. Y, si para los universitarios de hace 20 años esto no era un problema tan grave, sí es ahora un hándicap. «¿Por qué sube el gasto en clases particulares de idiomas?», pregunta Moreno hablando de un patrón que se detecta desde hace años y no solo en verano. «Porque los padres y las madres son más conscientes de la diferencia que marca», indica.

Incluso, señala Moreno, se puede ver en un dato llamativo cómo los progenitores han comprendido lo que supone esa diferencia: mientras en los años de la Gran Recesión las familias recortaban en todo lo posible, no lo hacían en las clases particulares de las criaturas. La inversión seguía subiendo. «Como decía mi abuela, faltaría para aceite», resume. Igual que se podía dejar de comprarlo todo, menos el aceite, las clases son vistas como básicas.

Moreno es el responsable de un estudio —junto con Ángel Martínez, en el Centro de Políticas Económicas-EsadeEcPol— que ha analizado la evolución de las clases particulares en España y cómo se han ido convirtiendo en un bien de primera necesidad, Educación en la sombra. Los datos apuntan que la mitad de los alumnos consume clases particulares y que este mercado mueve un gasto medio de 270 euros por curso escolar y por estudiante. Y, aunque esta inversión se reparte por toda la escala (es decir, también se registra entre las familias con menor capacidad de gasto), la inversión media en los hogares más ricos triplica a la de los más pobres. Por ejemplo, cuanto más dinero tiene la familia, descubrieron, más destinan a aprender idiomas.

270 euros es el gasto medio de clases particulares

por curso escolar y alumno

En líneas generales, dos de cada tres euros invertidos en clases particulares se van a lo extra, lo que el estudio llama «ampliar y perfeccionar». Esto es, no es el clásico refuerzo —este se lleva uno de cada tres euros—, sino algo que ayuda a diversificar conocimientos y adquirir otras habilidades.

Son, eso sí, estadísticas que no se limitan al verano, aunque el problema de la doble velocidad educativa no es estacional. Puede que los campamentos de verano y quién puede —o no— acceder a ellos evidencie el problema de la potencial brecha, pero ocurre todo el año. Y eso puede tener consecuencias, puesto que los recursos a los que se tiene acceso cambian las capacidades. Por ejemplo, Moreno recuerda que los niños a los que les leen en casa cuentos están más avanzados —el equivalente a medio curso— de los que no.

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Pero, volviendo a las brechas educativas del verano, Capellán apunta un dato importante. Una cosa son todas estas actividades de pago —y habitualmente enriquecedoras— y otros los programas de conciliación que se ponen en marcha en los territorios y que «hacen actividades que no supongan un coste económico». «No es lo mismo», señala la experta.

Eliminar la brecha

¿Existe una solución al problema? Obviamente, la manera de atacar la brecha no pasa por impedir a aquellos escolares que pueden permitirse acceder a estos servicios que lo hagan, sino por crear oportunidades para quienes no puedan hacerlo lo logren. «La única manera de compensar esa desigualdad es que desde el sistema público se pongan a disposición oportunidades», indica Moreno.

Capellán cree que deberían existir sistemas de becas o plazas que ayudasen a que todos los niños pudiesen acceder a todo este tipo de actividades, y no solo en verano. Al fin y al cabo, en los propios colegios existen actividades extraescolares que tienen costes —una muestra: los intercambios lingüísticos— que por muy bajos que sean no son asumibles por todo el mundo.

«La única manera de compensar esa desigualdad es que desde el sistema público se pongan a disposición oportunidades»

Juan Manuel Moreno

catedrático de la Facultad de Educación de la UNED

Porque, además, las actividades y quién las organiza tiene un impacto en los colegios públicos y cómo se reparten los alumnos del distrito educativo. Aquellos colegios que saben que sus estudiantes no podrán hacer ese desembolso económico reducen o eliminan este tipo de actividades, lo que empuja a que las familias que sí tienen esa capacidad de gasto se vayan a un grupo de colegios públicos con abanicos de actividades amplios. Se crean así, de forma accidental, diferentes categorías de centros. «Fomenta más las desigualdades», indica Capellán.

El centro más activo se convertirá en un imán para las matrículas, pero, como se pregunta la presidenta de la CEAPA, ¿qué ocurre con el colegio vecino? Esta fragmentación puede llevar a que los colegios pierdan diversidad entre su alumnado.

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