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El Parque Nacional de Kibale en Uganda está repleto de colores vívidos. A lo largo de sus 766 kilómetros cuadrados se mezclan más de 200 especies de árboles de ecosistemas tropicales húmedos que compiten entre ellos para su supervivencia y también su reproducción. Entre las hojas verdes y largos troncos destacan el naranja de los higos del lugar o el rojo de las bayas. A miles de kilómetros, en el Parque Nacional Ranomafana en Madagascar, las bayas se convierten en amarillas y los higos en verde. Es el reclamo que tienen para que su especie sobreviva al paso de los años.
Del mismo modo que en los supermercados, las frutas más coloridas y brillantes ocupan los principales estantes, esto también ocurre en las selvas más profundas. Durante millones de años de selección natural, las plantas han desarrollado una forma de comunicarse con los animales para garantizar su supervivencia como especie, porque si estos fallan su existencia peligra.
Así ocurrió con el naranjo de Luisiana (Maclura pomifera, por su nombre científico). Hace más de una decena de milenios, estos gigantones, alcanzan hasta los 15 metros de altura, cubrían grandes extensiones de tierra por el norte de América y con el paso de los años han ido perdiendo presencia. ¿La explicación? La extinción de los mamuts y otros grandes mamíferos.
Gracias a ellos, sus semillas podían volver a germinar como ocurre con las bayas rojas del Kibale o los higos verdes del Ranomafana en Madagascar. Aunque tampoco hay que irse muy lejos en el mapa, basta con observar a las decenas de miles de abejas polinizadoras. Muchos vegetales que confían a los elementos (aire, agua, incluso fuego) el destino de su descendencia, pero más de la mitad de los árboles y los arbustos necesitan que un animal se coma su fruto, dejando caer sus semillas (dispersión local), o se las trague para después regurgitarlas o defecarlas (dispersión a distancia).
Hace dos años, investigadores de la Universidad de Rice en Estados Unidos analizaron más de 18.000 relaciones de animales con especies vegetales y advirtieron de un lento, pero progresivo declive en la dispersión de las semillas. Veinticuatro meses después la decadencia es aún más llamativa. «Estas interacciones biológicas entre plantas y dispersores están en grave peligro, lo que podría comprometer la recuperación de plantas y la funcionalidad de los ecosistemas europeos en el futuro», desvela un equipo de investigadores de la Universidad de Coimbra liderados por Sara Beatriz Mendes y Rubén Heleno.
En su trabajo titulado 'Evidencia de una crisis de dispersión de semillas en Europa' y publicado este jueves en la revista Science alertan de que un tercio de los animales dispersores de semillas están en riesgo y casi la mitad de ellos «muestran tendencias de declive en sus poblaciones», alertan Mendes y Heleno.
«Si perdemos a los animales frugívoros y las innumerables interacciones que mantienen con las plantas, los bosques colapsarían: sencillamente las semillas no llegan al suelo en condiciones adecuadas para regenerar las poblaciones de plantas», detalla Pedro Jordano, profesor de investigación del departamento de Ecología Integrativa de la Estación Biológica de Doñana (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) en declaraciones recogidas por SMC España. «En las selvas tropicales, por ejemplo, más del 85 % de las especies leñosas dependen de animales frugívoros para la dispersión de semillas; y en el bosque mediterráneo encontramos hasta un 60%», añade.
La investigación de los biólogos de la Universidad de Coimbra, realizada sobre 15.229 interacciones entre más de 2.150 especies de plantas y 516 especies de animales, revela que muchas plantas dependen exclusivamente de dispersores animales. «Algunas especies importantes como el saúco y el arándano tienen hasta 90 dispersores», detalla el estudio. «La pérdida de dispersores esenciales podría interrumpir la regeneración de plantas y reducir la diversidad genética, especialmente en el contexto del cambio climático», apostillan.
Según los expertos, los procesos ecológicos que probablemente colapsen debido a una crisis en la dispersión de semillas van desde la regeneración forestal después de perturbaciones como los incendios forestales, hasta las respuestas de las plantas a las condiciones climáticas rápidamente cambiantes en un continente ya gravemente afectado por la pérdida de hábitat y la fragmentación de los bosques. «Resolver esta situación requiere desarrollar medidas de protección de los hábitats, fauna y flora, de modo que se garantice la persistencia de las especies a niveles adecuados para mantener sus funciones ecológicas», expone Jordano.
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