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El Ártico y su deshielo progresivo es, con diferencia, la imagen más paradigmática del calentamiento global del planeta. Desde que comenzaron las mediciones satelitales en los 80, se sabe que esta región pierde un 12% de su manto blanco a cada década que pasa. Esto supone 80.000 kilómetros cuadrados de hielo derretido al año, con lo que implica para el nivel del mar y para su papel como regulador del clima de la Tierra.
Por ello, la comunidad científica sigue con detalle la evolución de este 'termómetro' vivo del cambio climático y son muy numerosos los estudios científicos publicados sobre su futuro. A estos se suma ahora la proyección realizada -«la primera» de sus características- por un equipo de climatólogos de la Universidad de Gotemburgo (Suecia), que ha calculado cuándo asistiremos al primer día sin hielo en el Ártico.
Esto es, en términos científicos, cuándo la superficie de agua congelada será inferior a un millón de kilómetros cuadrados. Ahora mismo, la extensión sólida mínima registrada data del pasado mes de septiembre y fue de 4,28 millones de kilómetros cuadrados. Este fue, además, el mínimo histórico anotado desde 1978, tal y como alertó entonces el Centro Nacional de Datos sobre Nieve y Hielo de Colorado.
Según los cálculos realizados ahora por las autoras del estudio que publica Nature Communications, las investigadoras Céline Heuzé y Alexandra Jahn, el día sin hielo se producirá en un mes de agosto dentro de entre tres y seis años como máximo. Las «incertidumbres» en los cálculos son señalados por las propias investigadoras, pero, en contra de proyecciones anteriores que retrasaban el acontecimiento a la próxima década, aseguran que lo veremos antes de 2030.
Para que esta circunstancia se dé, tienen en cuenta que se produzcan eventos climáticos extremos, como los que se registraron durante el año 2023, que podrían derretir dos millones de kilómetros cuadrados o más de hielo marino en un corto periodo de tiempo. Esto se produce con otoños inusualmente cálidos, que debilita primero el hielo marino, seguido de un invierno y una primavera cálidos que impiden luego la formación del mismo. «La rápida transición a un primer día temprano sin hielo no solo ocurre en el verano, sino que también incluye una reducción de la cubierta de hielo marino durante el otoño, el invierno y la primavera», concretan las investigadoras en su estudio.
Hasta el momento, las proyecciones habían tenido en cuenta los gases de efecto invernadero y demostraban que en distintos escenarios de emisiones, el deshielo del Ártico se produciría de forma paulatina e irreversible. Las autoras insisten ahora en que, en todos los modelos analizados, esta pérdida de masa helada se daría «excepto en el de emisiones más bajas». Por lo que concluyen, y recalcan, que «cualquier reducción de emisiones ayudaría a preservar el hielo marino».
Este trabajo tiene carácter «simbólico», como reconocen las investigadoras suecas. «La posibilidad de un océano Ártico sin hielo es uno de los ejemplos más llamativos del cambio climático antropogénico en curso, con una transición visible de un océano Ártico blanco a un océano Ártico predominantemente azul durante el verano», reconocen.
No obstante, lo que está por suceder no solo se trata de una imagen, sino de los «efectos en cascada» que este verano azul en el Ártico tendrá sobre el resto del sistema climático. «Aumentará notablemente el calentamiento en el océano superior, acelerando la pérdida de hielo marino durante todo el año y, por lo tanto, acelerando aún más el cambio climático, y también podría inducir eventos más extremos en latitudes medias, además de afectar negativamente al ecosistema ártico ya estresado, desde el emblemático oso polar hasta el crucial zooplancton», recoge el estudio.
Así, los resultados numéricos son valiosos, pero lo es más la comprensión de las consecuencias que este deshielo tiene para el planeta. Antonio Ruiz de Elvira Serra, catedrático de Física Aplicada y profesor Honorífico Investigador en la Universidad de Alcalá, lo explica así a SMCenter: «El sistema hielo es un sistema no lineal realimentado positivamente, es decir, que cada vez que se reduce la superficie de hielo, se refleja menos radiación solar hacia el espacio, la superficie del mar libre se calienta más, ese calor se mantiene a lo largo del invierno y el siguiente verano hay menos superficie reflectora. El proceso se acelera. Las consecuencias son un chorro polar muy debilitado, con grandes meandros que producen inundaciones intensas y repetidas, heladas bruscas y olas de calor también intensas y repetidas, en las latitudes europeas».
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Estos meandros en la corriente en chorro, influenciados por el cambio en el ecosistema ártico, están siendo estudiados por la comunidad científica como posibles desencadenantes de las 'danas' explosivas como la que se ha visto este otoño en la cuenca del Mediterráneo.
A largo plazo, la fusión del hielo de Groenlandia producirá un aumento del nivel del mar de unos 100 metros de altura, «pero es posible -prosigue el profesor- que antes de esto el aporte de agua dulce de esos glaciares de Groenlandia ralenticen la AMOC (la corriente global una de cuyas ramas es la Corriente del Golfo) a lo largo de las próximas décadas, algo aún en estudio».
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