

Secciones
Servicios
Destacamos
En marzo de 2020, el mundo se paralizaba por la amenaza de la covid-19. Millones de personas se vieron confinadas, asaltadas por el miedo y la incertidumbre. El escenario era, a priori, ideal para que la salud mental se resquebrajara. Y no sólo entre los adultos, sino también entre jóvenes y niños. Sin embargo, hoy, cinco años después de aquello, se puede certificar que la vida sigue, debido, en parte, a que «la capacidad de adaptación de las personas es enorme», sobre todo de la población más joven.
Así lo destaca Xosé Ramón García Soto, psicólogo clínico del Equipo de Salud Mental Infanto-Juvenil del Hospital Universitario de Burgos, quien, junto a sus compañeros de unidad, ha mantenido un seguimiento exhaustivo de la salud metal de los jóvenes de la ciudad tras un episodio que puso a prueba a mucha gente.
«La pandemia fue una situación sin precedentes por su duración y extensión. Toda la humanidad se vio gravemente amenazada, recluida sin saber cuánto duraría y cómo debía actuar», lo que derivó en un aumento de «los niveles de estrés», en una alteración de «los hábitos de vida» y en una desorganización de «los ritmos y horarios, especialmente los relacionados con el sueño».
Xosé Ramón García Soto
Psicólogo clínico del equipo de Salud Mental Infanto-Juvenil de Burgos
Esas amenazas afectaron a adultos, jóvenes y niños en diferentes medidas, pero lo cierto es que «la respuesta de las administraciones y la población fue simplemente asombrosa. Era inevitable que hubiera errores, limitaciones y sufrimiento. Pero hubo capacidad para organizarse. Las familias lo hicieron y el Estado también», subraya García Soto.
De esta forma, y a pesar de que el confinamiento «se tradujo en un empeoramiento de la salud mental de la población en 2020», según informes de la Organización Mundial de la Salud (OMS), las administraciones, el sistema sanitario, el sistema educativo y, sobre todo, las familias, funcionaron como «paraguas protector» sobre jóvenes y niños.
En este sentido, el seguimiento realizado desde la pandemia por el equipo de Salud Mental Infanto-Juvenil de Burgos permite concluir que «a pesar de las dificultades y el sufrimiento, el confinamiento no había dañado la salud mental de niños» a largo plazo.
Evidentemente, puntualiza García Soto, la casuística es enorme y «hubo casos» en los que «el resultado fue muy complicado». No obstante, la conclusión general, puesta negro sobre blanco en la tesis elaborada por Arancha Bernal, una de las psicólogas del equipo, es que el impacto de la pandemia sobre la salud mental de niños y adolescentes a largo plazo fue contenido.
«En los últimos años he atendido a familias con niños nacidos alrededor de la pandemia que vieron alteradas durante un período prolongado las condiciones de crianza. En algunos casos, el estrés familiar favoreció la aparición de dificultades de comportamiento y problemas en las relaciones familiares, y, en otros, dificultó la socialización. Sin embargo, no es un patrón general de la población. Según nuestros datos de consulta no parece haber un aumento significativo de problemas de socialización en comparación con el período previo a la pandemia», explica García Soto.
Noticias relacionadas
Lejos de ello, insiste, «los niños tienen una gran capacidad para sobreponerse a las dificultades, especialmente si cuentan con el apoyo de adulto que mantiene la calma». Esa, recalca «fue la situación más frecuente en los menores que atendíamos». ¿Se acuerdan de aquella niña convertida en meme que decía aquello de «es mejor eso que morirse»? Sí, aquella respuesta a una reportera de televisión fue graciosa y estaba cargada de resignación infantil, pero también mostraba la capacidad de resiliencia de la que habla García Soto.
Una capacidad que, asegura, quedó evidenciada a raíz del cierre de centros educativos y «la transición abrupta a la educación en línea». Aquella transición «afectó al aprendizaje, la motivación y socialización de los niños», que «recayó en las familias, que no siempre tenían los recursos para manejar la situación». A pesar de ello, la rueda siguió girando como pudo y, si bien es cierto que durante el siguiente curso escolar afloraron algunas desviaciones en torno al aprendizaje, García Soto entiende que «es poco probable que sean consecuencia directa del confinamiento». No en vano, en todos aquellos meses confluyeron multitud de factores condicionantes.
Xosé Ramón García Soto
Psicólogo clínico del equipo de Salud Mental Infanto-Juvenil de Burgos
Mención aparte se merece el análisis de los efectos de la -necesaria- sobre exposición a pantallas y dispositivos digitales durante el confinamiento. «Este es un tema que aún genera debate», explica el psicólogo. Y es que, aunque «el abuso de medios digitales se ha relacionado con problemas de salud mental, ese fenómeno ya era frecuente antes de la pandemia». Además, durante el confinamiento, esos mismos dispositivos «permitieron mantener el contacto social y la educación». Y eso, a juicio de García Soto, fue clave. «En mi opinión, fueron un factor de protección de la salud durante este período. Estudios sobre confinamientos previos a la era de Internet muestran que el aislamiento tuvo consecuencias más graves» que durante la covid-19.
En todo caso, el psicólogo insiste en que, a pesar de las dificultades y la incertidumbre, el sistema social, apuntalado por las propias familias, ha permitido que los efectos de la pandemia sobre la salud mental de niños y adolescentes se diluyan con el tiempo.
Lejos de ello, el seguimiento realizado durante los años posteriores al estallido de la pandemia demostró que «la mayoría de los niños y adolescentes atendidos mostraron una gran capacidad de adaptación y no experimentaron empeoramientos a largo plazo» y García Soto aventura que hoy en día «no hay consecuencias latentes de la pandemia en la población infanto-juvenil general».
Es más, insiste, durante la crisis sanitaria, la unidad siguió funcionando a pleno rendimiento, atendiendo a más de 500 familias, y «la respuesta más repetida por estas cuando las llamábamos desde el hospital era: 'estamos bien'. Después, es cierto, nos contaban las dificultades del día a día. Pero esa respuesta inicial es la mejor lección de dignidad y valor que he recibido en mi vida. La capacidad de adaptación de las personas es enorme. Hoy se tiende a destacar la fragilidad, pero cuando trabajas en salud mental lo llamativo es lo contrario», subraya.
En todo caso, añade, la crisis sanitaria trajo consigo una derivada muy positiva. Y es que, todo lo que sucedió durante aquellos meses «ha favorecido que las administraciones públicas y los ciudadanos privadamente dediquen más recursos a la salud mental. Esa era una cuenta pendiente. Desde entonces se han reforzado los sistemas de salud mental, ha aumentado el número de profesionales especializados en niños y adolescentes, se han puesto en marcha programas escolares de apoyo emocional y ha mejorado la conciencia social de lo que son los problemas de salud mental y de que es necesario atenderlos. Faltan muchas cosas por hacer, pero se ha avanzado», concluye García Soto.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La mejor hamburguesa de España está en León
Leonoticias
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para registrados.
Reporta un error en esta noticia
Debido a un error no hemos podido dar de alta tu suscripción.
Por favor, ponte en contacto con Atención al Cliente.
¡Bienvenido a BURGOSCONECTA!
Tu suscripción con Google se ha realizado correctamente, pero ya tenías otra suscripción activa en BURGOSCONECTA.
Déjanos tus datos y nos pondremos en contacto contigo para analizar tu caso
¡Tu suscripción con Google se ha realizado correctamente!
La compra se ha asociado al siguiente email
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.