Curas jóvenes al servicio de su vocación
El pasado 27 de junio se ordenaron dos curas jóvenes en la Catedral de Burgos
21 seminaristas burgaleses se preparan actualmente para ese momento
Eduardo Dorado es uno de los nuevos sacerdotes tras llevar toda su vida preparándose para ello
Seas creyente o no creyente, los curas siempre han estado ahí. Ya sea ese señor simpático que venía a nuestro pueblo por las fiestas patronales y nos daba un eurillo por hacer de monaguillos o aquel que nos daba collejas en clase, pasando por el que nos dio la primera comunión y por el de blanco que sale por televisión. Pero aunque parezcan puestos por gracia divina, en realidad han tenido que preprarse durante mucho tiempo y realizar bastantes sacrificios para estar ahí, como, por ejemplo, el voto de castidad.
Entregar una vida a una divinidad no es nada fácil y requiere mucho tiempo de estudio y de preparación. Además, una vez que entran en una parroquia, la gente de allí pasa a ser su familia y amigos, teniéndoles que entregar el cien por cien de ellos mismos. Un cura de parroquia es como un restaurante 24 horas pero para servicios divinos.
Aunque parezca complicado de entender, todavía llegan sacerdotes jóvenes a las parroquias. Curas de menos de 30 años, como Eduardo Dorado y Félix Díez, los cuáles se ordenaron sacerdotes el pasado 27 de junio en la Catedral. Desde ese momento, ambos pueden considerare clérigos de pleno derecho.
Para llegar a este punto tuvieron que pasar por un pre-seminario (una pequeña toma de contacto durante los dos útimos años de Primaria), un seminario menor (ESO y BACH), un seminario mayor (los 5 años de carrera de teología) y dos años de pastoral (uno como seminarista y otro como diácono). Actualmente, 21 burgaleses están en alguna de estas fases esperando el día de su ordenación, que es, por así decirlo, su boda con el jefe supremo.
La historia de una vocación
Eduardo Dorado (27 años) ha sido uno de lo sacerdotes que han llegado este año. Recibió su ordenación hace casi tres meses y se está adaptando a su nueva función de cura. Durante el próximo año estará de vicario en la parroquia de San Julián y tendrá que compaginarlo con su grupo de rock cristiano ‘PDH 510’ y con la actuación en el musical sobre vocaciones ‘A corazón abierto’.
Pero para él, no todo ha sido un camino de rosas para llegar hasta donde está, sino que ha tenido “que cargar con la cruz” que le ha puesto Dios. “Cuando era pequeño, no existía el pre-seminario, y conocí esto gracias a los encuentros de monaguillos de la Diócesis”, comenta Dorado sobre su primera toma de contacto. Originario de la parroquia Real y Antigua de Gamonal y con padres cristianos, decidió apuntarse a ser monaguillo tras hacer la primera comunión.
“En esos encuentros, me lo pasaba tan bien que cuando volvía a casa le decía a mi madre que quería ir al seminario”, señala Dorado. Sin embargo, al principio “no quería ser cura, solo quería ir al seminario”. Fueron pasando los años y poco a poco comenzaron las dudas sobre si de verdad era su sitio: “al final el Señor te va poniendo personas, gestos, momentos en los que ves dónde debes estar”.
Tras el divorcio de sus padres justo en el paso del seminario menor al mayor, Dorado entendió que “la cruz que debemos llevar cada uno, también me tocaba a mí y que debía continuar y ayudar a la gente a hacer menos pesada su cruz“. En ese momento comenzó la carrera universitaria, una prueba dura, que llevó a algún compañero a abandonar al ver que “no era a lo que querían llegar, pero en realidad, creo que es el Señor el que elige a los que deben seguir para sacerdotes y quienes deben dedicarse a otras cosas, como ser padres de familia o voluntarios en Cáritas, por ejemplo“.
Una vez finalizada la época de estudiante, le mandaron a la parroquia de San Pablo, donde realizó el primer contacto con la gente. “Al participar de una comunidad parroquial, participas de las alegrías y tristezas de la gente y eso te marca como sacerdote y como persona“, afirma Dorado. Con sólo un año por delante para su ordenación, llegó el momento más complicado: le trasladaron a San Julián como diácono.
“Normalmente, al ser diácono estás tres días en el seminario y el resto de la semana en la parroquia viviendo, y yo tuve que ir todo el tiempo”, comenta Dorado al tiempo que reconoce que tuvo “miedo con el cambio”. “Estaba a gusto en San Pablo y me fui a un nuevo sitio con fama de superparroquia“, aunque al final vio que, en el fondo, “da igual el número de gente, las personas son todas importantes“.
Por fin llegó su ordenación y tras tanto tiempo y esfuerzo va a tener que ser un cura de los de verdad. Dorado afirma: “intentaré ayudar a que toda la gente que venga aquí salga feliz y con la fe más fuerte que nunca“. Tiene amigos ateos con los que se va a tomar cerveza sin ningún problema, canta en un grupo de rock y es actor de musicales. Y aún así le dedica cuerpo y alma a sus parroquianos porque “al igual que Jesús es el único amigo con el que siempre puedes contar, yo intentaré llevar su mensaje a todo el que quiera escucharlo“.