Monasterio de Santa Clara de Medina de Pomar. La belleza oculta
La clausura ha preservado uno de los espacios religiosos y culturales más impresionantes de la provincia de Burgos
Un espectacular artesonado del Renacimiento luce desde 2001, cuando fue descubierto, en la Cratícula
El Cristo Yacente de Gregorio Fernández sería una excusa perfecta para visitar el cenobio fundado por los Velasco
Alejado del “mundanal ruido”, como diría el mismísimo Fray Luis de León, el monasterio de Santa Clara de Medina de Pomar se ha mantenido escondido a la mirada de los humanos. Las paredes centenarias del cenobio han guardado con celo impresionantes tesoros de todos los tiempos. A ello contribuyen dos circunstancias. Por un lado, la clausura de las monjas clarisas; por otro, lo alejado del casco urbano de la populosa Medina de Pomar, que ha propiciado que hubiera pocas visitas. Pero sólo hasta hace unos pocos años.
El ‘ora et labora’ se hace vida aquí donde la comunidad se dedica a la oración, la contemplación y el trabajo. Así, las 24 horas del día. En Santa Clara se conservan las palabras primeras de la fundación: “facemos en Medina de Pumar en un heredamiento nuestro que compramos con nuestros dineros que es cerca de la iglesia de San Millán de la dicha Medina un Monasterio de Santa Clara…” Durante siglos, el monasterio fue de absoluta clausura. Pocos visitantes conocían este impresionante complejo monástico, hoy complementado por un interesantísimo centro de interpretación del Románico del norte de Burgos; otra de las joyas, esta de cultura accesible al pueblo, que no hay de dejar de visitar.
El monasterio fue fundado por Sancho Sánchez de Velasco, Alfonso XI y su esposa Sancha García en 1313. Es un conjunto de primera categoría formado por la iglesia, el convento, y el panteón de la familia Fernández de Velasco.
Si todo el monasterio es impresionante, se recomienda una visita sosegada a la Cratícula. Es una pequeña capilla sixtina del cenobio. En el año 2001, unos desprendimientos dejaron a la luz, tras la reparación, un artesonado renacentista con el monograma ‘Jesucristo Salvador de los hombres’, de una belleza impresionante.
El cuerpo del complejo es del gótico, siglo XIV, pero no hay que dejar de admirar algunas de sus dependencias que dejarán una huella indeleble en el visitante: su capilla mayor, la de Concepción; la ya citada Cratícula; el museo de los Condestables; o el retablo central de la capilla mayor, una muestra del barroco bañado en pan de oro por el maestro batidor Luis de Gosti.
Si hay que destacar alguna capilla, la de Concepción es una copia de la de los Condestables de la Catedral de Burgos, con planta octogonal y una espectacular bóveda de crucería afiligranada que presenta adornos dorados y policromados en las claves. La reja que da acceso a esta capilla se atribuye al taller del gran maestro rejero Cristóbal de Andino, datada en 1545.
El Cristo de Gregorio Fernández
El museo de los Condestables está compuesto por una colección de piezas de arte sacro entre las que destaca el Cristo Yacente de Gregorio Fernández, uno de los mejores de los tallados por el escultor. El imaginero por excelencia de la Semana Santa de Valladolid dejó en las Clarisas de Medina una de sus obras cumbres. Esta pieza es considerada como una de sus cinco mejores, fechada entre 1620 y 1624, con la cabeza ladeada y el cuerpo marcado con las huellas sangrientas de su pasión. Se caracteriza por su gran realismo y para ello utiliza diferentes postizos como cristal, resina, marfil, corcho…
El dramatismo de la imagen, del Cristo muerto, tendido, con ropajes en los que no se escapa ni el más mínimo detalle de los pliegues del manto, de los cabellos, de la barba, de las heridas y golpes… impresiona nada más verlo. Es un Cristo a tamaño natural, probablemente de la misma altura que el mismo Jesús, como de 1,80 metros. Sin vitalidad. Pero lleno de vida.
Pero hay más joyas. Caben destacar el Cristo de Lepanto de marfil y los cuadros La Adoración de los Reyes Magos, tabla flamenca de finales del siglo XV, o la Sagrada Familia con Santa Ana, obra de Hendrick Lecreck, del siglo XVII.
Sala de las maletas
Es una curiosa sala donde la comunidad de las Clarisas custodian las maletas, cofres, el portaequipajes de todas aquellas religiosas que se han quedado en el convento a lo largo de los años y que en un capítulo de verano daremos como un especial reportaje.
Como todos los monasterios de la época, el de Santa Clara supuso un importante impulso de la vida social, económica, cultural y religiosa de Medina de Pomar. El 13 de enero de 2013 cumplió los 700 años conservando esa misma esencia que en el siglo XIV, ya que desde entonces, y tal como deseaban sus fundadores, viven en él una comunidad de religiosas de la orden clarisa, dedicando su vida al trabajo y la oración.