Silos, pasado y presente benedictino
El monasterio de Santo Domingo es una de las joyas más brillantes de la provincia
En Silos destacan, además, el convento de San Francisco, la iglesia de San Pedro y el paraje de la Yecla
El Museo de Instrumentos Musicales o el asedio musulmán burlado por Silos representado en la Fiesta de los Jefes son otros atractivos
Las rocas calizas de las montañas que labran los arroyos que dan vida al Arlanza, conforman un paisaje lleno de evocadoras figuras y desfiladeros de gran belleza, como la Yecla. Pero más allá del paisaje natural, que influye en gran manera a hacer de esta tierra un lugar mágico, en Silos y sus alrededores se respira historia, recogimiento y una especial conexión entre lo trascendente y lo mundano.
Desde el punto de vista natural, el valle de Tabladillo, desde la depresión hasta las alturas, destaca su patrimonio ecológico porque los montes están poblados, unos más que otros, de una variedad arbórea única. Los enebros, sabinas, sus pinares… son espacios de primer orden y una reserva que es necesario mantener, conservar y respetar.
Pero es en Santo Domingo de Silos donde la cultura benedictina adquiere una especial relevancia con la presencia de los monjes. Mucho antes ya se han hallado restos de la Edad del Bronce y en la parte más alta de la Yecla se han encontrado también restos celtibéricos, romanos y visigóticos.
Es la tierra del primer conde de Castilla, Fernán González, en el siglo X. Pero la villa cobra importancia con la llegada en el año 1041 de un eremita, Domingo Manso, natural de Cañas que llega a estas tierras desde el monasterio de San Millán de la Cogolla. El monje restaura el monasterio, y da origen a un movimiento espiritual y cultural.
Silos comienza entonces a tomar carta de naturaleza y el fuero de Alfonso VI, concedió a la abadía, en 1098, por el cual el abad podía poblar junto al monasterio, le da la importancia que nunca dejó de tener hasta la Desamortización de Mendizábal. Y antes con la venta del cenobio, en 1440, a los Condestables de Castilla.
El conjunto monástico comprende construcciones realizadas entre finales del siglo X y la actualidad Si el conde Fernán González y Alfonso VI fueron los grandes benefactores del cenobio, también lo fue el Cid que junto con doña Jimena realizaba una importante donación al monasterio.
Joyas monásticas
Todo el monasterio es un patrimonio material (el edificio y sus estancias), como inmaterial (la cultura gregoriana) que tiene la provincia y que, desde el punto de vista turístico, es de lo más visitado por turistas y por burgaleses a largo de todo el año.
Destacan entre todas las dependencias el magnífico claustro románico de los siglos XI y XII; la Botica del XVIII, la iglesia monástica, obra de Ventura Rodríguez entre 1751 y 1792 y la capilla de Santo Domingo de Silos que data del siglo XVIII. Adosada a las tapias de del propio monasterio, y de finales del XVI, es la imponente muralla almenada que circunda el monasterio. No podemos dejar de destacar el ‘scriptorium silense’ con obras como el Beato de Silos, hoy en el Museo Británico.
Ya en la Baja Edad Media, el monasterio decae; pero en 1512, con la adhesión de Santa Domingo de Silos a los benedictinos de Valladolid, se conforma el monasterio moderno al lado del medieval; se prolonga la muralla perimetral y posteriormente la iglesia neoclásica y barroca.
La etapa más moderna se completa con la llegada, tras la Desamortización, de un grupo de monjes benedictinos franceses de la Abadía de Ligugé, dirigidos por un monje de la Abadía de Solesmes, que se establece hasta nuestros días en Silos.
Iglesia de San Pedro
Pero Silos no es sólo su monasterio benedictino. Entre sus joyas arquitectónicas hay otras muchas. Podemos empezar por su iglesia parroquial, dedicada a la advocación de San Pedro. De su importancia da cuenta su construcción. De hecho, los ábsides de esta iglesia fueron construidos entre los siglos XIII y XIV, mientras que la nave fue levantada a finales del XVI. En su interior conserva una bella imagen de la Virgen de la Leche. Se trata de una talla en piedra de finales del siglo XV; un crucificado en madera de principios del XVI y el retablo mayor realizado en 1628. En el mismo templo se custodia otra talla de gran valor sentimental para el pueblo, como es la Virgen del Mercado una hermosa figura de finales del XIII que representa a la patrona de la villa de Silos.
Convento de San Francisco
Otro de los edificios importantes de la villa es este convento que se ubica extramuros de la villa, junto a una iglesia románica dedicada a Santa María del. Según los datos históricos, este cenobio fue fundado en 1301 durante el pontificado de Bonifacio VIII, cuando era obispo de Burgos Pedro Gutiérrez y abad de Santo Domingo, Dom Juan III.
Una comunidad franciscana repobló el monasterio y sus predios cercanos. Según la época de la historia, nunca fueron menos de 20 o más de 30 frailes los que permanecieron en el convento hasta 1836 con motivo de la desamortización, cuando abandonaron definitivamente este lugar. Destacan, el claustro con arcos de medio punto separados por pilastras; y la iglesia, de una sola nave con un importante crucero. Hoy, convertido en espacio cultural se enseña su historia por medio de maquetas, proyecciones y paneles.
Otros lugares y acontecimientos
Dentro del monasterio, el mítico ciprés de Silos, tantas veces retratado y hecho poesía en versos de Gerardo Diego o el enorme abeto de la entrada dan cuenta de la profusión de riqueza espiritual del interior del cenobio. Muy cerca, los restos de la muralla, el lavadero, la piscina, llena de monedas que al estilo de la Fontana de Trevi romana tiran los turistas, la ermita cercana o el entorno de la plaza dan vida a la villa.
Como también lo hace el Museo de Instrumentos Musicales. Es una pequeña joya que se esconde entre las imbricadas calles del pueblo; tampoco podemos olvidar, desde el punto de vista del turismo, la Fiesta de los Jefes que se celebra el último fin de semana de enero en la que los vecinos recuerdan el asedio morisco medieval y la burla de los silenses que engañaron con hogueras a los foráneos haciendo creer que el pueblo quedaba asolado por el fuego, con lo que los invasores decidieron retirarse y no conquistar esta plaza.