Eficiencia energética, el gran reto de la sociedad moderna
Calidad de vida y uso inteligente de la energía son las claves de un concepto plagado de mitos, medias verdades y desinformación
Vivimos rodeados de edificios encajados en la Letra D, la C si son de nueva construcción, lejos de la Letra A con la que soñamos
Lrm ARTECOBUR nos descubre los entresijos de la certificación energética, un mero trámite administrativo sin fines prácticos
Además, Luis Robador nos ayuda a mejorar la eficiencia de nuestros hogares con consejos prácticos y (casi siempre) asequibles
Eficiencia energética. El “palabro” no nos es desconocido. Ahora bien, si preguntásemos por la calle, así al azar, qué es la eficiencia energética, algunos nos darían la definición exacta, otros se aproximarían bastante (con ejemplos) y un nutrido grupo se irían (nos iríamos) por los cerros de Úbeda. ¿Eficiencia energética es apagar la luz cuando salimos de una habitación? ¿Es utilizar energías renovables? ¿Es no dejar en stand-by la tele? ¿Es poner poco tiempo la calefacción y abrigarnos bien en casa? o ¿Es cargar a tope la lavadora y el lavavajilllas? Pues…. sí y no.
La eficiencia energética “no es el ahorro por el ahorro”, sino utilizar de una forma inteligente nuestra energía, de tal modo que se pueda disfrutar de la misma calidad de vida pero gastando menos, y contaminando menos también. Así lo entienden en Lrm ARTECOBUR, pryme burgalesa capitaneada por Luis Robador, arquitecto técnico especializado en certificación energética e inspección técnica de edificios. Robador reconoce que aún nos queda mucho por aprender en este campo, tanto desde el punto de vista particular como desde el institucional.
El nuevo alfabeto: de la A a la G
Y es que conocemos algunos consejos básicos para ahorrar energía, pero los grandes proyectos e intervenciones que realmente nos harían una sociedad preocupada por la eficiencia energética no forman parte de nuestro día a día. Es más, la mayoría de los propietarios de viviendas y edificios están convencidos de que, en un estudio de certificación, obtendrían una muy buena nota. Es decir, una Letra A de ese nuevo abecedario con el que convivimos (nosotros y nuestros electrodomésticos, que es ahí donde todos lo hemos conocido). Sin embargo, asegura Robador, las mejores calificaciones no superan la C, y la mayoría se quedan en la D.
Los que tienen Letra C suelen corresponder a nuevas construcciones, realizadas a partir de 2008, dado que cumpliendo con el Código Técnico de Edificación se proyectan viviendas de calificación C o mejor. Todo lo anterior a esa fecha suele corresponder a una Letra D (sobre el 70 por ciento), salvo que se haya realizado una reforma posterior, y si estamos en viviendas de los años ’70 es posible que descendamos hasta la Letra E. Y ¿esto que significa?, pues Robador lo resume en que no contamos con aislamientos ni sistemas de calefacción/climatización eficientes.
A saber, nuestra vivienda no dispone de aislamientos térmicos adecuados (que eviten que salga el calor del domicilio, que entre el frío), ni con contraventanas que aislen convenientemente; las calderas son antiguas y consumen mucha energía para calentar nuestra casa o generar agua caliente (caso de las eléctricas, por ejemplo); los radiadores no distribuyen bien el calor; o utilizamos fuentes energéticas costosas y contaminantes. Estos son algunos de los aspectos que un profesional examina a la hora de elaborar el certificado energético, necesario para la venta y el alquiler de viviendas anteriores a 2008.
Certificado energético
El IDAE (Instituto para la Diversificación y el Ahorro Energético) dispone de varios programas informáticos a través de los cuales se puede calcular el grado de eficiencia energética de nuestras viviendas. Por una parte, nos encontramos con el más exhaustivo y profesional, el Calener, en el que un certificador como Luis Robador tendría que introducir todos y cada uno de los datos a estudio correspondientes al domicilio en cuestión. Por otra, están los simplificados CE3 y CE3X, que trabajan con un mayor número de datos “tipo”, y exigen un examen menos minucioso de las viviendas.
En ambos casos, el programa da un resultado convertido en letra. “Yo no puedo mentir”, asegura Robador, y no sólo porque el programa no le deje. Es que cuando la Junta de Castilla y León comprueba los certificados, penaliza que la letra asignada no corresponda a la realidad. Cierto es que con el Calener el resultado se ajusta 100 por cien a la realidad, es decir, que si nos da una Letra C, es letra C. En cambio, con los simplificados se garantiza un 85 o 90 por ciento de acierto, puesto que en el resto de los casos se baja la calificación, perdiendo una letra. Sin embargo ésto no es tan negativo como a simple vista podría parecer.
Una calificación a la baja no penaliza, y al fin y al cabo el certificado no es más que un documento, una tasa que pagar a la administración. Al menos así lo entiende Luis Robador, quien reconoce que cuando se comenzó con las certificaciones energéticas sí que había un interés real por estudiar las viviendas y plantear las reformas necesarias para mejora el uso de la energía. Ahora, en cambio, cuando la Junta cobra una tasa de 29,10 euros por un certificado, más lo que cuesta el trabajo del certificador, y lo exige para venta y alquiler de una vivienda, se ha convertido en un simple trámite administrativo más.
Lo mejor, las auditorías
Por ese motivo, en Lrm ARTECOBUR apuestan por las auditorías energéticas si de verdad queremos mejorar la eficiencia en nuestros domicilios. Incluyen un estudio exhaustivo de la vivienda y un informe económico sobre cuáles serían los cambios a realizar, su coste y los beneficios que reportarían. Las auditorías “sirven realmente para ahorrar en una vivienda”, y no los certificados energéticos, insiste Luis Robador, a pesar de que los certificadores estén obligados a entregar a los propietarios varias propuestas para mejorar en una o dos letras el resultado de su certificado.
Lo más rápido para conseguir esa mejora, asegura Robador, es cambiar la caldera, sustituyéndola por un sistema que aporte el mismo calor del que disfrutábamos, pero consumiendo y contaminando menos. Siempre se habla de las calderas de biomasa o pelets como el ideal, las únicas que garantizarían la Letra A, lo mejor de lo mejor en eficiencia. Sin embargo, Robador explica que esa Letra A es “ficticia”. Es verdad que emiten menos CO2 a la atmósfera que otros sistemas, pero la relación coste-generación de calor no es tan buena como, por ejemplo, en una caldera de gas natural.
Una buena opción es combinar una caldera más o menos tradicional con aporte de energía solar, de en torno al 30 por ciento, porque generará calor a un coste mucho más moderado y una contaminación menor. Instalar un sistema de radiadores más eficiente, cambiar las ventanas y colocar contraventanas o mejorar los aislamientos son otros de los recursos que, requiriendo una cierta inversión, mejoran la eficiencia energética, reconoce Robador. Y luego están los “pequeños puntos de ahorro”, acciones que nos hacen utilizar de una manera más inteligente nuestra energía.
Por ejemplo, bajar las persianas en invierno cuando no hace sol para evitar la entrada del frío; ajustar el funcionamiento de la calefacción a nuestras rutinas y horarios; revisar las gomas de las ventanas para garantizar que aislen; cargar a tope lavadoras y lavavajillas; no encender la plancha para diez minutos; no poner los alimentos junto a las paredes del frigorífico; utilizar ollas de un tamaño mayor que los fuegos de nuestras cocinas; o descongelar los productos en el frigo, para que éste utilice el frío que desprende el congelado para su uso propio.
El CENIEH, un edificio inteligente
Y todo lo que se puede aplicar a una vivienda particular, también se debería aplicar a los edificios institucionales. El Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH) es uno de los ejemplos de construcción moderna, que apuesta por la eficiencia energética. Su fachada es “inteligente”, es decir, a través de las lamas que la componen regula la entrada de luz solar, de tal modo que, cuando en invierno hace sol, se abren para que el edificio se caliente, pero si es verano, se cierra para evitar un exceso de temperatura. También juegan con la luminosidad, aprovechando los días luminosos para ahorrar en electricidad.