Del Sáhara a Burgos, unas vacaciones “fresquitas”

Gracias al programa ‘Vacaciones en Paz 2014’ 32 niños saharuis podrán disfrutar de unas vacaciones diferentes, lejos de los campos de refugiados de Tindouf

La Asociación burgalesa ‘Amigos del Pueblo Saharaui’ lleva organizando esta actividad desde 1998

Nuria, Enrique y Beatriz nos cuentan su experiencia de la mano de los pequeños Hendú y Dah-Salama

Del Sáhara a Burgos, unas vacaciones “fresquitas” Dah-Salama y Hendú. TAM

A Hendú y Dah-Salama, de 9 y 11 años, les encantan los helados, la piscina y jugar con los niños españoles. Hendú y Dah-Salama se levantan a las 5 de la mañana todos los días para poder cursar 3º y 6º de primaria. Pero el verano ha llegado, y para ellos será un verano diferente. Hendú y Dah-Salama son dos de los casi 8.500 niños saharauis que han tenido la oportunidad, un año más, de poder disfrutar de unas ‘Vacaciones en paz’ en nuestro país, gracias a la acogida temporal de numerosas familias españolas.

En Castilla y León son más de 300 los niños que han venido a visitarnos durante los meses de julio y agosto, 32 en Burgos y provincia. La Asociación burgalesa ‘Amigos del pueblo Saharaui’ lleva gestionando los permisos de acogida en Burgos desde 1998 a través de uno de sus programas más conocidos, ‘Vacaciones en Paz’, gracias al cual estos niños saharahuis pueden vivir una experiencia única lejos de los campamentos de refugiados de Tindouf.

Más de 200.000 refugiados viven desde 1975 en los campamentos argelinos

Desde la ocupación marroquí del Sáhara Occidental hace más de treinta años, la mitad de la población saharaui vive exiliada en una de las regiones más inhóspitas del planeta, la Hamada argelina. Y es que, a pesar de las repetidas declaraciones por parte de la ONU desde 1975 sobre la ilegalidad de la ocupación marroquí, más de 200.000 refugiados siguen esperando la oportunidad para pronunciarse acerca de su integración en Marruecos o la posibilidad de formar un nuevo Estado-nacional independiente, mientras pasan sus días en los cuatro grandes campamentos de Tinduf: El Aaiún, Auserd, Smara y Rabuni.

La Asociación burgalesa ‘Amigos del Pueblo Saharaui’ nació a finales de 1997 con el fin de apoyar al Pueblo Saharaui en su lucha por un referéndum de autodeterminación “libre y justo” y de proporcionarles apoyo técnico y financiero a través de proyectos y programas de cooperación y desarrollo, con el apoyo de 200 socios.

‘Vacaciones en paz’ es uno de los programas más conocidos, explica Mª Ángeles, la vicepresidenta de la asociación y responsable del programa en Burgos, pero no el único. Cada año envían de dos a tres caravanas con los alimentos, medicinas, material escolar, etc. recogidos en las diferentes campañas que llevan a cabo dentro de sus labores de cooperación al desarrollo y ayuda humanitaria. La última, un envío de 1.000 cocinas de gas.

Las dos familias de acogida en la sede de la Asociación. TAM

Las dos familias de acogida en la sede de la Asociación. TAM

Vacaciones en paz 2014

Este año han sido 32 las familias burgalesas que se han animado a acoger a un niño saharaui, 14 en la capital y 18 en la provincia. Las edades oscilan de los 8 a los 12 años y suelen volver durante cinco años a la misma familia, si ésta no tiene inconvenientes. Si bien es cierto que debido a los horarios laborales, sobre todo, muchos niños, como es el caso de Hendú, cambian de familia. Algo que para ellos, lejos de ser un problema es una oportunidad para conocer diferentes ambientes, o también, distintos “hermanitos”.

Las vacaciones son de dos meses, desde finales de junio a finales de agosto, durante los cuales la asociación organiza algunas actividades para que los niños estén juntos; alguna comida, visitas guiadas o la chocolatada de despedida en Fuentes Blancas, pero luego es cada familia la que organiza su verano, “como si tuviera un hijo más”, explica Mª Ángeles. El viaje en avión está subvencionado por la Diputación y el Ayuntamiento, de tal forma que las familias solo tienen que cubrir comida y ropa. Durante el año, además, añade la vicepresidenta, hacen comidas solidarias, venden lotería, y hasta calcetines, “un montón de cosas” a fin de recaudar el dinero suficiente para sufragar gastos.

Mis papás españoles

Hendú tiene once años y este es ya su quinto y último verano de vacaciones en España, que disfrutará con Enrique y Beatriz, también veteranos, y una pequeña “hermanita”. Los años anteriores acogieron a un niño, y como no puede volver por la edad, este verano estarán con Hendú, del campamento de Smara. Enrique recuerda el primer año, cuando aún no conocían la asociación y fueron ellos en su busca al escuchar la propuesta en los medios de comunicación. “No teníamos niños, nos pusimos a buscar y rápidamente firmamos los papeles”, explica. “Pasas un verano diferente, sin duda”, añade Beatriz, “es como tener un hijo”, con sus alegrías y sus problemas.

Para Nuria, por el contrario, esta es la primera vez. El pequeño Dah-Salama tiene 9 años y viene del campamento El Aaiún. Lleva en Burgos solo una semana pero ya está siendo para la familia una experiencia “muy bonita y emocionante”. “Yo quería vivirlo”, explica Nuria, “no sabía qué me iba a encontrar, pero el poder dar a un niño la oportunidad de conocer todo esto, acompañarle y verlo todo como si fuera nuevo es increíble“. A diferencia de Hendú, Dah-Salama no sabe español, porque empiezan a estudiarlo en la escuela a los 10 años, pero por gestos se entienden perfectamente, asegura Nuria. Además, hablan por teléfono con el padre del niño, que habla castellano porque estudió 11 años en Cuba, y les ha asegurado, muy agradecido, que el pequeño está contentísimo.

Nuria y Deh-Salama. TAM

Nuria y Deh-Salama. TAM

Mitos desmentidos

La mayor preocupación de Nuria antes de apuntarse era el temor a que los niños sufrieran un “shock” al volver a los campamentos de refugiados, dadas las diferencias con lo que ven aquí y las condiciones en las que viven, dependientes de la ayuda humanitaria. Pero nada más lejos de la realidad. “Ellos son plenamente conscientes de que esto son solo unas vacaciones”, y de hecho, “están deseando venir, pero también volver”, asegura Mª Ángeles. Y así se lo confirmó a Nuria un joven saharaui de 17 años, que está estudiando aquí bachiller gracias al programa ‘Madrasa’ y que volverá a casa en verano, animándola a participar.

Otro de los temas que hay que aclarar, añade la responsable del programa, es que “en ningún caso puede tramitarse ni plantearse la adopción”. Algo que podríamos pensar dado el cariño que se les coge, pero es que allí tienen su familia, aclara. Esto son solo unas vacaciones. Asimismo, todos los trámites a gestionar para la acogida, así como el dar de alta a los niños en la Seguridad Social y proporcionarles pases para los CEAS y las piscinas municipales, está perfectamente controlado desde la Junta de Castilla y León. “Todo es legal”, afirma la vicepresidenta.

Burgos, otro mundo

Las piscinas, la comida, parques y edificios, a Hendú le gusta todo, pero sobre todo, las personas españolas, “las quiero mucho”, dice con una sonrisa. La pequeña, que habla español a la perfección, explica lo diferentes que son los niños saharahuis y los españoles: “Aquí cada niño tiene un móvil, y allí sólo los mayores”. Hendú afirma que el primer año, al ver una Nintendo, pensó que era un ordenador pequeño y que no sabía ni siquiera encenderlo. “Veía jugar a mi hermana de familia, pero yo lo hacía todo mal”, añade. Aunque una vez que aprenden “no hay quien se los quite”, añade Enrique entre risas.

Y es que, asegura la pequeña, aquí hay muchas cosas que en el campamento no se pueden hacer. “Allí no hay árboles, no hay carreteras”, solo arena y piedras. Las casas están hechas de barro, de una sola planta, y hay coches, “pero son muy diferentes”. De hecho, Beatriz recuerda la novedad que para todos los niños suponen los semáforos y pasos de cebra. “La primera vez que vienen hay que tener muchísimo cuidado porque cruzan enfilados”, asegura.

Para Dah-Salama la mayor sorpresa han sido las piscinas. El niño les dijo por señas que no sabía nadar, así que le llevaron con unos manguitos, explica Nuria, feliz al recordar la cara de alegría del pequeño: “No iba conmigo, van mirándolo todo por primera vez, haciéndote descubrir a ti también las cosas como si fueran nuevas”. Y los helados, “hay que quitárselos de las manos”.

A la pregunta de cómo cambian los niños de un año a otro, Enrique responde que es una cuestión de actitud. “El primero son algo tímidos” y echan más de menos a la familia, observan y aprenden, pero el segundo “ya saben lo que hay y lo que les gusta”, lo que quieren y lo que no. Y lo dicen.

Hendú, su "hermanita española", Beatriz y Enrique. TAM

Hendú, su “hermanita española”, Beatriz y Enrique. TAM

Revisiones médicas gratuitas

Una de las grandes ventajas de este programa son los controles médicos gratuitos que se realizan cada año a todos los niños, a fin de corregir las pequeñas anomalías que se detecten: empastes dentales, pequeñas intervenciones, incluso gafas. De hecho, en algunos casos los niños han vuelto pasados los cinco años cuando han necesitado algún tipo de revisión especial, sin ningún problema.

Mª Ángeles cuenta que este año son tres los niños que han venido por este motivo, uno para revisión de la vista, otro por una operación quirúrgica, y el caso más especial, un niño que necesitaba audífonos y que quizás tenga que quedarse un mes más que el resto, hasta que aprenda a usarlos. Y es que, comenta Hendú, aquí hay médicos especialistas “para niños, adultos y viejos”, pero allí hay “un solo médico para todo el pueblo”. “Hay dentistas, pero no hay ni para los ojos ni para el oído”.

Uno de los grandes problemas que tienen los niños allí es la diabetes. “Toman muchísimo azúcar”, explica Enrique, “están acostumbrados a tomar té y aquí les ves echarse hasta siete cucharadas de azúcar sin parar”. Es por esto que aunque les encanten las chuches y los helados, hay que controlarles un poco, aunque en definitiva, añade Beatriz, se trata de cuidarles como a un hijo más, “algún capricho está bien, pero los justos”.

En cualquier caso, los niños suelen marcharse a casa en agosto con tres o cuatro kilos de más, asegura Enrique. Y es que allí el pollo, el camello o el cordero, se ven en ocasiones contadas. Para comer dependen de la ayuda humanitaria y las sardinas, por ejemplo, son el único pescado que habían probado.

Vienen los mejores

Dah-Salama está en el curso equivalente a tercero de primaria y Hendú en sexto, y en contra de lo que podría pensarse, Mª Ángeles asegura que están preparadísimos. “Hay un instituto en el que se elige a lo mejores de cada colegio, y de ahí los más preparados tienen la oportunidad de estudiar la carrera en Cuba o Venezuela, por ejemplo”. Mª ángeles explica que en ese colegio si suspenden una no vuelven. “Son muy exigentes, y algunos tienen un nivel mejor incluso que los de aquí”, afirma. De hecho, para el propio programa de ‘Vacaciones en paz’ tienen en cuenta las calificaciones.

En los campamentos saharauis el idioma oficial es el árabe, aunque también se habla el dialecto hassanía, y el español como segundo idioma. “Lo que pretende el Gobierno es que estén todos preparados, para poder funcionar en el mismo momento en que les devuelvan su país”. Por eso le dan mucha importancia a la  educación.

Aún así, la rutina escolar tiene ciertas diferencias, tal y como observa Hendú: “Nos levantamos a las cinco para entrar al cole a las seis”. Además, añade, a diferencia de Burgos, donde hace “fresquito”, en los campamentos pueden alcanzarse hasta los 50 grados en verano. “Aquí llueve mucho, allí una vez cada cuatro meses”, afirma. Es por esto que el día del Parral, cuando toda la ciudad se refugiaba de la lluvia, la pequeña se puso unas botas y un paraguas y salió a la huerta a jugar con los caracoles, cuenta Enrique.

‘Vacaciones en paz’ es, definitiva, una experiencia “más que recomendable” no solo para los niños saharauis, que además de recibir una buena alimentación y cuidados y médicos, conocen un mundo que va más allá de lo que en los campamentos de Tindouf pueden imaginar, sino además, para todas esas familias que, con tanta ilusión, dan un poquito de lo que tienen para terminar recibiendo mucho, mucho más.