¡Salve tierra adorada de mis amores!
Miles de burgaleses asisten en la plaza mayor al tradicional baile de los Gigantillos
La interpretación del Himno de la ciudad, uno de los momentos más emotivos de la jornada
Cantaron unidos la insigne grandeza de nuestra Castilla, de nuestro Solar. Miles de burgaleses llenaron hoy las calles del centro de la ciudad para participar en algunos de los actos más emblemáticos de los Sampedros. Desde media mañana, el entorno de la Plaza Mayor, el Espolón, Laín Calvo o la plaza del Rey San Fernando fueron un constante ir y venir de familias enteras, que quisieron aprovechar los tímidos rayos de sol que parecían querer escapar de las nubes que arreciaban para disfrutar de un día de fiesta. Y como manda la tradición, por allí andaban también los Gigantillos y su séquito, así como los danzantes y la corte de las Reinas de las fiestas. Todos preparados para su cita anual con Burgos.
La primera parada fue en la Plaza Mayor. Entre casetas de tapas y globos para los niños -más de uno salió volando-, los pequeños danzantes ofrecieron su tradicional ante un público de lo más variopinto. Picados por el arte de los chavales, los Gigantillos quisieron dejar claro que los protagonistas de la jornada eran ellos. Puede que no muevan sus caderas, pero qué arte tienen dando vueltas al son de dulzainas y tambores. Por ellos no pasan los años. Menos vueltas dieron el resto de su séquito. Demasiado grandes como para jugársela a un mal paso.
Y con las mismas, entre aplausos y vítores, todos juntos enfilaron hacia el Espolón, donde casi no cabía un alfiler. ¡Imagínese usted un gigante! Allí, a los pies del Arco de Santa María, ya estaba todo preparado para la interpretación del Himno de la ciudad. La comitiva, presidida por las Reinas infantil y mayor, el alcalde de la ciudad y el presidente de la Diputación, se colocó en sus sitios. Los trompetistas salieron a las almenas del arco, dieron el tono y la Banda Ciudad de Burgos arrancó con las primeras notas. Pronto, los allí congregados -algunos tuvieron que echar mano de la chuleta- entonaron aquellas salves que erizan la piel a más de un burgalés. Una emotiva muestra de fervor local por la que no pasan los años.