El agua de la vida en los montes de Tartalés

Una cascada de 35 metros se despeña desde el alto de la roca hasta caer libre y fecundar con sus aguas al Ebro, en el Valle de Valdivielso

El túnel excavado en la roca, que data de los años 50, sirve de conexión natural entre Valdivielso y la Horadada por Tartalés de los Montes y Tartalés de Cilla

Una presa, en Cereceda, apacigua la bravura del Ebro que, aguas abajo, baña una tierra fértil en frutales y cereal

El agua de la vida en los montes de Tartalés Cascada de Tartalés de los Montes. BC

Entre la Sierra de la Tesla y el desfiladero de la Horadada, en las últimas estribaciones del Valle de Valdivielso, se descubre una cascada, la de Tartalés de los Montes, escondida, como queriendo pasar desapercibida, entre un macizo rocoso; imbricada entre los riscos y la frondosa vegetación de montaña. Desde esas paredes verticales se precipita al vacío un pequeño arroyo que nace en las mismas, de la tierra.

A lo largo de los 35 metros de caída del agua, el arroyo se hace silencio hasta chocar contra la tierra; así, el silencio de la montaña sólo queda roto por la dolencia del agua al caer desde la altura; más abajo, por Cereceda, el Ebro ronronea su tonada y acuna al arroyuelo nada más caer y abandonarse en su cauce; allí le canta su nana para que se deje penetrar por la inmensa limitación de sus aguas para hacerse uno con él.

La mirada, fija en el horizonte, se hace frontera entre el mundo onírico y la realidad. Los sueños se agarran a las rocas, pero la mundana actividad se hace presente y se convierte, sin quererlo, en la protagonista de la aventura de levantar la vista al cielo y notar como las nubes tocan el velo del monte y se hacen uno con él.

Hoz de Valdivielso
Una montaña rusa de asfalto une Hoz y Tartalés de los Montes. BC

Una montaña rusa de asfalto une Hoz y Tartalés de los Montes. BC

Más abajo está Hoz de Valdivielso; arriba, Tartalés de los Montes. Dos poblaciones incrustadas en plena sierra por las que discurre un tortuoso camino que las comunica. Sólo un túnel artificial excavado en la roca rompe el entorno y permite su comunicación. La carretera es complicada; una suerte de curvas y contracurvas nos conducen al túnel; allí muere el asfalto, antes de llegar al núcleo poblado. Si el visitante es atrevido, descenderá hasta los restos rupestres de un eremitorio altomedieval y la cueva de los Portugueses.

El Diccionario de Madoz, de 1850, dice de Hoz de Valdivielso que “… tiene unas veinte casas con un palacio construido en el siglo XVII; una escuela de primeras letras frecuentada por 45 alumnos de ambos sexos, cuyo maestro está dotado con 45 fanegas de trigo; dos fuentes dentro del pueblo y varias en el término, todas de excelentes aguas”. De aquella descripción poco queda. Queda su palacio. Fue construido por Pedro Ruiz de Valdivielso. Se trata de un gran edificio de sillería de estilo herreriano, con dos torres de tres pisos y amplios salones.

Cilla y Trespaderne

Unos kilómetros más abajo y por una estrecha carretera se llega a Trespaderne. Si no fuera porque está asfaltada, bien podría decirse que es un sendero entre un exuberante hayedo salpicado por robles y pinos en su parte más alta. Aunque el pueblo es minúsculo, tiene algunos atractivos que  visitar. Así su templo románico, dedicado a la advocación de San Miguel Arcángel, data de mediados del siglo XIII. La iglesia guarda con celo varios canecillos románicos de mucho interés artístico e histórico. Desde aquí, el caminante puede bajar hasta Tartalés de Cilla e incluso llegar al alto de los cuchillos de Panizares, otro de esos lugares que es necesario visitar.

Imagen del Valle de Valdivielso desde el interior del túnel. BC

Imagen del Valle de Valdivielso desde el interior del túnel. BC

Cereceda

Dejando Hoz de Valdivielso, el valle se abre hacia Oña por Cereceda. Allí la mano del hombre hizo remansar al Ebro y le enclaustró en una presa de hormigón para apaciguar sus bravuras. El río se hace grande antes de chocar con el muro de contención. Su soberbia, aplacada, se vuelve ternura de nuevo al caer al cauce sereno y descastado.

Aguas abajo, y más calmado, riega los fértiles campos y hace que los frutales disfruten de sus minerales para nacer fuertes y con vida. Cerezos y manzanos ofrecen su fruto maduro que toman del Ebro su fuerza, pero no recuerdan que ese alimento también llega de las cumbres y de los arroyos rotos que con sus aguas fecundan al Duero.