Devoción, tradición y una buena ración de paella
Miles de personas toman el Castillo con motivo de la romería de la Virgen Blanca
La lluvia no hizo acto de presencia en toda la mañana y la fiesta cumplió las expectativas
Se antojaba un día pasado por agua, pero la amenaza de lluvia se ha quedado sólo en eso: una amenaza. Miles de burgaleses se han puesto el mono de fiesta y han participado hoy en la romería de la Virgen Blanca, un evento con escaso bagaje histórico, pero que va camino de convertirse en una cita ineludible en el calendario burgalés. Sobre todo cuando la devoción se conjuga con algo tan bien visto como las cosas gratis, en este caso paella.
Desde primera hora de la mañana, el entorno del Castillo ya empezaba a registrar actividad. Las peñas montaban sus barras, la organización encendía los fogones y las paelleras entraban en escena. Todo tenía que estar listo antes de la llegada de los comensales. Pero antes, había que cumplir con la penitencia.
A las 11:45 estaban convocados los romeros en la iglesia de San Pedro de la Fuente. Poco a poco, peñistas, familias, grupos folclóricos y autoridades se daban cita junto al templo para esperar la salida de la imagen de la Blanca, que salía de la iglesia al filo del mediodía. A partir de ahí, una romería corta y rápida amenizada por los continuos bailes de los grupos de danzas participantes y que a medida que avanzaba hacia la campa del Castillo iba ganando en participación. Incluido un corzo que, asustado por la marabunta escapaba ladera arriba entre el follaje. Curiosa estampa.
Apenas media hora después, la Blanca llegaba hasta el improvisado altar levantado en la campa del Castillo, en el lugar en el que se asentaba en su día la iglesia consagrada en su honor y de la que sólo quedan los testimonios de nuestros antiguos. Cientos de personas se unían allí mismo a los romeros para participar en una Misa en la que no faltaron las menciones a Europa. Tampoco faltaron las rosquillas que se pusieron a la venta para recaudar fondos con el objetivo de financiar mejoras en la imagen de la Virgen Blanca, que, si se consigue lo necesario, el año que viene podría portar una aureola y una peana plateada.
Y después de la Misa, a mover el bigote. El aparcamiento del Castillo cambió por un día su uso y desde media mañana ya olía a chorizo, morcilla y paella. Y se ve que olía bien, porque mientras el párroco seguía hablando a sus feligreses, muchos ya hacían cola para pillar tajada. Una vez más, las colas para conseguir una ración llegaban desde el aparcamiento hasta la campa y, al parecer, la presión del directo pasó factura, ya que los encargados de la paella adelantaron más de un cuarto de hora el reparto. Un reparto en el que participaron activamente varias de las autoridades políticas de la ciudad, como Javier Lacalle, Ángel Ibáñez, Luis Escribano o Roberto Alonso, entre otros. A ellos también les tocó pringar mientras el resto se ponía las botas con parte de las nueve grandes paellas que ya se habían preparado. Luego habría más. Lo dicho, las cosas gratis gustan.
Pero, ¿no decían que iba a llover? Sí, eso decía la Agencia Estatal de Meteorología, pero esta vez erró. Sólo cuatro tímidas gotas inquietaron a los allí presentes justo cuando se empezaban a repartir las raciones, pero ya no había opción para la retirada y los burgaleses, en grupos más o menos numerosos, vestidos de domingo o de montaña, en familia o con amigos, invadieron el entorno del Castillo para comer, beber y abrir boca para las fiestas patronales. Tranquilos, ya queda menos. El Parral, en menos de un mes.