La leyenda de la Catedral de Burgos

El Papamoscas fue construido en el siglo XVI y restaurado en el siglo XVIII

Ha sido un reclamo para numerosos escritores como Pérez Galdós o Victor Hugo

La leyenda dice que fue un encargo de Enrique III para reencarnar la belleza de una joven

La leyenda de la Catedral de Burgos El Papamoscas y el Martinillo.BC

Un sencillo autómata que forma  tanta parte de la naturaleza intrínseca de la historia y la ciudad de Burgos que muchos ya no lo imaginan sin él. Y es que el Papamoscas jamás ha pasado desapercibido y ha llamado  la atención de literatos, que no dudaron en nombrarlo en sus obras, de la talla de Benito Pérez Galdós, Víctor Hugo, María Cruz Ebro, Paul Naschy, Ignacio Galaz, Manuel Eduardo de Gorostiza  o Edmondo de Amicis.

De rasgos mefistofélicos y vistiendo de encarnado, sujeta en la mano una partitura, con la misma con la que empuña la cadena del badajo de una campana. Todas las horas en punto, abre la boca al tiempo que mueve su brazo derecho, provocando campanazos.

La mejor hora para verle es a mediodía, a las doce en punto cuando mueve los brazos y abre y cierra la boca doce veces.

Esta figura data del S.XVI, sufriendo una restauración en el S.XVIII y consta de dos figuras, el Papamoscas y el Martinillo, otro autómata de menor tamaño situado a su izquierda, que espera en un pequeño balcón  con un martillo en cada mano, encargado de marcar los cuartos, moviendo ambos brazos y accionando las dos campanas que le flanquean. Cada cuarto de hora, suenan dos campanadas más agudas que las del Papamoscas.

La leyenda del Papamoscas

La leyenda que le precede es inquietante y ha causado fascinación a lo largo de los siglos: se dice que fue un encargo de Enrique III “El Doliente”, apodado así por la salud tan frágil que tenía, el cual acostumbraba a rezar devotamente en la catedral de Burgos;  un día su rutina fue distraída por la belleza de una joven mujer silenciosa que rezó ante la tumba de Fernán González. Su impresión fue tal en el rey que la siguió cada día hasta una vieja casona en la que ella se guarecía, hasta convertirse ello en su hábito diario, sin jamás dirigirla palabra alguna dado su carácter tímido. Un día la joven dejo caer un pañuelo que fue recogido y devuelto por el rey de manera automática, sin ningún tipo de gesto por ambas partes. Cuentan que tras devolverle el pañuelo la joven se metió en la casona emitiendo un terrible lamento que quedo registrada por siempre en la mente del rey.

La joven jamás volvió a aparecer por la catedral, y tras esperarla y buscarla con fruición durante varios días, el rey averiguó que en esa casona no vivía nadie pues sus inquilinos fallecieron tiempo atrás por la Peste Negra. Queriendo retener la imagen de la joven, Enrique mandó construir a un artífice una figura para dar las campanadas de la catedral que reprodujera la belleza de la joven y el gemido que el rey recordaba en su cabeza. El artífice no pudo ni acercare a la belleza que el rey le definía y el sonido que emitía el autómata no era sino un graznido, que fue enmudecido poco después.

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