Quintanilla Valdebodres: El Pozo del Infierno

La localidad, ubicada en la Merindad de Sotoscueva, cuenta con una surgencia natural en mitad de su caserío

Protegida por montañas, es el paso natural por los barrancos o Canales del Dulla y la Cascada de la Mea es su primer monumento natural

Al norte queda el complejo kárstico de Ojo Guareña, de enorme belleza natural, y al sur la imponente estampa de Puentedey

Quintanilla Valdebodres: El Pozo del Infierno Imagen del casco urbano de Quintanilla. BC

Una surgencia, un manantial, en mitad del pueblo, al que se le llama el Pozo del Infierno, ya da cuenta de que este pequeño pueblo escondido entre montañas tiene algo especial. Está en Quintanilla Valdebodres, una aldea de la Merindad de Sotoscueva, tan cerca de Ojo Guareña que parece incrustada entre los secretos de una de las cuevas más grandes de Europa. A nadie se le escapa que el nombre de Pozo del Infierno es una metáfora, pero el lugar tiene su encanto y su misterio. Por eso, algunos dicen que Satanás tiene la entrada a su guarida allí.

El Pozo es un manantial, lo que en términos geológicos se conoce como surgencia, de más de cien metros de profundidad en su primer tramo y de los que apenas un 20 por ciento está explorado. En un segundo tramo, la cavidad llega a los 200 ó 250 metros. Un viejo molino, unos metros más abajo, llegó a aprovechar las aguas del manantial para mover los engranajes y fabricar harina; hoy sólo queda el retazo de la historia sin más.

En verano, apenas un hilillo de agua cae en la Cascada de la Mea. BC

En verano, apenas un hilillo de agua cae en la Cascada de la Mea. BC

Lo cierto es que Quintanilla Valdebodres está en mitad de una ruta turística muy plástica que se inicia en la populosa Villarcayo y que, tras pasar por Cigüenza, Escanduso, Escaño y Brizuela hace parada en la mítica población de Puentedey. La carretera gira a la derecha para llegar a Quintanilla Valdebodres, eso sí antes se debería detener el viajero unos metros antes del casco urbano para visitar la Cascada de la Mea

Cascada de la Mea

Quintanilla es la entrada a una zona de gran belleza: los canales de Dulla. Al pie de dos picos, el Dulla y el Paño, a 1.400 metros de altitud, se derraman por las rocas varios barrancos que configuran la zona más al sur de Quintanilla Valdebodres. Desde la misma localidad se pueden explorar el barranco de Dulla y el de la Mula, y unos metros antes de entrar en el pueblo, la Mea. Además de los barrancos, en el subsuelo existen 40 de cavidades y cuevas de diferente tamaño que en el invierno están inundadas y que cuentan con un importante valor geológico.

Ochocientos metros antes de llegar al casco urbano, nace la senda que lleva a la Cascada de la Mea. Se trata de un sendero de trescientos metros que separa la carretera de la caída de agua. Es un paseo breve entre quejigos y encinas. El barranco tiene su máxima amplitud a pie de la carretera y se estrecha conforme se llega a su final que, a modo de embudo, cierra la ruta que llega a pie de roca con una caída de 30 metros.

En época de invierno la cascada lleva más agua y conforme entra el buen tiempo va perdiendo su caudal. Tiene su origen en una pequeña cueva cercana en los canalles del Dulla. Buitres leonados, alimoches y águilas vigilan desde la altura que nadie altere este el orden natural de Sotoscueva.

Leyendas

El pozo surge en mitad del pueblo, en la parte más alta, justo debajo de la iglesia. BC

El pozo surge en mitad del pueblo, en la parte más alta, justo debajo de la iglesia. BC

Ligado tanto a la Mea como al Pozo del Infierno, circula una leyenda recogida por vecinos del lugar y de otros pueblos cercanos, como Cogullos, Ahedo de Linares y Linares. En ese cuento de tradición oral se dice que en cierta ocasion apareció una pareja de bueyes con el brabán enganchado en este lugar. Los animales habían sido tragados unos kilómetros antes por el Ojo del Guareña. Salieron del Pozo del Infierno.

También se habla de la imagen de una virgen con su pequeño altar a modo de santuario en mitad del pueblo a la que se atribuye una especie de milagro. Se dice que era propiedad de la localidad de Brizuela, que la tenía prestada a Quintanilla. En el momento de su devolución, los bueyes que transportaban la imagen –quizá los mismos aparecidos en el Pozo— se negaron a pasar el río Nela. Y la imagen se quedó para siempre en Quintanilla.

Topónimo

El curioso topónimo ‘Valdebodres’ que apellida a la aldea puede hacer referencia a los pellejos de vino, los odres. Estos contenedores se fabricaban con las pieles de cabras. Hasta no hace mucho, era uno de los animales frecuente en la cabaña ganadera de la zona.

El pueblo está enclaustrado entre montañas y su sugerente aspecto traslada al viajero a aquella vieja Castilla del norte en la que no pasa el tiempo. Sus casas son el modelo perfecto de la arquitectura de montaña con grandes balconadas al sur para deleite de la solana en los largos días del cálido aunque escaso verano norteño.